Ejanus miró a través del cristal, con los ojos perdidos en el cielo azul que se hundía al final del mar verde a su izquierda, intentando escapar de la situación tensa e insostenible en la Sala del Pensamiento. Donde antes reinara la camadería y un silencio sano, ahora sólo se respiraba una tensión invisible y muda. En su interior, por más que intentaba empujar el sentimiento fuera, crecía una llamarada enfurecida. Los condes habían decidido dejar de contar con sus servicios, aquel era el pago a su rebeldía, a exigir y defender sus honor, y lo demostraban de una forma humillante, trayendo a dos foráneos. Así que se encontraba en una posición difícil, para nada cómoda. No le habían dicho que no contaban con él, pero tampoco que pudiera marcharse, así que abandonar la torre sería, indudablemente, entendido como un acto de traición, lo que en el mejor de los casos lo condenaría al destierro, y en el peor perdería la cabeza. Así que, lo mejor que podía hacer era buscar una forma de estar lejos de allí, al menos en el interior de su mente, por cuanto tiempo durase aquello. Y tenía que reconocer que percibía a cada segundo cómo su determinación y ánimo se agotaban. En algunos puntos le costaba respirar. No sabía si todavía debía participar en las conversaciones o guardar silencio. Lo peor es que tanto una cosa como la otra podría considerarse un mal paso. Se dijo a sí mismo que no debía dejar que pensamientos como aquellos anidaran en su cerebro, mucho menos cuando, como preveía, iba a encontrarse sólo ante el peligro en no demasiado tiempo. No pudo evitar si encontraría otro señor bajo el que ponerse en servicio, no abundaban los que buscaran alguien como él.
Las voces al fin cesaron en la Sala del Pensamiento, sustituidas por pasos evasivos que llevaban a sus integrantes al exterior. Ejanus se permitió un suspiro de alivio cuando se quedó por completo a solas. Apagó las velas con un gesto de sus dedos y las puertas se cerraron a su espalda. Otro día terminaba y su futuro se presentaba tan incómodo como incierto.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
martes, 9 de diciembre de 2014
Valentía...
Lo había sabido desde el principio: Que la convicción no alimentaba, que el orgullo no llenaba el estómago y que lo justo tenía un regusto amargo y vacío. No había sido un necio por rebelarse, ni tampoco por alzar la voz contra la injusticia que estaban cometiendo, ni siquiera por presentar batalla el solo, no, por nada de eso ni por muchas otras cosas. Si se le podía acusar de necedad era únicamente por confiar en que cuando él diera el paso, cuando predicara con el ejemplo, habría más que lo seguirían, pero no fue así. Se quedó a solas contra el enemigo y ocurrió lo inevitable. Ahora, los grilletes descarnaban sus muñecas y tobillos. La piel le ardía devorada por chinches y piojos. Y en algunas partes de su cuerpo, allí dónde las ratas le habían mordido, la infección febril se abría paso. En la oscuridad maloliente del calabozo se percató de que al final se lo habían arrebatado todo, pero eso era algo que ya habían hecho mucho antes; ahora la diferencia radicaba en que la carencia se producía en su cuerpo famélico. Ya habían matado su mente tiempo atrás, ahora, simplemente terminaban la tarea. De él ya no quedaba más que un despojo sin remedio, sin posibilidad de salvación. Y lo peor es que ellos volverían a salirse con la suya. Si era recordado sería para llenar de miedo los corazones como el suyo había sido una vez, no para inspirarlos en la lucha. Si algo aún le dolía en su interior, en lo que fuese que le restaba de alma o mente, era aquello, que su esfuerzo únicamente había servido para maldecirlo y que se olvidaría, si es que ahora se recordaba, por completo su valentía.Se preguntó si llegaría a ver la luz del sol otra vez aunque fuera en el cadalso... Lo dudaba.
jueves, 20 de noviembre de 2014
En la Profundidad (5)
Lucios cruzó los brazos y apoyó la espalda en el marco de la puerta automática, abierta, impidiendo que se cerrara. Desde allí controlaba todo el comedor. Aunque le había encargado a la mujer galiana que vigilara a Úlcer sabía que no sería suficiente. Además, dudaba que fuera capaz. Si querías que alguien no se enterara de algo nunca debías decírselo a tu piloto, todos los pilotos eran chismosos por naturaleza, por lo menos, en el tiempo, en realidad toda su vida, que llevaba en naves espaciales así había sido; y desde luego, tampoco a un galiano. Aquella raza no sabía ocultar nada. Sólo esperaba que Reeva se le hubiera pegado algo del resto de la tripulación.
El comedor no tardó en llenarse. La mayoría de las funciones de la nave estaban en modo automático, así que casi todos estaban allí. Un grupo de tres se aproximaba por el pasillo. Al llegar a la altura del capitán lo saludaron con un gesto de cabeza.
─¿Vera, tienes un momento?
─Claro, capitán. ─La mujer se detuvo, separándose de su grupo.
─Ven conmigo.
─¿Qué sucede? ─Sonó genuinamente preocupada.
─Aquí no.
A Vera no le pasó desapercibido el nerviosismo del capitán, pero se abstuvo de preguntar de nuevo.
─Vamos hacia vuestro camarote ─sonrió ─, ¿no está prohibido congeniar con otros tripulantes? ─Echó un vistazo a la cara de Lucius y eso le indicó que no era buen momento para bromas. Comenzó a contagiarse de la preocupación del otro, por lo general el capitán mantenía siempre el buen humor.
Sólo cuando el siseo de los sellos al cerrarse la puerta cesó, Lucius comenzó a hablar.
─Tenemos un problema muy serio, Vera.
La mujer se sentó a los pies de la cama del capitán.
─Debe serlo, a juzgar por cómo estáis.
─Esta mañana algo ha intentado atacarnos.
─¿Algo?
─No sé qué era, una especie de criatura. Atravesó la mampara de la sala de pilotos.
─Cómo, no ha habido alerta de descompresión. ¿Han fallado los sistemas de seguridad?
─No, no hubo fractura de los cristales.
─Entonces, ¿cómo la atravesó?
─Como un fantasma. Le disparé con la Wilsom y eso pareció acabar con ello, sin dejar rastro.
─No habréis estado fumando con Úlcer, ¿verdad?
─¡No! Es algo muy serio, porque no sólo ha ocurrido eso. Los sistemas de navegación estaban completamente erróneos y, sin saber cómo han vuelto a la normalidad. Y en la caja negra no había nada. Todo está normal.
─¿Estáis seguro?
Lucius clavó los ojos, medio furiosos, en Vera.
─Algo está pasando y no sé qué es.
─Hay algo más, ¿no?
El capitán desvió la mirada, se sentó y se sirvió un buen vaso de whisky (o algo que se le parecía). Tomó un buen trago antes de volver a hablar.
─Tuve una visión. Soñé con el ataque. O más bien, con el resultado del mismo. Llegaba a la sala de pilotos, Úlcer estaba muerto, los instrumentos estaban locos y todo se oía demasiado silencioso.
─¿Qué queréis que haga? ─La voz indicaba que ya sí estaba tomándolo en serio.
─Que escojas a cinco de tus hombres de más confianza y estén con los ojos bien abiertos. No quiero sorpresas desagradables... Bueno, no quiero que nos pillen con la guardia baja, porque sorpresas vamos a tener las queramos o no.
─Así lo haré.
─Otra cosa más. Ten un ojo en Úlcer y en Reeva. Ellos lo saben.
─Entonces no sé a qué viene tanto secretismo, cuando volvamos al comedor todo el mundo lo sabrá.
─Esperaba que ya todos lo supierais. Que Úlce no haya abierto la boca aún casi que es lo que me preocupa más. De alguna manera debe saber que ocurre algo grave. Y Reeva, mientras nadie le pregunte directamente estaremos bien.
─Como ordenéis, y creo que deberiais afeitaros y daros una ducha, tenéis mal aspecto.
Apuró la bebida y asintió.
Cuando Lucius se quedó a solas tomó en serio el consejo y se metió en el pequeño plato de ducha de su camarote. Dejó que el agua tibia relajara un poco su musculatura tensa. «Si tan sólo Natia estuviera allí...».
El comedor no tardó en llenarse. La mayoría de las funciones de la nave estaban en modo automático, así que casi todos estaban allí. Un grupo de tres se aproximaba por el pasillo. Al llegar a la altura del capitán lo saludaron con un gesto de cabeza.
─¿Vera, tienes un momento?
─Claro, capitán. ─La mujer se detuvo, separándose de su grupo.
─Ven conmigo.
─¿Qué sucede? ─Sonó genuinamente preocupada.
─Aquí no.
A Vera no le pasó desapercibido el nerviosismo del capitán, pero se abstuvo de preguntar de nuevo.
─Vamos hacia vuestro camarote ─sonrió ─, ¿no está prohibido congeniar con otros tripulantes? ─Echó un vistazo a la cara de Lucius y eso le indicó que no era buen momento para bromas. Comenzó a contagiarse de la preocupación del otro, por lo general el capitán mantenía siempre el buen humor.
Sólo cuando el siseo de los sellos al cerrarse la puerta cesó, Lucius comenzó a hablar.
─Tenemos un problema muy serio, Vera.
La mujer se sentó a los pies de la cama del capitán.
─Debe serlo, a juzgar por cómo estáis.
─Esta mañana algo ha intentado atacarnos.
─¿Algo?
─No sé qué era, una especie de criatura. Atravesó la mampara de la sala de pilotos.
─Cómo, no ha habido alerta de descompresión. ¿Han fallado los sistemas de seguridad?
─No, no hubo fractura de los cristales.
─Entonces, ¿cómo la atravesó?
─Como un fantasma. Le disparé con la Wilsom y eso pareció acabar con ello, sin dejar rastro.
─No habréis estado fumando con Úlcer, ¿verdad?
─¡No! Es algo muy serio, porque no sólo ha ocurrido eso. Los sistemas de navegación estaban completamente erróneos y, sin saber cómo han vuelto a la normalidad. Y en la caja negra no había nada. Todo está normal.
─¿Estáis seguro?
Lucius clavó los ojos, medio furiosos, en Vera.
─Algo está pasando y no sé qué es.
─Hay algo más, ¿no?
El capitán desvió la mirada, se sentó y se sirvió un buen vaso de whisky (o algo que se le parecía). Tomó un buen trago antes de volver a hablar.
─Tuve una visión. Soñé con el ataque. O más bien, con el resultado del mismo. Llegaba a la sala de pilotos, Úlcer estaba muerto, los instrumentos estaban locos y todo se oía demasiado silencioso.
─¿Qué queréis que haga? ─La voz indicaba que ya sí estaba tomándolo en serio.
─Que escojas a cinco de tus hombres de más confianza y estén con los ojos bien abiertos. No quiero sorpresas desagradables... Bueno, no quiero que nos pillen con la guardia baja, porque sorpresas vamos a tener las queramos o no.
─Así lo haré.
─Otra cosa más. Ten un ojo en Úlcer y en Reeva. Ellos lo saben.
─Entonces no sé a qué viene tanto secretismo, cuando volvamos al comedor todo el mundo lo sabrá.
─Esperaba que ya todos lo supierais. Que Úlce no haya abierto la boca aún casi que es lo que me preocupa más. De alguna manera debe saber que ocurre algo grave. Y Reeva, mientras nadie le pregunte directamente estaremos bien.
─Como ordenéis, y creo que deberiais afeitaros y daros una ducha, tenéis mal aspecto.
Apuró la bebida y asintió.
Cuando Lucius se quedó a solas tomó en serio el consejo y se metió en el pequeño plato de ducha de su camarote. Dejó que el agua tibia relajara un poco su musculatura tensa. «Si tan sólo Natia estuviera allí...».
martes, 28 de octubre de 2014
A partir de una palabra o frase...
«¡Joder!, qué de cosas quedan por hacer esta semana». No pudo reprimir iniciar el pensamiento con una palabra malsonante, pero al menos se había mantenido en silencio y todo quedó dentro de su cabeza. El repiqueteo de unos tacones contra el suelo marmóreo hizo que se detuviera, girándose para quedar frente a la fuente del sonido: una joven mujer, menuda y de largo pelo castaño, cuya ropa negra se ceñía perfectamente a su cuerpo como una especie de segunda piel, resaltando cada una de sus curvas. En la mano traía un "book" de amplia pantalla y casi inexistente grosor. Casi podía decirse que era una hoja de papel gruesa. Sonrío ante la analogía que acababa de formular, era de los pocos allí que sabían lo que era una hoja de papel por algo más que una clase de historia y, en su caso, hacía mucho tiempo que no tenía una en las manos. No recordaba la fecha exacta en la que, por fin, se puso fin al papel, pero hacía bastante: posiblemente en sus veinte.
─¿Qué sucede? ─«Problemas, seguro. Me van a complicar aún más los días, y no por ocio como tenía antes en mente, sino con trabajo, trabajo del duro además...», se respondió a sí mismo.
─Ha llegado esto. ─Le tendió el "book" con desgana.
Lo cogió, mirándolo despacio: en la superficide reflectante y lumínica se veía una fotografía aérea de una calle. Con un gesto de los dedos, sin llegar a tocar, expandió la imagen. Las calles avanzaron y se hicieron más cercanas, con mayor definición. Repitió el movimiento y el detalle se incrementó para que pudiera encontrar lo que esperaba no estuviera allí.
─Es de los grandes, ¿verdad?
─Sí.
─Entonces no volveré a casa para cenar.
─Me temo que no.
─Dígale al general que enseguida estaré allí.
La sala de mando estaba abarrotada, todos los paneles en las paredes, sobre las mesas o colgados del techo, vomitaban datos. Unos en forma dcon imágenes reconocibles de la ciudad: fotos por satélite, reconstrucciones CAD. Otras enseñando líneas y líneas de informes. Y algunas más gráficos y estadísticas. La gente trabajaba a toda velocidad, aumentando así la sensación de urgencia. Se detuvo al entrar, justo al límite del umbral, lo suficiente para que el sensor de proximidad aún lo viera y no cerrara las puertas correderas, y respiró profundamente.
«No llegaría para cenar... qué optimista soy a veces. Si es la mitad de grave de lo que parece voy a estar aquí toda la semana. Joder. ¡Joder! ¡JODER!».
─¿Qué sucede? ─«Problemas, seguro. Me van a complicar aún más los días, y no por ocio como tenía antes en mente, sino con trabajo, trabajo del duro además...», se respondió a sí mismo.
─Ha llegado esto. ─Le tendió el "book" con desgana.
Lo cogió, mirándolo despacio: en la superficide reflectante y lumínica se veía una fotografía aérea de una calle. Con un gesto de los dedos, sin llegar a tocar, expandió la imagen. Las calles avanzaron y se hicieron más cercanas, con mayor definición. Repitió el movimiento y el detalle se incrementó para que pudiera encontrar lo que esperaba no estuviera allí.
─Es de los grandes, ¿verdad?
─Sí.
─Entonces no volveré a casa para cenar.
─Me temo que no.
─Dígale al general que enseguida estaré allí.
La sala de mando estaba abarrotada, todos los paneles en las paredes, sobre las mesas o colgados del techo, vomitaban datos. Unos en forma dcon imágenes reconocibles de la ciudad: fotos por satélite, reconstrucciones CAD. Otras enseñando líneas y líneas de informes. Y algunas más gráficos y estadísticas. La gente trabajaba a toda velocidad, aumentando así la sensación de urgencia. Se detuvo al entrar, justo al límite del umbral, lo suficiente para que el sensor de proximidad aún lo viera y no cerrara las puertas correderas, y respiró profundamente.
«No llegaría para cenar... qué optimista soy a veces. Si es la mitad de grave de lo que parece voy a estar aquí toda la semana. Joder. ¡Joder! ¡JODER!».
viernes, 24 de octubre de 2014
¿Cómo es tu ciudad Invisible?
En una palabra: Silenciosa. Posiblemente esto no te diga nada, pero déjame intentar explicarlo de una forma sencilla; y para ello contestame a las siguientes preguntas: ¿Cuántas veces has pasado cerca de una reja un poco oxidada con altos setos descuidados? Muchas seguramente, algunas como mínimo. ¿Cuántas te has parado a ver qué había al otro lado? Ninguna. Ahora pregúntante cuántas ciudades invisibles has dejado atrás. ¿Y por qué? Porque no se oía nada, y esa ausencia de sonidos te hizo
seguir tus pasos porque allí no habría cosa alguna interesante. Así que, como entendarás, el truco para encontrar una ciudad invisible es usar los oídos en vez de los ojos. Olvidamos demasiado a menudo que, a veces, para ver algo, basta con escuchar atentamente...
martes, 2 de septiembre de 2014
Sin lugar a dudas...
¡Brillantes! Brillantes y llenas de color era como se describían las calles de Salnará. Nadie que la visitara usaría otras palabras ni mostraría otra cosa en su cara que no fuera una enorme sonrisa mientras las pronunciaba. En cada plaza de la ciudad podía uno participar en justas, bailes, juegos de cartas y de dados, festines; escuchar música y poesia, disfrutar del teatro... Miles de artistas pululaban por cada rincon de la ciudad con sus vistosos trajes, inundandolo todo de colores: alegres o tristes. No había ninguna persona de Salnará que no fuera feliz y se sintiera afortunada de haber nacido allí, y de entre aquellos que la visitaban ninguno deseaba marchar jamás, excepto tal vez Gerjo quién no veía el momento de salir de allí. Miraba siempre a las gentes siempre con una sonrisa en la cara, de atracción en atracción, ya fuera creándolas o participando en ellas, y no podía evitar preguntarse cómo era posible que ninguno de ellos quisiera algo más. Se había dado cuenta pronto, Salnará podía considerarse un brillante y colorido cielo en la tierra, pero para un pensador como él, aquella ciudad era lo más parecido al infierno. Sin lugar a dudas.
jueves, 7 de agosto de 2014
Menos es Más...
-Te noto distraido, ¿te pasa algo? -preguntó el viejo Lerón a Julius, sentado en el alféizar de la ventana con los pies colgando hacia fuera y con la mirada perdida a lo lejos, en los pastos verdes y las montañas cubiertas de nubes grises.
-Esta mañana me he dado cuenta de que entiendo cada vez menos y al mismo tiempo, más.
-Esta mañana me he dado cuenta de que entiendo cada vez menos y al mismo tiempo, más.
martes, 5 de agosto de 2014
En la Profundidad (4)
¡Nada! Allí no había nada. La "caja negra" estaba vacía, no mostraba ningún dato anómalo. Lo que fuera aquella cosa, que parecía poder viajar por el espacio por sí misma y a la vez atravesar el cristal reforzado de la sala de navegación , no había dejado ninguna traza en los sensores. Y lo que casi era peor, tampoco estaban recogidos los problemas en los aparatos de navegación y cartografía. Lucius gruñó y resopló. Aquel iba a ser un mal día. Sólo esperaba que no fuese el primero de muchos.
La puerta se abrió con un siseo cuando las juntas descomprimieron y un poco de aire escapó. Lucius se detuvo en seco, fuera estaba Reeva, mirándolo con sus ojos verdes de pupilas doradas. La mujer sonrió y sus dientes afilados y de aspecto metálico se dejaron ver. Era una imagen nada tranquilizadora.
--No le pregunté antes, capitán, ¿por qué lleváis una Wilson en el bolsillo?
«¡Maldita sea! Lo sabía, sabía que se había dado cuenta...», pensó mientras torcía el gesto.
Lucius se apartó un poco y le indicó que pasara al interior de la sala de seguridad.
--Reeva, esto no puede salir de aquí --dijo en cuanto la puerta se cerró de nuevo --. Es muy importante.
La mujer galiana asintió e intentó poner serio el rostro de piel blanca perla.
--Esta noche he tenido una visión, creo --la voz sonó resignada.
--Natia lo sabría... --La preocupación fue auténtica.
--Eso mismo pensé yo. Lo cierto es que en el sueño --no quería volver a repetir la palabra visión --todo estaba mal y Úlcer estaba muerto. Cuando desperté fui rápidamente a la cabina de navegación y aún estaba vivo, pero algo intentó atacarnos y le disparé con la Wilson, fulminándolo.
--¿Algo? Qué podría atravesar la mampara sin destruirla.
--Eso me gustaría saber. Pero no acaba ahí. Durante unos minutos los controles de navegación estaban revueltos. No mostraban los mismos datos.
--¿Por eso habéis venido aquí?
Lucius asintió.
--Pero no hay nada. Ningún registro.
--No puede ser. Deberíais informar a Vera.
--¡No! Por el momento nadie más debe saberlo.
--Capitán...
--He dicho n-a-d-i-e. No pensaba que tuvieras la lengua más suelta que Úlcer.
--No, capitán, pero es que no estoy cómoda con las mentiras, ya lo sabéis.
--Reeva, no estás mitiendo, sólo no contando algo. No es lo mismo.
--Para los galianos es lo mismo.
--Y por eso es porque muchas veces no te cuentan las cosas. --La mujer mostró en la cara que ese comentario le había dolido --. Como sea, por el momento necesito poder investigar lo que sucede con calma. No quiero que cunda el pánico. ¿Serás capaz?
--Si es una orden del capitán no me queda más remedio --sus palabras fluyeron resignadas.
--Te lo agradezco. Salgamos de aquí.
Cuando estuvieron en el pasillo, Lucius miró a Reeva fijamente.
--Una cosa más. Pon un ojo en Úlcer.
La mujer asintió antes de alejarse hacia el otro extremo del pasillo.
Lucius meneó la cabeza negativamente, todo empezaba a complicarse más de la cuenta.
La puerta se abrió con un siseo cuando las juntas descomprimieron y un poco de aire escapó. Lucius se detuvo en seco, fuera estaba Reeva, mirándolo con sus ojos verdes de pupilas doradas. La mujer sonrió y sus dientes afilados y de aspecto metálico se dejaron ver. Era una imagen nada tranquilizadora.
--No le pregunté antes, capitán, ¿por qué lleváis una Wilson en el bolsillo?
«¡Maldita sea! Lo sabía, sabía que se había dado cuenta...», pensó mientras torcía el gesto.
Lucius se apartó un poco y le indicó que pasara al interior de la sala de seguridad.
--Reeva, esto no puede salir de aquí --dijo en cuanto la puerta se cerró de nuevo --. Es muy importante.
La mujer galiana asintió e intentó poner serio el rostro de piel blanca perla.
--Esta noche he tenido una visión, creo --la voz sonó resignada.
--Natia lo sabría... --La preocupación fue auténtica.
--Eso mismo pensé yo. Lo cierto es que en el sueño --no quería volver a repetir la palabra visión --todo estaba mal y Úlcer estaba muerto. Cuando desperté fui rápidamente a la cabina de navegación y aún estaba vivo, pero algo intentó atacarnos y le disparé con la Wilson, fulminándolo.
--¿Algo? Qué podría atravesar la mampara sin destruirla.
--Eso me gustaría saber. Pero no acaba ahí. Durante unos minutos los controles de navegación estaban revueltos. No mostraban los mismos datos.
--¿Por eso habéis venido aquí?
Lucius asintió.
--Pero no hay nada. Ningún registro.
--No puede ser. Deberíais informar a Vera.
--¡No! Por el momento nadie más debe saberlo.
--Capitán...
--He dicho n-a-d-i-e. No pensaba que tuvieras la lengua más suelta que Úlcer.
--No, capitán, pero es que no estoy cómoda con las mentiras, ya lo sabéis.
--Reeva, no estás mitiendo, sólo no contando algo. No es lo mismo.
--Para los galianos es lo mismo.
--Y por eso es porque muchas veces no te cuentan las cosas. --La mujer mostró en la cara que ese comentario le había dolido --. Como sea, por el momento necesito poder investigar lo que sucede con calma. No quiero que cunda el pánico. ¿Serás capaz?
--Si es una orden del capitán no me queda más remedio --sus palabras fluyeron resignadas.
--Te lo agradezco. Salgamos de aquí.
Cuando estuvieron en el pasillo, Lucius miró a Reeva fijamente.
--Una cosa más. Pon un ojo en Úlcer.
La mujer asintió antes de alejarse hacia el otro extremo del pasillo.
Lucius meneó la cabeza negativamente, todo empezaba a complicarse más de la cuenta.
lunes, 28 de julio de 2014
En la profundidad (3)
Lucius tenía aún la Wilson en su mano mientras veía a Úlcer trabajar en los monitores. Ninguno de los dos había dicho algo aún. Al fin, el piloto dejó su frenético trabajo y se acomodó en el asiento en un intento de parecer más relajado.
--Los instrumentos ya están bien --suspiró --,o al menos lo parece.
--Bien. Quiero saber dónde estamos.
--Sí. --Su voz tembló.
--Por el momento ninguna palabra, Úlcer.
--Desde luego --contestó rápidamente.
Lucius lo miró con el gesto serio.
--Lo digo en serio. Eres el mayor bocazas que conozco, y eso en ocasiones está bien, pero no ahora. ¿Me entiendes?
--Sí Lucius, "tranqui".
--Si oigo alguna palabra al respecto no dudaderé en usar esto. --Movió la Wilson para que se viera.
Por unos instantes Úlcer lo tomó a broma, hasta que sus ojos se cruzaron con los de Lucius.
--Averigua dónde estamos. Algo me dice que no es en el sitio que deberíamos.
--En seguida.
Lucius salió de la cabina y dejó solo al piloto. Tenía muchas cosas en la cabeza. No sabía qué le preocupaba más, si lo que acababa de pasar o el sueño. Había tenido una maldita visión y eso no era bueno. Había oído de los que tenían visiones, y siempre acababan mal. De una forma u otra. Agitó la cabeza e intentó aclararse. Si estaban perdidos, como intuía, tendría que dar explicaciones a la tripulación, pero qué podía decirles. Gruñó. Si al menos Natia no los hubiera dejado en Resa-5 tendría a quién consultar. Y desde luego, intentar contactar con ella quedaba descartado. Al menos por el momento. No podía arriesgarse a que los descubrieran. Esperaba que no se encontraran en una situación tan desesperada que requiriera tener que hacer uso de las comunicaciones a larga distancia, porque entonces tendrían un problema.
Ensimismado en sus pensamientos, Lucius no vio a Reeva que avanzaba en sentido contrario por el pasillo ni escuchó el saludo. La mujer se paró delante de él, bloqueándole el paso.
--He dicho "Hola", capitán --sonrió, mostrando los dientes afilados y de brillo metálico.
--Hola. No te había visto.
--¿Os encontráis bien? Se os ve preocupado.
--Sí, no he descansado todo lo que quisiera --mintió.
--Entiendo. Voy al comedor, allí están ya Ruth y Lomar. Si queréis acompañarnos.
--No tengo hambre ahora mismo, gracias. No os demoréis demasiado, todos tenemos trabajo que hacer.
--No capitán, tomaremos algo rápido y acudiremos a nuestros puestos.
--Bien.
Siguió avanzando pero sintió la mirada de la mujer galiana sobre su espalda hasta que alcanzó la esquina al otro lado del pasillo. No podía evitar preguntarse si habría notado la mentira en sus palabras. Era un buen mentiroso, pero los galianos por lo general tenían cierta habilidad para "ver la verdad", y por eso entre otras cosas la llevaba a bordo. Apretó los puños y entró en la sala de seguridad en cuanto la puerta se abrió justo después de que la nave terminara de escanearlo y comprobar que efectivamente era él.
--Los instrumentos ya están bien --suspiró --,o al menos lo parece.
--Bien. Quiero saber dónde estamos.
--Sí. --Su voz tembló.
--Por el momento ninguna palabra, Úlcer.
--Desde luego --contestó rápidamente.
Lucius lo miró con el gesto serio.
--Lo digo en serio. Eres el mayor bocazas que conozco, y eso en ocasiones está bien, pero no ahora. ¿Me entiendes?
--Sí Lucius, "tranqui".
--Si oigo alguna palabra al respecto no dudaderé en usar esto. --Movió la Wilson para que se viera.
Por unos instantes Úlcer lo tomó a broma, hasta que sus ojos se cruzaron con los de Lucius.
--Averigua dónde estamos. Algo me dice que no es en el sitio que deberíamos.
--En seguida.
Lucius salió de la cabina y dejó solo al piloto. Tenía muchas cosas en la cabeza. No sabía qué le preocupaba más, si lo que acababa de pasar o el sueño. Había tenido una maldita visión y eso no era bueno. Había oído de los que tenían visiones, y siempre acababan mal. De una forma u otra. Agitó la cabeza e intentó aclararse. Si estaban perdidos, como intuía, tendría que dar explicaciones a la tripulación, pero qué podía decirles. Gruñó. Si al menos Natia no los hubiera dejado en Resa-5 tendría a quién consultar. Y desde luego, intentar contactar con ella quedaba descartado. Al menos por el momento. No podía arriesgarse a que los descubrieran. Esperaba que no se encontraran en una situación tan desesperada que requiriera tener que hacer uso de las comunicaciones a larga distancia, porque entonces tendrían un problema.
Ensimismado en sus pensamientos, Lucius no vio a Reeva que avanzaba en sentido contrario por el pasillo ni escuchó el saludo. La mujer se paró delante de él, bloqueándole el paso.
--He dicho "Hola", capitán --sonrió, mostrando los dientes afilados y de brillo metálico.
--Hola. No te había visto.
--¿Os encontráis bien? Se os ve preocupado.
--Sí, no he descansado todo lo que quisiera --mintió.
--Entiendo. Voy al comedor, allí están ya Ruth y Lomar. Si queréis acompañarnos.
--No tengo hambre ahora mismo, gracias. No os demoréis demasiado, todos tenemos trabajo que hacer.
--No capitán, tomaremos algo rápido y acudiremos a nuestros puestos.
--Bien.
Siguió avanzando pero sintió la mirada de la mujer galiana sobre su espalda hasta que alcanzó la esquina al otro lado del pasillo. No podía evitar preguntarse si habría notado la mentira en sus palabras. Era un buen mentiroso, pero los galianos por lo general tenían cierta habilidad para "ver la verdad", y por eso entre otras cosas la llevaba a bordo. Apretó los puños y entró en la sala de seguridad en cuanto la puerta se abrió justo después de que la nave terminara de escanearlo y comprobar que efectivamente era él.
miércoles, 23 de julio de 2014
En la profundidad (2)
Vera no aparecía. ¿Cuánto había pasado ya? ¿Veinte minutos? No podía tardar tanto, y cómo es que aún nadie había subido hasta la sala de navegación. Habría sido lo primero a comprobar, después la de máquinas. La pregunta de si sería el único superviviente intentó formarse en su cabeza pero la evitó levantándose con ímpetu de la silla. Dedicó una pequeña mirada al cadáver y se deslizó por la barandilla, bajando sin llegar a tocar ni uno solo de los quince pequeños y metálicos peldaños. Cuando sus pies tocaron el suelo de rejilla metálica sus ojos se abrieron y se encontró en el camarote. Desorientado se levantó.
La cabeza le martilleaba por todos lados y el estómago lo notaba revuelto. Corrió hasta la sala de navegación y subió las escaleras. Allí estaba Úlcer maldiciendo y reajustando los parámetros que aparecían en la pantalla. Lucius saludó al piloto, que ni lo había visto entrar, y se sentó en el otro asiento mientras llevaba la mano bajo el asiento. Se fijó en que el mamparo que protegía el cristal de observación estaba bajado en esos momentos, al contrario de como estaba en la "visión".
--¿Qué sucede?
--Eso me gustaría saber. Todo se ha vuelto loco. ¿Ves esto? Pues no debería estar así, para nada. Marca unas coordenadas equivocadas. En cambio, aquí, en el Plano de Navegación está correcto. No sé cómo pueden mostrar algo diferente, y lo que es peor, no sé a cuál debo hacerle caso.
Se fijó en la hora en la pantalla, era algo que en la visión también había visto bien, quedaba menos de dos minutos-T para que él apareciera.
--Abre la mampara.
--¿Para qué?
--Tú ábrela.
Cuando el cristal quedó expuesto la negrura del espacio salpicada por lejanos puntos de luz apareció ante sus ojos. Lucius fijó su vista en la oscuridad. Úlcer lo imitó, creyendo que estaría intentando reconocer algún grupo de estrellas.
Lucius sacó la Wilson con un movimiento relámpago y disparó hacia el cristal. Una especie de grito se oyó inmediatamente después del chasquido del arma al ser disparada.
--¿Qué ha sido eso? --Úlcer temblaba.
--No tengo ni idea, pero algo malo...
La cabeza le martilleaba por todos lados y el estómago lo notaba revuelto. Corrió hasta la sala de navegación y subió las escaleras. Allí estaba Úlcer maldiciendo y reajustando los parámetros que aparecían en la pantalla. Lucius saludó al piloto, que ni lo había visto entrar, y se sentó en el otro asiento mientras llevaba la mano bajo el asiento. Se fijó en que el mamparo que protegía el cristal de observación estaba bajado en esos momentos, al contrario de como estaba en la "visión".
--¿Qué sucede?
--Eso me gustaría saber. Todo se ha vuelto loco. ¿Ves esto? Pues no debería estar así, para nada. Marca unas coordenadas equivocadas. En cambio, aquí, en el Plano de Navegación está correcto. No sé cómo pueden mostrar algo diferente, y lo que es peor, no sé a cuál debo hacerle caso.
Se fijó en la hora en la pantalla, era algo que en la visión también había visto bien, quedaba menos de dos minutos-T para que él apareciera.
--Abre la mampara.
--¿Para qué?
--Tú ábrela.
Cuando el cristal quedó expuesto la negrura del espacio salpicada por lejanos puntos de luz apareció ante sus ojos. Lucius fijó su vista en la oscuridad. Úlcer lo imitó, creyendo que estaría intentando reconocer algún grupo de estrellas.
Lucius sacó la Wilson con un movimiento relámpago y disparó hacia el cristal. Una especie de grito se oyó inmediatamente después del chasquido del arma al ser disparada.
--¿Qué ha sido eso? --Úlcer temblaba.
--No tengo ni idea, pero algo malo...
viernes, 27 de junio de 2014
En la profundidad (1)
Un giro brusco, tan brusco como para que los motores de inercia fueran incapaces de compensarlo y tan brusco como para que Lucius se despertara con él; pero no fue eso lo que lo preocupó, no, sino la ausencia del zumbido que indicase que los motores continuaban en marcha. Eso sí le hizo levantarse de inmediato y saltar de su camastro al suelo. Sin pararse a ponerse las botas salió al estrecho, y siempre lleno de grasa, pasillo y corrió hasta llegar hasta la cabina de navegación -Iba a tener unas palabras de lo más serias con Úlcer. Empezaba a estar muy harto de sus bromas-. Al principio no notó nada fuera de lugar que no hubiera notado al despertar. Úlcer, el piloto, estaba cómodamente echado en el sillón, como si se estuviese dormido, pero no lo estaba, eso pudo comprobarlo Lucius en cuanto sobrepasó el respaldo. Algo había matado a Úlcer sin dejar una sola marca y detenido la nave. Miró en derredor buscando alguna pista del atacante, por lo que él sabía aún podía estar ahí, luego echó un ojo a los mandos y las pantallas de navegación, todo parecía estar en verde, o sea, funcionando como debía, así que ¿por qué el zumbido ya no estaba? Y, ¿por qué no había saltado ni una maldita alarma? Se acercó al panel de comunicaciones y abrió el canal interno. El micrófono sobre su cabeza, oculto en alguna parte tras los paneles del techo, chasqueó y soltó un poco de estática antes de quedar en silencio. Separó el dedo del botón. El protocolo de emergencias para algo como eso decía claramente que el capitán debía reunirs a toda la tripulación para pasar revista, pero ¿y si era eso precísamente lo que el atacante quería? Una vez que todos estuvieran en el mismo sitio podrían eliminarlos con facilidad. Volvió a poner su mano en los controles de comunicación, pero ahora abrió un canal interno y privado.
--Vera. Reúnete conmigo en la sala de navegación, de inmediato.
No esperó respuesta. Se dejó caer en el sillón del segundo piloto y buscó algo bajo el mismo. Sus dedos se cerraron sobre una empuñadura rugosa y de tacto metálico. Se sintió más tranquilo en cuanto tuvo entre sus manos la pequeña Wilson: no era el arma más mortífera del Universo pero bien podía abrirle un agujero como un puño a un hombre adulto; y sin dañar el casco.
--Vera. Reúnete conmigo en la sala de navegación, de inmediato.
No esperó respuesta. Se dejó caer en el sillón del segundo piloto y buscó algo bajo el mismo. Sus dedos se cerraron sobre una empuñadura rugosa y de tacto metálico. Se sintió más tranquilo en cuanto tuvo entre sus manos la pequeña Wilson: no era el arma más mortífera del Universo pero bien podía abrirle un agujero como un puño a un hombre adulto; y sin dañar el casco.
jueves, 5 de junio de 2014
Único
«Has venido hasta aquí. Por fin has entendido qué eres. Por fin las preguntas cobran otro sentido y no requieren una respuesta. Por fin aceptas que tu camino no viaja junto a nadie. Aún te dolerá, un tiempo. Aún tienes que aceptar por completo tu esencia. Aún debes aprender que aunque haya otros como tú, tampoco podrás viajar con ellos. No es un destino que escojamos, el Universo no nos ha dejado esa opción, para los que son como nosotros, como tú y como yo, la Ilusión se ha desvanecido, para siempre. Una vez que te asomas a esa ventana jamás puedes regresar.
Vivimos junto a ellos, pero no somos uno de ellos. Ellos jamás nos entenderán...».
miércoles, 21 de mayo de 2014
Mirándote a los ojos...
«Sólo hay una forma de hacer esto, y es mirándote a los ojos, viéndote respirar o contener el aire mientras dejo que mis palabras broten de mi garganta... Y es que sé que puedes convertirte en lo mejor que me ocurra en la vida... y lo peor. No quiero engañarte. Lo peor porque estando contigo no concibo no estarlo nunca más, lo peor porque tu ausencia hiere, lo peor porque no podría apartarte de mis pensamientos nunca jamás. Y eres lo mejor porque simplemente podrías ser lo peor...».
--¿Tú qué opinas de esta declaración de amor...?
--¿Tú qué opinas de esta declaración de amor...?
viernes, 11 de abril de 2014
Maestro...
Entró a toda velocidad en la estancia, acelerado. Llegaba tarde, pero muchas cosas habían pasado: el regreso de Qüelot en la noche, la fuga al viejo molino para contarse todo lo que había pasado en el último año, la súbita aparición de Irina, su beso y sus caricias...
El Maestro Gormen, sin apartar la mirada de los alambiques, alientos de vapor y líquidos burbujeantes, levantó una mano y le indicó que se detuviera. Se quedó donde estaba, a medio metro de la puerta, esperando que le diera permiso para moverse.
Hasta que el líquido en una de las redomas en el fuego no tornó del amarillo al verde, el Maestro Gormen no abrío la boca.
-¿Qué te ha retrasado? -Había enojo en su voz.
-Qüelot vino anoche.
-¿Y?
-Me ha contado sus experiencias de este último año -había abatimiento en sus palabras.
-Entiendo...
El Maestro Gormen, sin apartar la mirada de los alambiques, alientos de vapor y líquidos burbujeantes, levantó una mano y le indicó que se detuviera. Se quedó donde estaba, a medio metro de la puerta, esperando que le diera permiso para moverse.
Hasta que el líquido en una de las redomas en el fuego no tornó del amarillo al verde, el Maestro Gormen no abrío la boca.
-¿Qué te ha retrasado? -Había enojo en su voz.
-Qüelot vino anoche.
-¿Y?
-Me ha contado sus experiencias de este último año -había abatimiento en sus palabras.
-Entiendo...
jueves, 3 de abril de 2014
Resa 5 (1)
-¡Bay! ¡Eh, Bay! ¡No se duerma!
El soldado abrió los ojos bajo la máscara y parpadeó varias veces.
-Ya estoy despierto, ya lo estoy -la desidia resonó en su voz.
-Menos mal. No entiendo cómo puede dormirse en una situación como ésta.
-Tú eres nuevo, ¿verdad? En Resa 5 nunca pasa nada. NUNCA...
Un estruendo ensordecedor, como si la montaña gigantesca y helada que tenían justo enfrente hubiera decidido derrumbarse, lo silenció todo por unos segundos. Cuando el sonido cesó miles y miles de diminutas formas comenzaron descender a toda velocidad por la ladera nevada.
-Novato, novato y gafe. ¡Un gafe de cojones...!
El soldado abrió los ojos bajo la máscara y parpadeó varias veces.
-Ya estoy despierto, ya lo estoy -la desidia resonó en su voz.
-Menos mal. No entiendo cómo puede dormirse en una situación como ésta.
-Tú eres nuevo, ¿verdad? En Resa 5 nunca pasa nada. NUNCA...
Un estruendo ensordecedor, como si la montaña gigantesca y helada que tenían justo enfrente hubiera decidido derrumbarse, lo silenció todo por unos segundos. Cuando el sonido cesó miles y miles de diminutas formas comenzaron descender a toda velocidad por la ladera nevada.
-Novato, novato y gafe. ¡Un gafe de cojones...!
miércoles, 12 de marzo de 2014
En la Cornisa...
--¡QUÉ HACES! -- sonó cargada de pavor.
Sin inmutarse por el pánico de la voz, se giró y alzó la cabeza, permitiendo que sus ojos se cruzaran con los que le miraban desde más arriba. A su espalda quedaban varios metros de vacío.
--¿Qué haces ahí? --Pasada la impresión inicial pareció recobrar un poco el control del tono. --Quítate de ahí -- intentó ser lo más suave posible.
--¿Para qué? Estoy tan cansado de caer al vacío... Quiero que haya una última vez. Ya no puedo más. No puedo recomponerme de nuevo. No puedo.
--¿Quieres dejar de decir tonterías, por favor?
--No son tonterías. "El siempre lo mismo" ha terminado por agotarme. He cambiado la forma de hacer las cosas, una y otra vez, con el mismo resultado a cada ocasión. No lo aguanto más. Sólo me queda cambiarme a mí mismo. Dejar que el vacío entre aquí para que nada importe. Y si hago eso, aunque respire, aunque hable, aunque se me pueda ver, en realidad, ya estaré muerto. Soy quién soy, hasta el final, con todas sus consecuencias. Y las consecuencias son que ya no deseo seguir existiendo.
--No digas eso...
--Lo siento, de verdad que lo siento. Se suponía que no vendríais hasta mañana. Lo siento...
En un instante demasiado lento se precipitaba al vacío tras él, que lo abrazó como una madre cariñosa. Lo siguiente fue el estruendo de un golpe, acompañado del crujir de metal y plástico al romperse, y cristales hechos añicos. Siguió el estridente sonido de una alarma.
Sin inmutarse por el pánico de la voz, se giró y alzó la cabeza, permitiendo que sus ojos se cruzaran con los que le miraban desde más arriba. A su espalda quedaban varios metros de vacío.
--¿Qué haces ahí? --Pasada la impresión inicial pareció recobrar un poco el control del tono. --Quítate de ahí -- intentó ser lo más suave posible.
--¿Para qué? Estoy tan cansado de caer al vacío... Quiero que haya una última vez. Ya no puedo más. No puedo recomponerme de nuevo. No puedo.
--¿Quieres dejar de decir tonterías, por favor?
--No son tonterías. "El siempre lo mismo" ha terminado por agotarme. He cambiado la forma de hacer las cosas, una y otra vez, con el mismo resultado a cada ocasión. No lo aguanto más. Sólo me queda cambiarme a mí mismo. Dejar que el vacío entre aquí para que nada importe. Y si hago eso, aunque respire, aunque hable, aunque se me pueda ver, en realidad, ya estaré muerto. Soy quién soy, hasta el final, con todas sus consecuencias. Y las consecuencias son que ya no deseo seguir existiendo.
--No digas eso...
--Lo siento, de verdad que lo siento. Se suponía que no vendríais hasta mañana. Lo siento...
En un instante demasiado lento se precipitaba al vacío tras él, que lo abrazó como una madre cariñosa. Lo siguiente fue el estruendo de un golpe, acompañado del crujir de metal y plástico al romperse, y cristales hechos añicos. Siguió el estridente sonido de una alarma.
lunes, 10 de marzo de 2014
Una vez...
... Escuché estas palabras: «Nunca sabe uno quién puede alcanzarle el corazón, de lleno, y enamorarle. Y nunca se sabe si has de hablar, antes, pronto, o después. Nunca se sabe, no al menos hasta que todo ha pasado... Te lo digo yo, que aprendí demasiadas lecciones cuando ya no tenían sentido, cuando el tiempo había pasado, cuando sólo podía mirar al pasado y recordar ecos vagos. Confía en la sabiduría de este viejo sabio que aprendió demasiado tarde...»
lunes, 17 de febrero de 2014
El Último Viaje
La pluma de pavo reflejó la luz del pequeño farol, que iluminaba el escritorio, y emitió algunos destellos verdiazulados. Despacio, con mucho mimo, mojó la punta en el tintero para continuar escribiendo. Aspiró hondo mientras miraba sus trazos, su pulso ya no era como antes. Mojó de nuevo y miró de reojo la luz rutilante, encerrada entre cristales. Se quedó un momento con la vista fija en la llama, pensativo, y, después, prosiguió. Dejó la pluma sobre la mesa, a un lado de los folios, sopló sobre la tinta y se ajustó las lentes antes de empezar a leer lo último que había escrito:
Partida y adiós. La Comarca, después de que Frodo Bolsón la rescatara. Los amigos que se fueron. Los amigos que se quedaron.
Por Samsagaz Gamyi
Sonrió satisfecho y cerró lentamente el libro. Aspiró el aroma de la piel roja de las tapas que mantenían aquella encuadernación y la acarició con una mano, despacio. El cuero rojo había perdido tras los años el brillo, pero ahora tenía un aspecto regio, sabio. Sin saber porqué lo abrió de nuevo y hojeó despacio. Allí estaba la letra errabunda de Bilbo y la escritura apretada y fluida de Frodo, y ahora, también la suya, aunque no había conseguido que fuera una letra tan bonita como la de aquellos dos. Sus ojos reposaron sobre el alféizar de la ventana, abierta para dejar entrar el frescor de las últimas noches de verano, y su mente vagó al pasado. Allí, también una noche, se podía decir que había comenzado su viaje cuando escuchó, a escondidas, la conversación entre el señor Frodo y Gandalf. Se dio cuenta de lo lejos que quedaba todo aquello y se preguntó por sus amigos, como había hecho cada noche en los últimos cinco años, desde que retomara la escritura de aquel libro que le dejara Frodo antes de marcharse. Había vuelto a escribir tras la muerte de su esposa Rosita. Una lágrima se derramó por su mejilla al recordar a su amada esposa.
Los gallos comenzaron a cantar poco antes del alba, aunque ya hacía mucho rato que estaba despierto. En verdad no había pegado ojo en toda la noche. A los pies de la cama reposaba una mochila preparada para el viaje.
El sol brillaba con intensidad entre las montañas, antes de dejarse ver por completo y el aire matutino aún tenía cierto frescor. Salió despacio, con su mochila al hombro y cerró la puerta de Bolsón Cerrado. En vez de tomar el camino principal se dirigió a la parte de atrás, donde había un magnífico jardín lleno de árboles gigantescos con hojas de un verde plateado increíble, el regalo de Galadriel a Sam, hacía ya también, demasiado tiempo. Aspiró con fuerza y la fragancia evocó aún más recuerdos. Avanzó, despacio, hasta las nudosas y enormes raíces de uno de los gigantescos árboles y depositó, sobre un pequeño montículo de tierra con una pequeña losa de piedra encima, una enorme rosa roja y espléndida. En la piedra, tallada, podía leerse la siguiente inscripción: “Mi preciosa Rosita”. Después de eso se dirigió a un palomar y tomó dos fuertes y jóvenes ejemplares, a los que ató dos pequeños mensajes en las patas. En uno de ellos podía leerse Gimli y en el otro Aragorn. Miró como las dos aves seguían juntas un trecho del vuelo y después se separaban, perdiéndose por completo de vista. Dejó la portezuela abierta para que el resto de aves pudieran salir si asó lo deseaban. Miró una última vez a su jardín, a Bolsón Cerrado y a la Comarca, antes de comenzar a caminar sin ya mirar de nuevo atrás.
Hacía más de una semana que dejara atrás Bolsón Cerrado, no pudo evitar preguntarse si alguno de sus hijos o nietos abría notado ya su ausencia y si habrían preparado una cuadrilla para salir en su búsqueda. Sonrió con melancolía mientras se sentaba bajo la sombra de una frondosa higuera. La mochila la dejó a un lado y el grueso bastón de roble con el que se ayudaba para andar, al otro. Tras descansar un rato, comenzó a preparar el fuego para cocinar un conejo que había cazado poco antes del amanecer.
El olorcillo de la carne asada aún estaba en el aire y Sam se encontraba recostado contra el tronco, medio dormido, mientras reposaba la comida, cuando le pareció escuchar una voz profunda y alegre que cantaba: ¡Hola, dol! ¡Feliz, dol! ¡Toca un don diló…! Se incorporó, tan rápido como se lo permitieron sus viejos huesos, con el corazón acelerado, y miró a su alrededor. Al cabo de unos minutos meneó la cabeza con melancolía, mientras pensaba que su memoria le había jugado una mala pasado, ya que por un momento habría jurado haber oído la voz de Ton Bombadil cantando aquella canción, cuando viajaba junto al señor Frodo, Merry y Pippin, por el Bosque Viejo, al comienzo de todo y no eran más que cuatro hobbits asustados. Al recordar aquello se sintió tan viejo como era. Había pasado tanto tiempo que todo lo ocurrido empezaba ya a ser una historia, un cuento. «Un cuento», se dijo mientras sonreía pensando que era lo mejor que podía pasar, que todo aquello se convirtiera, simplemente, en una historia para contar a los niños y los no tan niños.
Sam miró a su alrededor, a través de aquellas dos lentes de cristal que le ayudaban a ver ahora que su vista estaba mermada por la edad, y vio como las hojas comenzaban a amarillear en algunos árboles y como, poco a poco, en el suelo empezaba a tejerse ya aquel manto crujiente de marrones, ocres y rojos.
El olor a sal le llegó a la nariz y sintió sobre su cara algunas gotas de agua. Sam se estiró y se esforzó por mirar adelante. Allí, ante él, estaban los Puertos Grises, semiocultos por la bruma. Al fin había llegado.
La arena estaba fría aquella mañana de veintidós de Septiembre. Sam miró al agua y más allá, al horizonte, esperando ver las velas de algún navío pero no vio nada. Sintió que el corazón le daba un vuelco.
Las horas pasaban y el sol cada vez estaba más cerca de dejar paso a la noche y sobre el agua no se vislumbraba ninguna nave. Suspiró mientras unas lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Desde que había muerto Rosita sabía que algún día tendría que ir a los Puertos, lo sentía en sus huesos, en su alma, y allí se encontraría con Frodo, con Bilbo, incluso con Gandalf; pero ahora temía estar equivocado.
Un suave toque en el hombro lo despertó. Sam abrió y cerró varias veces los ojos, adormilado, y se puso los anteojos. Ante él había alguien y tras la figura, se veían algunas luces y otras figuras. El rostro de Sam, lleno de arrugas por la edad, esbozó una amplia sonrisa e intentó hablar, pero no podía, las emociones se habían atorado en su garganta.
–Hola Sam. –La voz era la del señor Frodo, que estaba igual de delgado que la última vez que lo viera, pero en su rostro ya no había atisbo de dolor, sólo se apreciaba una enorme paz.
–¡Señor Frodo! –Consiguió articular mientras ambos se abrazaban entre lágrimas de alegría por aquel reencuentro.
–Maese Samsagaz –se escuchó una voz grave a la vez que alegre, tras ellos –, ¿sólo pensáis saludar a Frodo?
Sam abrió los ojos de par en par, allí estaba también Gandalf, vestido de blanco, con su bastón del que salía una luz azulada.
–Lo sabía, sabía que tenía que venir y volver a veros.
–Feliz encuentro entonces –bramó entre carcajadas Gandalf mientras abrazaba a Sam con alegría.
–¿Y Bilbo? –preguntó.
–Te espera en la nave –afirmó Frodo.
–¿Entonces puedo ir con vosotros?
–Así es, Sam, ha llegado el momento.
–Terminé el libro, Señor Frodo.
–Lo sé, Sam, lo sé Y ahora, vamos, hay tanto que tienes que contarnos.
Esto lo escribí hace mucho tiempo como un homenaje, tanto a la obra de JRR Tolkein, como de un personaje que para mi fue el mejor del libro: Samsagaz; y siempre desde el más profundo respecto y admiración. Es un posible final para Sam, imagino, ya que, aunque durante un corto periodo de tiempo fue portador del anillo único. Como sea, espero que os guste, especialmente si habéis leído El Señor de los Anillos y lo disfrutastéis.
Partida y adiós. La Comarca, después de que Frodo Bolsón la rescatara. Los amigos que se fueron. Los amigos que se quedaron.
Por Samsagaz Gamyi
Sonrió satisfecho y cerró lentamente el libro. Aspiró el aroma de la piel roja de las tapas que mantenían aquella encuadernación y la acarició con una mano, despacio. El cuero rojo había perdido tras los años el brillo, pero ahora tenía un aspecto regio, sabio. Sin saber porqué lo abrió de nuevo y hojeó despacio. Allí estaba la letra errabunda de Bilbo y la escritura apretada y fluida de Frodo, y ahora, también la suya, aunque no había conseguido que fuera una letra tan bonita como la de aquellos dos. Sus ojos reposaron sobre el alféizar de la ventana, abierta para dejar entrar el frescor de las últimas noches de verano, y su mente vagó al pasado. Allí, también una noche, se podía decir que había comenzado su viaje cuando escuchó, a escondidas, la conversación entre el señor Frodo y Gandalf. Se dio cuenta de lo lejos que quedaba todo aquello y se preguntó por sus amigos, como había hecho cada noche en los últimos cinco años, desde que retomara la escritura de aquel libro que le dejara Frodo antes de marcharse. Había vuelto a escribir tras la muerte de su esposa Rosita. Una lágrima se derramó por su mejilla al recordar a su amada esposa.
Los gallos comenzaron a cantar poco antes del alba, aunque ya hacía mucho rato que estaba despierto. En verdad no había pegado ojo en toda la noche. A los pies de la cama reposaba una mochila preparada para el viaje.
El sol brillaba con intensidad entre las montañas, antes de dejarse ver por completo y el aire matutino aún tenía cierto frescor. Salió despacio, con su mochila al hombro y cerró la puerta de Bolsón Cerrado. En vez de tomar el camino principal se dirigió a la parte de atrás, donde había un magnífico jardín lleno de árboles gigantescos con hojas de un verde plateado increíble, el regalo de Galadriel a Sam, hacía ya también, demasiado tiempo. Aspiró con fuerza y la fragancia evocó aún más recuerdos. Avanzó, despacio, hasta las nudosas y enormes raíces de uno de los gigantescos árboles y depositó, sobre un pequeño montículo de tierra con una pequeña losa de piedra encima, una enorme rosa roja y espléndida. En la piedra, tallada, podía leerse la siguiente inscripción: “Mi preciosa Rosita”. Después de eso se dirigió a un palomar y tomó dos fuertes y jóvenes ejemplares, a los que ató dos pequeños mensajes en las patas. En uno de ellos podía leerse Gimli y en el otro Aragorn. Miró como las dos aves seguían juntas un trecho del vuelo y después se separaban, perdiéndose por completo de vista. Dejó la portezuela abierta para que el resto de aves pudieran salir si asó lo deseaban. Miró una última vez a su jardín, a Bolsón Cerrado y a la Comarca, antes de comenzar a caminar sin ya mirar de nuevo atrás.
Hacía más de una semana que dejara atrás Bolsón Cerrado, no pudo evitar preguntarse si alguno de sus hijos o nietos abría notado ya su ausencia y si habrían preparado una cuadrilla para salir en su búsqueda. Sonrió con melancolía mientras se sentaba bajo la sombra de una frondosa higuera. La mochila la dejó a un lado y el grueso bastón de roble con el que se ayudaba para andar, al otro. Tras descansar un rato, comenzó a preparar el fuego para cocinar un conejo que había cazado poco antes del amanecer.
El olorcillo de la carne asada aún estaba en el aire y Sam se encontraba recostado contra el tronco, medio dormido, mientras reposaba la comida, cuando le pareció escuchar una voz profunda y alegre que cantaba: ¡Hola, dol! ¡Feliz, dol! ¡Toca un don diló…! Se incorporó, tan rápido como se lo permitieron sus viejos huesos, con el corazón acelerado, y miró a su alrededor. Al cabo de unos minutos meneó la cabeza con melancolía, mientras pensaba que su memoria le había jugado una mala pasado, ya que por un momento habría jurado haber oído la voz de Ton Bombadil cantando aquella canción, cuando viajaba junto al señor Frodo, Merry y Pippin, por el Bosque Viejo, al comienzo de todo y no eran más que cuatro hobbits asustados. Al recordar aquello se sintió tan viejo como era. Había pasado tanto tiempo que todo lo ocurrido empezaba ya a ser una historia, un cuento. «Un cuento», se dijo mientras sonreía pensando que era lo mejor que podía pasar, que todo aquello se convirtiera, simplemente, en una historia para contar a los niños y los no tan niños.
Sam miró a su alrededor, a través de aquellas dos lentes de cristal que le ayudaban a ver ahora que su vista estaba mermada por la edad, y vio como las hojas comenzaban a amarillear en algunos árboles y como, poco a poco, en el suelo empezaba a tejerse ya aquel manto crujiente de marrones, ocres y rojos.
El olor a sal le llegó a la nariz y sintió sobre su cara algunas gotas de agua. Sam se estiró y se esforzó por mirar adelante. Allí, ante él, estaban los Puertos Grises, semiocultos por la bruma. Al fin había llegado.
La arena estaba fría aquella mañana de veintidós de Septiembre. Sam miró al agua y más allá, al horizonte, esperando ver las velas de algún navío pero no vio nada. Sintió que el corazón le daba un vuelco.
Las horas pasaban y el sol cada vez estaba más cerca de dejar paso a la noche y sobre el agua no se vislumbraba ninguna nave. Suspiró mientras unas lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Desde que había muerto Rosita sabía que algún día tendría que ir a los Puertos, lo sentía en sus huesos, en su alma, y allí se encontraría con Frodo, con Bilbo, incluso con Gandalf; pero ahora temía estar equivocado.
Un suave toque en el hombro lo despertó. Sam abrió y cerró varias veces los ojos, adormilado, y se puso los anteojos. Ante él había alguien y tras la figura, se veían algunas luces y otras figuras. El rostro de Sam, lleno de arrugas por la edad, esbozó una amplia sonrisa e intentó hablar, pero no podía, las emociones se habían atorado en su garganta.
–Hola Sam. –La voz era la del señor Frodo, que estaba igual de delgado que la última vez que lo viera, pero en su rostro ya no había atisbo de dolor, sólo se apreciaba una enorme paz.
–¡Señor Frodo! –Consiguió articular mientras ambos se abrazaban entre lágrimas de alegría por aquel reencuentro.
–Maese Samsagaz –se escuchó una voz grave a la vez que alegre, tras ellos –, ¿sólo pensáis saludar a Frodo?
Sam abrió los ojos de par en par, allí estaba también Gandalf, vestido de blanco, con su bastón del que salía una luz azulada.
–Lo sabía, sabía que tenía que venir y volver a veros.
–Feliz encuentro entonces –bramó entre carcajadas Gandalf mientras abrazaba a Sam con alegría.
–¿Y Bilbo? –preguntó.
–Te espera en la nave –afirmó Frodo.
–¿Entonces puedo ir con vosotros?
–Así es, Sam, ha llegado el momento.
–Terminé el libro, Señor Frodo.
–Lo sé, Sam, lo sé Y ahora, vamos, hay tanto que tienes que contarnos.
Esto lo escribí hace mucho tiempo como un homenaje, tanto a la obra de JRR Tolkein, como de un personaje que para mi fue el mejor del libro: Samsagaz; y siempre desde el más profundo respecto y admiración. Es un posible final para Sam, imagino, ya que, aunque durante un corto periodo de tiempo fue portador del anillo único. Como sea, espero que os guste, especialmente si habéis leído El Señor de los Anillos y lo disfrutastéis.
viernes, 14 de febrero de 2014
La Solución
Después de pensarlo mucho tiempo, más del necesario, más del permitido, más del adecuado, había encontrado la solución a su problema. Casi le sorprendía que aquella fuera la solución, que hubiera estado con él durante tanto tiempo; aunque tenía que reconocer que era tan fácil como difícil. Incluso en algún momento se acercaba más a lo imposible que lo improbable. ¿Y cuál era la solución? Dejar de ser él mismo. Únicamente debía olvidar quién era, lo que había sido y lo que posiblemente fuera. Sólo tenía que vaciarse, desfigurándose tanto que la próxima vez que se mirara en el espejo, los ojos al otro lado del cristal no fueran los suyos, sino los de algún otro: un desconocido. Otro que no sabía nada de él.
lunes, 10 de febrero de 2014
Misterios (2)
"La Bahía", como llamaban cariñosamente a la plataforma de aterrizaje de la brutal mole arquitectónica conocida en el mundo entero como, "El Cíclope", se mostraba bajo ellos. Las turbulencias durante el trayecto fueron más de las que cualquiera de los tres en el interior del vehículo habrían admitido como aceptables, por lo que tenían el fuerte deseo de verse en tierra. Si es que a la base donde "El Cíclope" se cimentaba podía llamársela así. Construído en mitad del Atlántico Norte, sobre unos enórmes pilares que se hundían kilómetros bajo el océano hasta anclarse en el fondo, se elevaba mil quinientos metros por encima de la superficie del agua. Desde allí, desde aquella torre de vídrio, acero, titáneo y carbono, el CNU. Centro de Naciones Unidadas, (UNC. United Nations Center en sus siglas en inglés) controlaba los pasos de todo el globo. Se suponía que era una salvaguarda para evitar que sucedieran nuevamente hechos como los que incendiaron Europa y USA, y tras ellos gran parte del mundo, en el 2070; cuando por fin, los efectos de la crisis económica que comenzara en el 2008, se hicieron reales para tal número de la población mundial, que la insurgencia y la rebelión brotó en cualquier lugar. La estafa de las grandes corporaciones empresariales oculta bajo "la crisis", finalmente había quedado descubierta y, con el tiempo, tomada como inaceptable. Tras un periodo de 9 años en el que la guerra asoló la mayor parte del planeta, precedida de la miseria y el hambre, en el 2079, el 23 de Noviembre a las 12 del medio día, según el horario de Greenwich, la guerra cesó. Las inmensas fortunas acaudaladas por unos pocos se repartieron entre muchos y, de alguna manera, el contador se puso a cero. Una vez más. Así nació, en el 2083, cuatro años después, el CNU, con la misión de controlarlo todo y a todos, para evitar una nueva tragedia.
Sabía desde el principio que la llevarían allí, siempre era ese el protocolo, pero los rostros que se cruzaban por los pasillos con sus ojos azules (en aquella ocasión) mostraban una clase de tensión que no era la típica del estrés en el trabajo. No, era algo más. No sabía aún el qué, pero lo averiguaría. En ese momento dedujo que no iban a salir del edificio en una buena temporada. No habían ido en su busca para darle un montón de informes y usar su experiencia de campo en cualquier lugar del mundo, no. Esa vez "cualquier lugar del mundo" sería, ni más ni menos, que la sede central del CNU. No pudo evitar sentir un cosquilleo en la nuca. Una sensación hueca que siempre avisaba de problemas. Habían entrado por arriba, por el helipuerto en la parte más alta del edificio, lo que significaba que se encontraban en la última planta. Seguramente, sólo los de allí supieran que algo había pasado. Bajar un piso más habría sido encontrarse de cara con la normalidad. Pero que algo alterara a los que lo veían y escuchaban todo, era, cuanto menos, para no descartar la preocupación y, por qué no, algo de miedo. No pudo evitar preguntarse qué reto iban a presentarle y si estaría a la altura.
Sabía desde el principio que la llevarían allí, siempre era ese el protocolo, pero los rostros que se cruzaban por los pasillos con sus ojos azules (en aquella ocasión) mostraban una clase de tensión que no era la típica del estrés en el trabajo. No, era algo más. No sabía aún el qué, pero lo averiguaría. En ese momento dedujo que no iban a salir del edificio en una buena temporada. No habían ido en su busca para darle un montón de informes y usar su experiencia de campo en cualquier lugar del mundo, no. Esa vez "cualquier lugar del mundo" sería, ni más ni menos, que la sede central del CNU. No pudo evitar sentir un cosquilleo en la nuca. Una sensación hueca que siempre avisaba de problemas. Habían entrado por arriba, por el helipuerto en la parte más alta del edificio, lo que significaba que se encontraban en la última planta. Seguramente, sólo los de allí supieran que algo había pasado. Bajar un piso más habría sido encontrarse de cara con la normalidad. Pero que algo alterara a los que lo veían y escuchaban todo, era, cuanto menos, para no descartar la preocupación y, por qué no, algo de miedo. No pudo evitar preguntarse qué reto iban a presentarle y si estaría a la altura.
miércoles, 22 de enero de 2014
La Ventana
<< Es curioso cómo una imagen que antes te hacía vibrar el corazón de entusiasmo, puede convertirse en algo que sólo provoque repulsa, primero, y luego la más absoluta de las indiferencias >>
Héctor alzó los ojos de lo que estaba haciendo y se encontró con la espalda de Aníbal al otro lado de la habitación, justo ante la ventana, con la mirada hacia fuera. Era imposible saber a qué se refería. Sus manos se mantenían ocultas, por lo que Héctor no podía saber si tenía, o no, el "smartphone", cosa más que probable porque rara vez lo soltaba, ni para comer; o si bien, simplemente, su vista se paseaba por la nada colorida calle a la que daban las vistas de su salón-comedor. Héctor no se molestó en preguntar, simplemente agachó la cabeza y siguió con su tarea. No quería saber a qué se refería su compañero de piso. No quería saberlo de verdad, con convencimiento. La experiencia le había enseñado que, ciertas cosas era mejor mantenerlas en la ignorancia. Aunque desde luego suponía lo que en esos instantes Aníbal ponía bajo sus ojos. No, realmente no lo suponía, tenía la certeza de lo que era: alguna foto, en el móvil o que acababa de ver en Internet, en cualquiera de las muchas páginas "de amigos".
Héctor alzó los ojos de lo que estaba haciendo y se encontró con la espalda de Aníbal al otro lado de la habitación, justo ante la ventana, con la mirada hacia fuera. Era imposible saber a qué se refería. Sus manos se mantenían ocultas, por lo que Héctor no podía saber si tenía, o no, el "smartphone", cosa más que probable porque rara vez lo soltaba, ni para comer; o si bien, simplemente, su vista se paseaba por la nada colorida calle a la que daban las vistas de su salón-comedor. Héctor no se molestó en preguntar, simplemente agachó la cabeza y siguió con su tarea. No quería saber a qué se refería su compañero de piso. No quería saberlo de verdad, con convencimiento. La experiencia le había enseñado que, ciertas cosas era mejor mantenerlas en la ignorancia. Aunque desde luego suponía lo que en esos instantes Aníbal ponía bajo sus ojos. No, realmente no lo suponía, tenía la certeza de lo que era: alguna foto, en el móvil o que acababa de ver en Internet, en cualquiera de las muchas páginas "de amigos".
martes, 21 de enero de 2014
Lo Único
Lo único que le quedaba, lo único que quería ya, era que el largo sueño le alcanzara. Su corazón sólo bombeaba cáustica amargura por las venas, y la desesperación atenazaba cada bocanada de aire, con tallos de rosas marchitas llenas de hirientes alfileres. Lo único que aún aferraba entre sus dedos no conocía otro nombre que Desesperanza. Lo único que podía anhelar era que el telón de la dama blanca cayera al siguiente instante, antes del próximo latido, antes de la siguiente inspiración, antes del próximo segundo de vida.
viernes, 17 de enero de 2014
Misterios (1)
El sonido continuo y redondo del motor eléctrico se detuvo bruscamente, siguiéndole a los pocos instantes el golpe de un par de puertas al cerrarse. No le hacía falta ver a los dos hombres que acababan de bajarse del vehículo para saber que aspecto tenían, tampoco necesitaba abrir para saber que querían. Sólo había un motivo por el que podían estar allí. Suspiró pesadamente y se llevó la taza de café hirviendo, negro y sin azucar a los labios. Paró el movimiento un segundo y tomó un sorbo largo. El golpe de unos nudillos contra la madera rompió el silencio del interior de la cabaña. Sin prisa dejó la taza sobre el platillo en la mesa, se levantó y, acercándose a la entrada, liberó la cerradura. Al otro lado del umbral aparecieron dos hombres de traje negro y corbata, con gafas oscuras ocultando los ojos, y el pelo ridículamente pulcro y engominado. Uno de ellos ostentaba una placa que no llegó a leer.
- ¿Dónde vamos esta vez? - Preguntó mientras salía, calándose su chaqueta de piel, sin darles tiempo a los otros de decir palabra alguna. Cerró la puerta con un par de vueltas de la llave.
Si los desconcertó no lo demostraron. Simplemente giraron sus talones y la escoltaron hasta el vehículo, detenido a unos metros. Era un modelo nuevo, una especie de todoterreno, sin ningún logo que indicara la marca que lo había fabricado. Esperó a que le abrieran la puerta del asiento trasero y entró. Como había imaginado: los asientos eran de cuero y todo olía a demasiado nuevo. No pudo evitar preguntarse cuánto habría costado aquel "cacharro". En cuanto oyó el zumbido y notó las vibraciones del motor magnético acelerándose, supo que mucho más dinero del que ella vería junto jamás en su vida. Sonrió hacia abajo en una mueca de disgusto mientras se acomodaba en el enorme asiento. Iba a ser un viaje largo. Era el único motivo para no ir por carretera. Eso, o que la urgencia era demasiada.
- ¿Dónde vamos esta vez? - Preguntó mientras salía, calándose su chaqueta de piel, sin darles tiempo a los otros de decir palabra alguna. Cerró la puerta con un par de vueltas de la llave.
Si los desconcertó no lo demostraron. Simplemente giraron sus talones y la escoltaron hasta el vehículo, detenido a unos metros. Era un modelo nuevo, una especie de todoterreno, sin ningún logo que indicara la marca que lo había fabricado. Esperó a que le abrieran la puerta del asiento trasero y entró. Como había imaginado: los asientos eran de cuero y todo olía a demasiado nuevo. No pudo evitar preguntarse cuánto habría costado aquel "cacharro". En cuanto oyó el zumbido y notó las vibraciones del motor magnético acelerándose, supo que mucho más dinero del que ella vería junto jamás en su vida. Sonrió hacia abajo en una mueca de disgusto mientras se acomodaba en el enorme asiento. Iba a ser un viaje largo. Era el único motivo para no ir por carretera. Eso, o que la urgencia era demasiada.
miércoles, 1 de enero de 2014
Ultimas...
Sonaban a lo lejos los últimos alientos de aquel día, un día como cualquier otro, un día tan único como irrepetible, un día 31 de un Diciembre que se agotaba. Había aplicado todos los remedios que el Doctor le indicara antes de marcharse, pero nada parecía surtir efecto para paliar el mal que le aquejaba. En esos instantes se enfrentaba él también a su final. Sabía que en cuanto la última campanada de media noche sonara su corazón se detendría, y lo único que podía curarle estaba a demasiados kilómetros de distancia, aunque la lejanía en realidad no era un problema geográfico, lo mismo hubiera dado que la medicina dulce, tibia y rosada, estuviera apenas a unos metros, apenas a unos palmos, apenas a unos centímetros; porque jamás llegaría a sus labios. Y posiblemente fuera mejor así, el fin de la agonía de su tiempo. Intentaba alejar de él aquel pensamiento gris, pero no podía, la nada se le antojaba mejor que otros 365 días diferentes pero todos iguales...
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