Después de pensarlo mucho tiempo, más del necesario, más del permitido, más del adecuado, había encontrado la solución a su problema. Casi le sorprendía que aquella fuera la solución, que hubiera estado con él durante tanto tiempo; aunque tenía que reconocer que era tan fácil como difícil. Incluso en algún momento se acercaba más a lo imposible que lo improbable. ¿Y cuál era la solución? Dejar de ser él mismo. Únicamente debía olvidar quién era, lo que había sido y lo que posiblemente fuera. Sólo tenía que vaciarse, desfigurándose tanto que la próxima vez que se mirara en el espejo, los ojos al otro lado del cristal no fueran los suyos, sino los de algún otro: un desconocido. Otro que no sabía nada de él.
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