miércoles, 12 de marzo de 2014

En la Cornisa...

--¡QUÉ HACES! -- sonó cargada de pavor.

Sin inmutarse por el pánico de la voz, se giró y alzó la cabeza, permitiendo que sus ojos se cruzaran con los que le miraban desde más arriba. A su espalda quedaban varios metros de vacío.
--¿Qué haces ahí? --Pasada la impresión inicial pareció recobrar un poco el control del tono. --Quítate de ahí -- intentó ser lo más suave posible.
--¿Para qué? Estoy tan cansado de caer al vacío... Quiero que haya una última vez. Ya no puedo más. No puedo recomponerme de nuevo. No puedo.
--¿Quieres dejar de decir tonterías, por favor?
--No son tonterías. "El siempre lo mismo" ha terminado por agotarme. He cambiado la forma de hacer las cosas, una y otra vez, con el mismo resultado a cada ocasión. No lo aguanto más. Sólo me queda cambiarme a mí mismo. Dejar que el vacío entre aquí para que nada importe. Y si hago eso, aunque respire, aunque hable, aunque se me pueda ver, en realidad, ya estaré muerto. Soy quién soy, hasta el final, con todas sus consecuencias. Y las consecuencias son que ya no deseo seguir existiendo.
--No digas eso...
--Lo siento, de verdad que lo siento. Se suponía que no vendríais hasta mañana. Lo siento...

En un instante demasiado lento se precipitaba al vacío tras él, que lo abrazó como una madre cariñosa. Lo siguiente fue el estruendo de un golpe, acompañado del crujir de metal y plástico al romperse, y cristales hechos añicos. Siguió el estridente sonido de una alarma.

lunes, 10 de marzo de 2014

Una vez...

... Escuché estas palabras: «Nunca sabe uno quién puede alcanzarle el corazón, de lleno, y enamorarle. Y nunca se sabe si has de hablar, antes, pronto, o después. Nunca se sabe, no al menos hasta que todo ha pasado... Te lo digo yo, que aprendí demasiadas lecciones cuando ya no tenían sentido, cuando el tiempo había pasado, cuando sólo podía mirar al pasado y recordar ecos vagos. Confía en la sabiduría de este viejo sabio que aprendió demasiado tarde...»