miércoles, 10 de diciembre de 2014

Apatía...

Ejanus miró a través del cristal, con los ojos perdidos en el cielo azul que se hundía al final del mar verde a su izquierda, intentando escapar de la situación tensa e insostenible en la Sala del Pensamiento. Donde antes reinara la camadería y un silencio sano, ahora sólo se respiraba una tensión invisible y muda. En su interior, por más que intentaba empujar el sentimiento fuera, crecía una llamarada enfurecida. Los condes habían decidido dejar de contar con sus servicios, aquel era el pago a su rebeldía, a exigir y defender sus honor, y lo demostraban de una forma humillante, trayendo a dos foráneos. Así que se encontraba en una posición difícil, para nada cómoda. No le habían dicho que no contaban con él, pero tampoco que pudiera marcharse, así que abandonar la torre sería, indudablemente, entendido como un acto de traición, lo que en el mejor de los casos lo condenaría al destierro, y en el peor perdería la cabeza. Así que, lo mejor que podía hacer era buscar una forma de estar lejos de allí, al menos en el interior de su mente, por cuanto tiempo durase aquello. Y tenía que reconocer que percibía a cada segundo cómo su determinación y ánimo se agotaban. En algunos puntos le costaba respirar. No sabía si todavía debía participar en las conversaciones o guardar silencio. Lo peor es que tanto una cosa como la otra podría considerarse un mal paso. Se dijo a sí mismo que no debía dejar que pensamientos como aquellos anidaran en su cerebro, mucho menos cuando, como preveía, iba a encontrarse sólo ante el peligro en no demasiado tiempo. No pudo evitar si encontraría otro señor bajo el que ponerse en servicio, no abundaban los que buscaran alguien como él.

Las voces al fin cesaron en la Sala del Pensamiento, sustituidas por pasos evasivos que llevaban a sus integrantes al exterior. Ejanus se permitió un suspiro de alivio cuando se quedó por completo a solas. Apagó las velas con un gesto de sus dedos y las puertas se cerraron a su espalda. Otro día terminaba y su futuro se presentaba tan incómodo como incierto.

martes, 9 de diciembre de 2014

Valentía...

Lo había sabido desde el principio: Que la convicción no alimentaba, que el orgullo no llenaba el estómago y que lo justo tenía un regusto amargo y vacío. No había sido un necio por rebelarse, ni tampoco por alzar la voz contra la injusticia que estaban cometiendo, ni siquiera por presentar batalla el solo, no, por nada de eso ni por muchas otras cosas. Si se le podía acusar de necedad era únicamente por confiar en que cuando él diera el paso, cuando predicara con el ejemplo, habría más que lo seguirían, pero no fue así. Se quedó a solas contra el enemigo y ocurrió lo inevitable. Ahora, los grilletes descarnaban sus muñecas y tobillos. La piel le ardía devorada por chinches y piojos. Y en algunas partes de su cuerpo, allí dónde las ratas le habían mordido, la infección febril se abría paso. En la oscuridad maloliente del calabozo se percató de que al final se lo habían arrebatado todo, pero eso era algo que ya habían hecho mucho antes; ahora la diferencia radicaba en que la carencia se producía en su cuerpo famélico. Ya habían matado su mente tiempo atrás, ahora, simplemente terminaban la tarea. De él ya no quedaba más que un despojo sin remedio, sin posibilidad de salvación. Y lo peor es que ellos volverían a salirse con la suya. Si era recordado sería para llenar de miedo los corazones como el suyo había sido una vez, no para inspirarlos en la lucha. Si algo aún le dolía en su interior, en lo que fuese que le restaba de alma o mente, era aquello, que su esfuerzo únicamente había servido para maldecirlo y que se olvidaría, si es que ahora se recordaba, por completo su valentía.Se preguntó si llegaría a ver la luz del sol otra vez aunque fuera en el cadalso... Lo dudaba.