miércoles, 27 de febrero de 2013

La Nota


<<Al fin he comprendido las reglas del juego. Una y otra vez no han dejado de enseñármelas. Una y otra vez. Un lugar dónde el aprecio y la honestidad son tratados con desdén y desconfianza, dónde la única verdad es la mentira, dónde todo es una máscara o una fachada; no es para mi, lo siento>>.

Esa fue la nota que la policía encontró junto al cuerpo.

viernes, 22 de febrero de 2013

Relámpagos

Los canalillos de agua se desbordaban precipitándose entre las arrugas del musgo verde, lanzando al aire la fragancia a tierra mojada, precipitándose al vacío. La lluvia caía incesante llenando de gotas pesadas las cañas en la rivera del río Amarillo. El chapoteo de una bandada de patos al salir volando rompió el equilibrio entre el murmullo de las aguas y las lágrimas del cielo. De nuevo regresó el líquido murmullo silencioso cuando los aleteos se perdieron en el horizonte gris.

Dos relámpagos plateados se cruzaron liberando un timbre metálico en el aire, recorrieron el aire en un tiempo que habría llamado eterno a un parpadeo. Le siguió un trueno gutural. Una brecha de brillante escarlata se abrió en la negrura, como un abismo volcánico por el que empezaba a bullir una lava ardiente, mezclándose con el agua del río, tiñiéndola escarlata.


Sólo un relámpago se mantenía contra el cielo gris, el tiempo justo para ver como era engullido por una sombra que nunca estuvo allí.

viernes, 15 de febrero de 2013

"La delgada línea entre..."

Podía notar el aliento de su rival, jadeante, cálido y húmedo, con un ligero aroma a frutas. También el calor que desprendía su piel cubierta por un manto resbaladizo y salado. Casi podía saborearlo. El destello del metal invadió sus ojos y escuchó claramente como el filo del arma pasaba rozándole la mejilla. El regusto salado a sangre se escurrió entre sus labios para llegar a la lengua. Paladeó el líquido rojo y escupió, apartándose unos metros al mismo tiempo que hacía descender su espada.
-La victoria es vuestra, una vez más, maestro.-reconoció con humildad mientras clavaba sus ojos en el suelo.
-"La línea entre el todo y la nada siempre es demasiado delgada como para que puedas verla a simple vista, recuérdalo".
-Así lo haré, maestro.

jueves, 14 de febrero de 2013

Perses

-¿Qué le dijiste, Perses?
-Que qué le dije. Harías mejor en preguntar lo que no salió por mi boca, sería más rápido.
Llegué a donde estaba ella, el jardín de Roems, y la encontré en el banco a los pies de la estutua a Diana, frente a la fuente de los patos. Su risa llenaba el aire haciendo verano este otoño frío, y su cabello suelto al viento era un sol de medio día. No me vio llegar. Me deslicé por su espalda y, mientras respiraba su aroma a melocotón, le susurré al oído, "te quiero". Giró el cuello sobresatalda, pero esbozando la sonrisa más bonita que jamás he visto, una sonrisa de los labios, pero una sonrisa que nacía en los ojos, más allá de donde se esconde el alma. Si mi corazón era ya prisionero suyo ahora también tiene mi alma cautiva.
-¿Y dónde está esa bella dama? ¿Cómo es que no está contigo?
-Porque el momento pasa amigo Beilar... porque el momento pasa y las flores en mis palabras, aunque dulces, ya no son vistosas sino ajadas. Dejé que el verano se alejara de nosotros y llegaran las nieves. Las más terribles que he sentido jamás.
-Pero no veo que perdáis la esperanza.
-Es lo único que me queda, eso, pero es vana. No sobreviviré a este frío, este frío que me atenaza impidiéndome respirar. No, ya he abonado demasiadas veces esos campos para que la semilla muera una y otra vez. Estoy agotado, exiguo de ánimo. Lo que debería hacer sin demora es clavar esta daga sostenida por mi mano en mi propio pecho.
-¡No! ¡Perses, detente! ¡Oh!, ¿qué has hecho, maldito? ¿Por qué locura yaces ahora entre mis brazos? ¿Por qué el calor de tu cuerpo se pierde? ¿Por qué tu sangre se derrama? No entendiste el juego del amor, amigo mío. Llorarán las damas de la corte por tus palabras perdidas, por tu maestría con el lenguaje, por tus poemas, pero nadie lo hará en verdad por ti. Espero que la parca te reciba con un abrazo más caluroso que el que te dio cualquier mujer estando en vida. ¡Necio!  ¡Nunca entediste bien! Siempre tan aferrado a ese ideal del loco para el loco.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Camino

-Entonces, ¿sólo hay un camino? Se escuchó que preguntaba, entre triste y resignado.
-Así es Respondió la voz hueca desde su púlpito vacío e invisible.
-¡Qué lástima! Y se dió media vuelta.

Preguntas y Respuestas

Lo curioso-la voz de Voltar sonó lejana.-es que nunca llegaremos a conocer la verdad al completo.-cerró el libro que tenía abierto ante él y acarició con mimo la cubierta de piel negra, vieja y ajada.-Aunque aquí están muchas de las respuestas que buscábamos quedan otros interrogantes en el aire, interrogantes que jamás podremos llegar a resolver. En mi juventud no creí posible que pudieran quedar preguntas sin respuesta o, mejor dicho, que éstas no se pudieran verificar .

lunes, 11 de febrero de 2013

Cartas de Amor Olvidado...


Hola Inés,

la verdad es que no sé por donde empezar. Hace tanto tiempo que debería haber dejado que las palabras brotaran de mi garganta que ya, como mucho, sonarán roncas y gastadas; pero aunque sea tarde debes saberlo, porque nunca está de más el saber que eres especial para alguien y te lo digan, y porque quiero creer eso de "más vale tarde que nunca".

Recuerdo la primera vez que te vi, vestías de negro y llevabas una cadenilla en la cintura. No, no era un cinturón y seguramente tenga un nombre que desconozco, pero yo lo veía así. Para mi fue una cosa super sugerente. Me pasé toda la noche pensando si decirte algo, pero nunca he sido bueno acercándome a una chica que no conozco en un pub o discoteca. Esa vez sería una mera atracción física, pero ya causaste una impresión en mi, que no caería en el olvido.

Luego pasó el tiempo y volvimos a coincidir, en otro entorno, en otro lugar más cómodo y por fin supe tu nombre y, sin saber como, conectamos. Fuimos haciéndolo durante todos esos meses de otoño, invierno y primavera. Después vino el verano y la distancia se cernió sobre nosotros. Tengo que reconocer que contaba los días hasta que volvieramos a vernos, el primer día del reencuentro debía decirte lo que sentía por ti. Debía haberlo hecho, pero ya carecía de sentido. Todo había cambiado. Me resigné esperanzado aguardando una nueva oportunidad de poder mirarte a los ojos y decirte lo que sentía por ti. Esperando un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro... Pero el momento nunca llegó y mis palabras se volvieron un sinsentido. Uno a uno, cada te quiero que tuve que haber dicho fue agotándose hasta morir asfixiado.

Si hoy me preguntaras si aún te quiero tendría que responder que sí, porque siempre habrá una pequeña parte de mi corazón, escondida y encerrada en un velo de olvido, que te amará, que te querrá y cuyas lágrimas no habrán de cesar por el error cometido.


Hoy, después de todo este tiempo, lo sabes. Espero que algún día puedas perdonarme el silencio en el que había sumido a esta voz hasta ahora.

Con todo mi amor, Hugo




Pensando en el próximo día 14, por "hacer algo temático", por esas veces que se quedó en el tintero decir un "te quiero", o algo así, por esas veces que todo cayó el un olvido recordado, por esas veces que hiciste el tonto guardando silencio... Sé que es un poco "ñoño", a veces hay que serlo y también que cae en los tópicos, pero hoy tampoco me importa eso.

Por cierto, Inés no existe, estrictamente hablando, ni Hugo tampoco.

viernes, 8 de febrero de 2013

Lo que se ve en la calle...

<<Avanzaba un poco inclinado hacia delante, como si su espalda soportara una pesada carga. El cabello en su frente, largo, recogido tras la oreja subía y bajaba con cada paso intentando liberarse y ondear al viento. Su mirada vacía mostraba que no iba a ninguna parte>>.

<<De vez en cuando miraba hacia los lados, como temerosa de algo o como si escuchara una voz sin saber muy bien de donde venía. Y no era algo que hiciera pocas veces. Eso junto a unas zancadas pequeñas, rápidas y cortas hacían que pareciera alguien con un serio trastorno en la cabeza. Tampoco el tipo de persona a quien le confiarías tu vida, pero en este caso, no había más alternativas>>.

<<Rápido, con pasos largos, enérgicos y decididos. Así caminaba calle abajo. La mirada iba al frente y el mentón alzado, como si nada ni nadie pudiera perturbarle. Su cabello se agitaba largo y brillante>>.

<<Su nariz recordaba a una de esas velas pequeñas, rectas y triangulares>>.

<<Todo el pelo viajaba recogido en una coleta grasienta y en su cara redonda, con unos ojillos diminutos, una boca casi invisible y una naricilla imperceptible, se pintaban el cansancio y el miedo>>.


<<Esa forma de apartarse el cabello de la cara tan cargada de elegante desdén era algo que sólo ella podía hacer de aquella manera elegante y sugerente>>.

<<Sus pies golpeaban firmes en el suelo con cada paso, pero siempre clavaba el talón en el suelo creando una más que peculiar melodía>>.

jueves, 7 de febrero de 2013

La Canción del Bosque (6)

Capítulo 6, La Biblioteca del Conde de Bahíaluna

 La suave caricia amarilla se desparramó lentamente por toda la bahía mientras el cielo se coloreaba de un azul claro y brillante. Elbert se asomó al balcón de su habitación y aspiró hondo la brisa marina de la mañana estirándose para desperezarse. Las heridas y magulladuras de su encuentro con el lobo se resintieron, todas y cada una de ellas; especialmente el tobillo, por lo que se apoyó más sobre el bastón. No le gustaba hacer uso de él, se sentía viejo, pero no le quedaba más remedio; había tenido suerte de no romperse nada.

Dos días después de su regreso seguía sin poder andar grandes distancias. Recorrer uno de los largos pasillos del palacio ya le suponía un esfuerzo. El criado que lo guiaba se detuvo una vez más a esperarlo. El hombre se mantenía paciente y sin proferir ninguna queja, pero en sus ojos no era capaz de esconder que se encontraba un tanto exasperado por su lentitud.

Cuando la puerta se abrió del interior surgió un olor a cerrado, pergamino, papel y tinta. Elbert abrió los ojos soprendido en cuanto su guía corrió las cortinas que tapaban las ventanas. Al ofrecerle Salmoralo acceso a su biblioteca personal no podía imaginarse que fuera tan grande. La estancia era circular y las estanterías, con más de cinco metros de altura, se ordenaban como los radios de una rueda de carro. Contuvo la respiración, allí debía de haber varios cientos de miles de libros y pergaminos. En el centro se disponían varias mesas. Dejó sus herramientas: pliegos de papel, pergamino, plumas, tinta y una gruesa y pesada lente, sobre la más cercana.
-Al inicio de cada estante encontraréis algo aproximado a un índice de los libros que podéis encontrar en él, pero hace años que no se actualiza. Al menos os servirá para haceros una idea de los temas que se tratan.
-¿No tiene Salmoralo un bliotecario?
El hombre endureció el rostro, como disgustado por la pregunta.
-No, el último desistió de sus labores hace casi una década. Desde entonces nadie a entrado aquí más que para colocar libros nuevos.
<<No me extraña, si el orden de estos libros nunca fue el adecuado y encima hace tiempo que dejó de hacerse, la tarea sería monstruosa>> Pensó mientras tragaba saliva, allí podría haber muchísimas respuestas, pero sería enormemente difícil encontrarlas. Se resignó, indagar entre el desorden del conde era lo único que podía hacer aquellos días.
-¿Podriais hacer llamar a alguno de mis sirvientes personales?
-Desde luego.-puso otro gesto agrio.-También podéis solicitar lo que necesitéis tocando aquella campanilla.-señaló un llamador encima de la mesa central.-Un criado acudirá lo antes posible para saber lo que deseáis.
-Gracias.-resopló.-Tengo mucho trabajo por lo que veo.
El hombre asintió y se dispuso a marcharse, pero antes de desaparecer por la puerta se detuvo.
-Hay una escalera que se desplaza por la pared y otra que podréis mover y encajar en cualquier estantería.
Dicho eso desapareció sin que Elbert pudiera volver a darle las gracias.

El polvo era otra cosa que abundaba en la impresionante biblioteca del conde Salmoralo. Se acercó a la primera fila de estanterías. Aquel lado tenía un pequeño conjunto de cajones en los que había numerosas fichas. Sacó la primera después de soplar y levantar una enorme nube gris. "Galaran y la Rosa de Oriente 3-25", leyó. Sonrió. Aquel libro, casi con total seguridad, lo había leído toda la corte de Riria. Pasó a la siguiente: "Perlaran y la mujer del lago, 9, 7" <<Parece que he caído en la sección de "historias tontas para cortesanos ociosos">> Pensó mientras se adentraba en el pasillo. Quería comprobar qué número hacía referencia a la fila y cual a la columna, si es que significaban eso. En caso de que fuesen cualquier otra cosa se vería obligado a preguntar o a perder un buen rato para descifrarlo.

La suerte estuvo de su parte, el primer número indicaba la fila del estante y el segundo la posición que ocuapa el libro en ella. No era mal sistema pero dudaba que toda la biblioteca estuviera así de ordenada de hecho, le resultaba extraño que no haberlos encontrado un poco bailados si, como suponía, aquella sección debía ser la más visitada.

Llevaba cerca de dos horas buscando cuando apareció Casabastros con una bandeja repleta de bacalao salado, queso, agua, pan y vino. Para ese entonces sólo dos libros descansaban encima de la mesa, un pequeño tomo de no más de cincuenta páginas cuyo título era: "Canciones de Lubaen", escrito por un tal Berenejo y otro mucho más grueso y antiguo con un nombre mucho menos sugerente: "Historia de Bahíaluna, tomo III". De los dos que debían precederle por el momento, ni rastro.
-Gracias.- expresó distraido cuando el criado plantó la bandeja encima de la mesa.
-¿Necesitáis algo más?
-No por el momento, pero en unas horas la luz se marchará y me gustaría poder seguir leyendo.
-Me encargaré de ello.
El hombre salió con el mismo silencio que vino.

Levantó la vista de un pergamino con un mapa de la zona del bosque junto a la bahía y se frotó los ojos. Los tenía completamente rojos. La oscuridad hacía demasiado que le había ganado la partida al día. Observó la luz de una de las lámparas reparando en que no sabía en qué momento las habían encendido. Se preguntó qué hora sería. Hastiado de una búsqueda infructuosa se levantó para dirigirse a su dormitorio, pero el pie le dio un tremendo calambrazo que a punto estuvo de tirarlo al suelo. Decidió no moverse, así que, se sentó de nuevo y se echó encima de la mesa. No era la primera vez que dormía en una biblioteca. Así, además, tendría más cerca los libros para continuar a la mañana siguiente.

Guerrero

Era un guerrero. Largas cicatrices por todo su cuerpo atestiguaban silenciosas las heridas de incontables combates. ¿Cuántas de ellas habían sido mortales? No podía recordarlo, más de una, más de diez, más de cien...Y aún así, siempre continuó adelante, siempre blandiendo la espada contra el enemigo y siempre volviendo a ponerse en pie para acudir a la batalla; pero hoy las fuerzas flaqueaban, la lanza atravesada en su pecho, más allá del músculo y el hueso, parecía haber roto algo más que carne. ¿Tal vez sobre aquella punta plateada envuelta en un manto carmesí que se precipitaba al suelo descansaba su férrea voluntad herida, al fin, de muerte? Apretó los dientes, tensó sus músculos intentando levantarse. Un intento. Dos. Tres... Nada. Su boca se llenó de sangre con el sabor amargo del fracaso. Lo sabía. Los segundos de su última batalla se escapaban como agua entre las manos o arena al viento. No habría un nuevo combate en el que luchar, no habría nuevas oportunidades, sólo habría un silencioso final olvidado...

miércoles, 6 de febrero de 2013

Lo sabrás...

Sabrás que fui yo, tendrás la certeza. El convencimiento será tal que dolerá en tu cerebro, y aún así siempre te quedará un atisbo de duda que no te permitirá dejar de preguntarte si puedes estar en un error.

lunes, 4 de febrero de 2013

Fauces

La mandíbula del lobo volvía a cerrarse sobre su garganta. Se preguntó si aquella vez sería la última o si la mala suerte volvería a sonreírle permitiéndole escapar, una vez más. Recordó todas y cada una de las cicatrices hirientes que llevaba, de las cuales no había sido capaz de aprender nada; porque allí estaba, de nuevo, atrapado en aquellas fauces.

viernes, 1 de febrero de 2013

Cartas de...

[...]

-¿Qué estás escribiendo?
-Nada que te importe.
-¡Oh! Una carta de amor... ¡Qué patético!
-¿Patético? Habría esperado un qué romántico...
-Si, bueno, eso creía yo antes, pero párate a pensarlo. ¿Por qué escribes algo como eso? Porque a quien  va dirigida no le importa lo que tengas que decirle, nada en absoluto, porque seguro que has intentado quedar en persona para confesarle tus sentimientos pero nunca tenía tiempo o ni siquiera te contestaba. ¿Tú crees que si no se digna a escuchar unas palabras va a molestarse en leerlas? ¿De verdad? En el mejor de los casos se las leerá como el prospecto de un medicamento o las instrucciones de un aparato, por encima y sin enterarse de nada; y en los demás, rodará unos días por la mesa e irá a la basura o irá directamente a la basura. Lo que ya no me aventuraría a decir es si echa o no pedazitos. Mandar cartas de amor no tiene sentido alguno salvo que exista una relación, en ese caso es un juego más, pero para conquistar a alguien es lo más triste del mundo.

[...]

Otro Cortito

-¿De verdad? ¿Otra vez vuelves a intentarlo? ¿Tendré qué despellejarte hasta el hueso para encontrar ese último ápice de esperanza que aún pareces tener y librarte de ella de una vez por todas? ¿Es eso lo que me obligarás a hacer?

La Canción del Bosque (5)

Capítulo 5, Leyendas


 -Así que arañas gigantes.-Salmoralo casi no podía contener la risa.
-Eso nos había dicho nuestro guía.
-Pero claro, no aparecieron por ningún lugar, ¿no?.-finalmente rompió a reír.-Llevo toda mi vida en Bahía Luna y jamás escuché tal cosa.
Elbert torció un poco el gesto, se sentía levemente ofendido.
-¿Cuántas veces habéis estado en el bosque de Lubaen?
Su tono y la propia pregunta cortaron un poco la risa del conde.
-No lo he pisado jamás, ni tan siquiera para cazar, prefiero la pesca.
-¿Entonces cómo podéis estar tan seguro de lo qué hay y de lo qué no?
-Porque de haber unas arañas como las que decís estoy seguro que los leñadores se habrían quejado, igual que los tramperos y algunos de los ganaderos. Como hacen con los lobos.
-Estoy seguro de que esas gentes son bastante supersticiosas, y normalmente la superstición lleva ligado un silencio. Si hay quejas al respecto serán silenciosas.
-¿Os lo dice vuestra experiencia como administrador de alguna villa?-ya no había risa en su tono ni en su cara.
-No, la experiencia a la hora de tratar con leyendas y criaturas de este tipo.-sabía que se estaba metiendo en un problema, pero no soportaba ese aspecto de los nobles, tan pronto encontraban algo jocoso como pasaban a un estado airado cuando se les hacía ver que no eran infalibles. En aquella ocasión se permitió el enfrentamiento porque su misión había sido econmendada por el propio rey.
-Creo que es hora de que os marchéis, tengo mucho que hacer esta mañana.
Ahí estaba, se dio cuenta Elbert, el orgullo herido. Se levantó, hizo una reverencia y salió por la puerta.


Desde su reunión por la mañana no había vuelto a ver al conde, y ya estaba bien entrada por la noche. Elbert se encogió de hombros y continuó metiendo cosas en su mochila de viaje. Antes de salir del palacio de Salmoralo pasó por las cocinas y robó algunos panes, quesos y pescados en salazón. Después de eso solo los guardias de la puerta lo vieron salir, pero no hicieron preguntas de a dónde iba.

Cuando llevaba más de dos horas avanzando por el bosque se detuvo, envolviéndose en una gruesa manta. Ahora no le parecía tan buena la idea de salir de aquella manera. Se preguntó porqué no había partido simplemente por la mañana.

Despertó rodeado por la niebla que encontró mucho más siniestra. No era lo mismo estar en lo que parecía ninguna parte completamente solo que acompañado. Perezosamente se levantó y comenzó a caminar, pero al rato se detuvo. No sabía en que dirección iba, así que no le quedó más remedio que esperar a que el gris se despejara y le permitiera ver al menos los árboles.

La bruma fue deshilachándose poco a poco hasta quedar reducida a unos pocos zarcillos blanquecinos que se resistían a marcharse por completo abrazándose a los troncos de los árboles. El ver un poco de cielo azul a través del espeso y frondoso ramaje animó el paso de Elbert.

Cuando quiso darse cuenta la noche estaba sobre él. La luz mortecina no tardó en convertirse en una honda oscuridad. Con la yesca y el pedernal intentaba prender fuego a un puñado de hojarasca seca, pero no lo conseguía. El frío húmedo de la noche del bosque comenzó a agarrotarle los dedos. Escuchó un ruido, una piedra moverse o una ramita partirse y se quedó inmóvil, mirando a las sombras donde creía haberlo oído; pero allí no veía nada, no era posible ver nada. El corazón se le aceleró y la yesca cayó de sus manos, sin apartar la vista de la oscuridad tanteó para buscarla. La encontró, aferrándola.

Unos minutos después el ruido no volvio a repetirse, por lo que respiró aliviado dentro de la manta. No había conseguido encender ni el más pequeño fuego.

No podía saber cuanto hacía que se durmiera cuando despertó sobresaltado. Estaba convencido de haber escuchado algo. Sacó su espada corta o un puñal largo, como la habrían llamado muchos, y eso le produjo cierta calma. Volvió a escucharlo. Ahora estaba seguro de que alguna cosa se movía a su alrededor. Aunque era imposible verla entre aquellas sombras.

Escuchó las garras contra el suelo, las piedras y la madera, seguido de un aullido que le heló la sangre. La mandíbula cargada de huesos se cerró con fuerza sobre la manta. De un tirón se la quitó. Elbert rodó por el suelo y se medio incorporó. La bestia pegó varias dentelladas más a la manta, destrozándola. Aprovechando ese momento salió corriendo, sin importarle si sus piernas golpeaban contra raíces o rocas.

El peso del animal cayó sobre su espalda y las afiladas uñas de las garras se le clavaron. Notó una oleada de dolor por todas partes. Se deslizó varios metros por el suelo, golpeó con un montón de rocas y sintó como caía en un agujero profundo. El impacto contra el suelo le sacó el aire de los pulmones y le hizo perder el conocimiento.

Cuando volvió en sí lo primero que observó fue algo de claridad varios metros por encima de su cabeza. No se atrevió a moverse hasta pasados unos minutos y, cuando lo intentó, todo su cuerpo se quejó en forma de un dolor intenso y penetrante, sobte todo en la mano derecha, la espalda donde la bestia le había herido y en el pie izquierdo. Intentó incorporarse, aunque fuera medio sentado. Se quedó así cerca de media hora. A un lado, en el suelo pudo ver su bolsa y casi todas sus cosas desperdigadas. Apoyándose sobre la pared de roca del agujero en el que estaba se levantó y cogió el pellejo de agua para beber un par de tragos. Había tenido suerte de que todo cayera con él.

Era la cuarta vez que intentaba trepar hasta la salida, por encima de él a unos tres metros, sin conseguirlo. Tenía cortes en casi todos los dedos. Con desesperación clavó la mirada en el hueco repleto de luz, casi a su alcance.
<<En circunstancias normales habría podido alcanzar la salida sin problemas, pero con el pie así y la mano...>> Torció el gesto mientras sentía que algo parecido al miedo empezaba a agitárse en su estómago.
-¡Eh! ¿Hay alguien?- Gritó con todas sus fuerzas. Gritó hasta que la luz se marchó y todo quedó de nuevo en sombras. Gritó.

De nuevo la pared de roca se iluminó arriba, como mostrándole una sonrisa falsa y burlona. Estaba helado, le dolía todo el cuerpo y sentía su garganta al rojo vivo, apenas era capaz de emitir el más pequeño susurro. Volvió a intentar trepar hasta la salida, pero sus músculos se negaron a trabajar. Miró sus cosas, menos desperdigadas, si bebía poco aguantaría dos o tres días. Decidió comer algo. Dio un mordisco al queso y otro al pan. Le costaba trabajo tragar por la irritación y porque tenía la boca seca, pero no podía beber más. Ojalá llueva. Estaba seguro de que si llovía, en algunos puntos de la roca a los que llegaba se acumularía agua. No pudo evitar preguntarse si Salmoralo enviaría en su busca. Posiblemente no lo hiciera tras su última conversación.

El medio día debía de haber pasado, aunque era difícil calcular el tiempo en aquel agujero, cuando escuchó algo fuera. Al principio fueron sólo los ladridos de un perro, muy lejos, pero luego se fueron acercándo y le seguían algunas voces de hombres. Comenzó a gritar ignorando el dolor que sentía en la garganta, también cogió un par de piedras golpeándolas contra la pared de roca para hacer todo el ruido posible.

Se detuvo un momento para escuchar y su corazón se encogió, no había ladridos ni voces. No pudo evitar preguntarse si no lo habrían oído. Cuando ya volvía a hacer presa en él la desesperanza, unas piedrecillas cayeron desde el borde del agujero, seguidas de la cara de un pequeño perro de hocico afilado y orejas cortas y puntiaguadas.
Comenzó de nuevo a gritar.

Cuando se asomaron un par de personas notó que su cuerpo pesaba mucho menos. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

-¿Qué haciáis en esta zona de Lubaen?-preguntó uno de sus rescatadores, un hombre de hombros anchos, barba espesa, ojos oscuros y un enorme hacha que llevaba a la espalda.-Es peligrosa.
-Estoy investigando en el bosque por orden directa del rey.
-¿Y os habéis aventurado solo? No estáis muy bien de la cabeza.
Elbert se mantuvo en silencio, tenía razón.
-A mi me intriga más saber qué es lo que hacía en ese agujero.-sonrió el otro con una pesada sierra en cada mano.
-Un lobo me atacó y al huir me precipité en él, creo que eso me salvó.
-¿Un lobo se acercó a vuestro fuego? Eso es raro.
Notó un rubor en las mejillas.
-No tenía fuego, no fui capaz de encenderlo.
-Entonces no me extraña que os atacara. ¡Por todos los dioses! ¿En qué estabáis pensando?
-Se ve que no pensaba demasiado bien.
Los tres rieron.
-Mi mujer os curará todas esas heridas.

El tobillo herido se le había hinchado bastante al día siguiente de que lo sacaran del agujero, por lo que estaba sentado en el cobertizo de la casa del leñador barbudo, viendo como trabajaban en la aldea. Bajó la vista un momento y se encontró con la mirada de un grupo de niños pequeños.
-Hola.-esbozó su mejor sonrisa al tiempo que se preguntó cuanto llevarían allí.
-¿Eres el que se perdió en el bosque?-preguntó una niña de cabellos rojos timidamente.
-¡Claro qué lo es!-vociferó un crío a su lado, bastante más alto que los otros con unos profundos ojos grises.
-¿Está loco?-se oyó la vocecilla de otro que no tendría más de cuatro o cinco años.
-No, es de la ciudad.-contestó el de ojos grises.
-Entonces no lo sabe, claro.

-¿Qué no sé?
Los niños se quedaron muy quietos, callados, como si acabaran de darse cuenta de que estaba allí.
-Que hay sitios del bosque donde uno no debe ir.-el más alto cruzó los brazos.
-Si vas a esos sitios te pierdes y no vuelves y tus papás se pondrán tristes.-se escuchó la vocecilla de la niña.
-¿Qué lugares son esos?
-A los que no van los leñadores.
-Mi papá dice que hay sitios donde no se deben talar los árboles, porque si cortas aunque sea una ramita el bosque te comerá.
-Eso es mentira.-el alto revolvió el cabello de la niña y salió corriendo, todos le siguieron.
Elbert se quedó mirándolos unos segundos mientras desaparecian de su vista tras una cabaña, pensativo.
-¿Os han molestado?
Se giró. La mujer del leñador estaba tras él.
-No, no, en absoluto, ha sido interesante.-sonrió.
-Lo que os han dicho no son sólo cosas de niños.-su rostro estaba serio.-Hay lugares en este bosque que es mejor no pisar.
-¿Podríais indicármelos en un mapa?
Le miró horrorizada.
-Estáis trastornado por los golpes.-se marchó.


El olor a mar, mezclado con pino y flores silvestres, le llegó antes de empezar a verlo. Ante ellos se extendió la visión de la ciudad de Bahía Luna. La luz le resultó demasiado brillante después de varios días en el bosque, entre los árboles.

Cuando entró en el patio de armas cojeando Salmoralo estaba frente a un grupo grande de soldados, ladrándole órdenes. Al verlo, todas las miradas se clavaron en él, tanto que fue como si le tocaran.
-Elbert, mi querido Elbert.-El conde se acercó a él, pero detuvo el impulso de abrazarlo en cuanto vio el estado lamentable de sus ropas y el olor que desprendía.- Cuanto me alivia ver que estáis bien. Vamos, vamos, tenéis que contarme lo que ha ocurrido.-giró la cabeza hacia los soldados.-Podéis retiraros.