lunes, 11 de enero de 2016

Caída (i)

Miró hacia atrás, girando el cuello y sin dejar de correr, lo justo para comprobar que aún seguían tras él. La punzada del miedo se hizo mayor y amenazó con paralizar todo su cuerpo allí mismo. La respiración, acelerada por la carrera y la adrenalina, se volvió más pesada, más difícil. Se golpeó la rodilla izquierda contra la esquina de una mesa vieja y rota que alguien había dejado tirada en medio de la azotea, y trastabilló. Tocó el suelo, pero apoyó la mano para evitar caer del todo. La palma comenzó a arderle y no tardó en sentir una sensación tibia y viscosa. Estaba sangrando, pero no tenía tiempo de ver si la herida era grave o no. Volvió a lanzar una mirada a su espalda, sus perseguidores no se veían, pero era consciente de que continuaban tras él. Podía notarlos. El techo por el que corría terminaba. Se detuvo brúscamente al chocar contra la oxidada barandilla. Desde allí podía contemplar  los otros edificios que sobresalían, más bajos, iguales, o más altos que en el que él estaba, por encima de la nube de contaminación que ocultaba los sectores inferiores. No volvió a mirar hacia atrás para ver cuánta distancia de ventaja tenía, no era necesario, el hedor le hizo saber que se encontraban justo trás él. Lo pensó dos veces pero tan rápido que fue como si no lo hiciera. Se cogió a la barandilla con las manos, clavó un pie y se impulsó. Comenzó a caer. Primero una caída de casi doscientos metros hasta la bruma de basura, después de eso aún le aguardaban varios centenares más de metros, eso si no se aplastaba antes contra algún saliento o los restos de los edificios en ruinas. La aceleración no tardó en verse sustituida por una sensación de ingravidez. Tomó la última bocanada de aire antes de penetrar la nube. Cerró los ojos.