viernes, 10 de junio de 2016

Rendición

No podía creerlo, sencillamente no podía. Camaris no había dormido aquella noche. La inminente batalla lo había mantenido despierto, así que estaba allí, sobre la colina en la que habían desplegado el campamento sus fuerzas, cuando las puertas del castillo se abrieron de par en par, el rastrillo subió con el sonído metálico e intermitente de las cadenas y el puente levadizo cayó pesadamente. Sin duda fue una imagen que no esperaba ver. Abrió la boca para ladrar órdenes a sus hombres y hacer frente a una salida de los soldados en el castillo, cuando solamente cruzó el umbral un pequeño grupo de cuatro jinetes portando una banderola blanca y azul.
--¿Parlamento? --Lanzó la pregunta al aire, sin que hubiera nadie cerca como para oírlo o responderle. Se giró con brusquedad y clavó la vista en el soldado más cercano --¡Que traigan mi caballo! ¡Y que me acompañe mi escolta! ¡De inmediato!

Camaris lanzó una mirada alrededor antes de subirse a su montura, buscando a una persona de la que no había sabido nada en toda la noche. Una idea pesada como una losa cruzó su mente y sintió cómo el estómago se le tensaba: «¿Podía ser que...? No, no es posible».

La partida del castillo aguardaba a mitad del camino. Camaris y los suyos no tardaron en llegar hasta ellos y en cuanto lo hicieron, el viejo general se quitó el casco y el resto, tanto de un bando como de otro, lo imitaron. Los rostros enemigos dejaron ver el nerviosismo que sentían, pero no era sólo eso, también podía notarse el miedo. Un miedo profundo y terrible. Miedo puro y sin tapujos.

--General Camaris --dijo respetuosamente el que parecía liderar al grupo.
--De Dubré --contestó, provocando la respuesta en el otro que sin duda no esperaba que el comandante enemigo supiera su nombre.
--La plaza es vuestra --informó con pesar.
--¿Puedo saber el motivo de tan súbito cambio de parecer? ¿Y el Maestre Cornel?
--Muerto. Muerto junto a todos sus oficiales y tres de sus hombres de confianza.

«¡Por los Dioses! ¿Qué has hecho? ¿Qué demonios has hecho, chico?», las preguntas cruzaron fugaces por la mente del general, que no dejó que