Un giro brusco, tan brusco como para que los motores de inercia fueran incapaces de compensarlo y tan brusco como para que Lucius se despertara con él; pero no fue eso lo que lo preocupó, no, sino la ausencia del zumbido que indicase que los motores continuaban en marcha. Eso sí le hizo levantarse de inmediato y saltar de su camastro al suelo. Sin pararse a ponerse las botas salió al estrecho, y siempre lleno de grasa, pasillo y corrió hasta llegar hasta la cabina de navegación -Iba a tener unas palabras de lo más serias con Úlcer. Empezaba a estar muy harto de sus bromas-. Al principio no notó nada fuera de lugar que no hubiera notado al despertar. Úlcer, el piloto, estaba cómodamente echado en el sillón, como si se estuviese dormido, pero no lo estaba, eso pudo comprobarlo Lucius en cuanto sobrepasó el respaldo. Algo había matado a Úlcer sin dejar una sola marca y detenido la nave. Miró en derredor buscando alguna pista del atacante, por lo que él sabía aún podía estar ahí, luego echó un ojo a los mandos y las pantallas de navegación, todo parecía estar en verde, o sea, funcionando como debía, así que ¿por qué el zumbido ya no estaba? Y, ¿por qué no había saltado ni una maldita alarma? Se acercó al panel de comunicaciones y abrió el canal interno. El micrófono sobre su cabeza, oculto en alguna parte tras los paneles del techo, chasqueó y soltó un poco de estática antes de quedar en silencio. Separó el dedo del botón. El protocolo de emergencias para algo como eso decía claramente que el capitán debía reunirs a toda la tripulación para pasar revista, pero ¿y si era eso precísamente lo que el atacante quería? Una vez que todos estuvieran en el mismo sitio podrían eliminarlos con facilidad. Volvió a poner su mano en los controles de comunicación, pero ahora abrió un canal interno y privado.
--Vera. Reúnete conmigo en la sala de navegación, de inmediato.
No esperó respuesta. Se dejó caer en el sillón del segundo piloto y buscó algo bajo el mismo. Sus dedos se cerraron sobre una empuñadura rugosa y de tacto metálico. Se sintió más tranquilo en cuanto tuvo entre sus manos la pequeña Wilson: no era el arma más mortífera del Universo pero bien podía abrirle un agujero como un puño a un hombre adulto; y sin dañar el casco.
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