El sonido continuo y redondo del motor eléctrico se detuvo bruscamente, siguiéndole a los pocos instantes el golpe de un par de puertas al cerrarse. No le hacía falta ver a los dos hombres que acababan de bajarse del vehículo para saber que aspecto tenían, tampoco necesitaba abrir para saber que querían. Sólo había un motivo por el que podían estar allí. Suspiró pesadamente y se llevó la taza de café hirviendo, negro y sin azucar a los labios. Paró el movimiento un segundo y tomó un sorbo largo. El golpe de unos nudillos contra la madera rompió el silencio del interior de la cabaña. Sin prisa dejó la taza sobre el platillo en la mesa, se levantó y, acercándose a la entrada, liberó la cerradura. Al otro lado del umbral aparecieron dos hombres de traje negro y corbata, con gafas oscuras ocultando los ojos, y el pelo ridículamente pulcro y engominado. Uno de ellos ostentaba una placa que no llegó a leer.
- ¿Dónde vamos esta vez? - Preguntó mientras salía, calándose su chaqueta de piel, sin darles tiempo a los otros de decir palabra alguna. Cerró la puerta con un par de vueltas de la llave.
Si los desconcertó no lo demostraron. Simplemente giraron sus talones y la escoltaron hasta el vehículo, detenido a unos metros. Era un modelo nuevo, una especie de todoterreno, sin ningún logo que indicara la marca que lo había fabricado. Esperó a que le abrieran la puerta del asiento trasero y entró. Como había imaginado: los asientos eran de cuero y todo olía a demasiado nuevo. No pudo evitar preguntarse cuánto habría costado aquel "cacharro". En cuanto oyó el zumbido y notó las vibraciones del motor magnético acelerándose, supo que mucho más dinero del que ella vería junto jamás en su vida. Sonrió hacia abajo en una mueca de disgusto mientras se acomodaba en el enorme asiento. Iba a ser un viaje largo. Era el único motivo para no ir por carretera. Eso, o que la urgencia era demasiada.
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