Lucios cruzó los brazos y apoyó la espalda en el marco de la puerta automática, abierta, impidiendo que se cerrara. Desde allí controlaba todo el comedor. Aunque le había encargado a la mujer galiana que vigilara a Úlcer sabía que no sería suficiente. Además, dudaba que fuera capaz. Si querías que alguien no se enterara de algo nunca debías decírselo a tu piloto, todos los pilotos eran chismosos por naturaleza, por lo menos, en el tiempo, en realidad toda su vida, que llevaba en naves espaciales así había sido; y desde luego, tampoco a un galiano. Aquella raza no sabía ocultar nada. Sólo esperaba que Reeva se le hubiera pegado algo del resto de la tripulación.
El comedor no tardó en llenarse. La mayoría de las funciones de la nave estaban en modo automático, así que casi todos estaban allí. Un grupo de tres se aproximaba por el pasillo. Al llegar a la altura del capitán lo saludaron con un gesto de cabeza.
─¿Vera, tienes un momento?
─Claro, capitán. ─La mujer se detuvo, separándose de su grupo.
─Ven conmigo.
─¿Qué sucede? ─Sonó genuinamente preocupada.
─Aquí no.
A Vera no le pasó desapercibido el nerviosismo del capitán, pero se abstuvo de preguntar de nuevo.
─Vamos hacia vuestro camarote ─sonrió ─, ¿no está prohibido congeniar con otros tripulantes? ─Echó un vistazo a la cara de Lucius y eso le indicó que no era buen momento para bromas. Comenzó a contagiarse de la preocupación del otro, por lo general el capitán mantenía siempre el buen humor.
Sólo cuando el siseo de los sellos al cerrarse la puerta cesó, Lucius comenzó a hablar.
─Tenemos un problema muy serio, Vera.
La mujer se sentó a los pies de la cama del capitán.
─Debe serlo, a juzgar por cómo estáis.
─Esta mañana algo ha intentado atacarnos.
─¿Algo?
─No sé qué era, una especie de criatura. Atravesó la mampara de la sala de pilotos.
─Cómo, no ha habido alerta de descompresión. ¿Han fallado los sistemas de seguridad?
─No, no hubo fractura de los cristales.
─Entonces, ¿cómo la atravesó?
─Como un fantasma. Le disparé con la Wilsom y eso pareció acabar con ello, sin dejar rastro.
─No habréis estado fumando con Úlcer, ¿verdad?
─¡No! Es algo muy serio, porque no sólo ha ocurrido eso. Los sistemas de navegación estaban completamente erróneos y, sin saber cómo han vuelto a la normalidad. Y en la caja negra no había nada. Todo está normal.
─¿Estáis seguro?
Lucius clavó los ojos, medio furiosos, en Vera.
─Algo está pasando y no sé qué es.
─Hay algo más, ¿no?
El capitán desvió la mirada, se sentó y se sirvió un buen vaso de whisky (o algo que se le parecía). Tomó un buen trago antes de volver a hablar.
─Tuve una visión. Soñé con el ataque. O más bien, con el resultado del mismo. Llegaba a la sala de pilotos, Úlcer estaba muerto, los instrumentos estaban locos y todo se oía demasiado silencioso.
─¿Qué queréis que haga? ─La voz indicaba que ya sí estaba tomándolo en serio.
─Que escojas a cinco de tus hombres de más confianza y estén con los ojos bien abiertos. No quiero sorpresas desagradables... Bueno, no quiero que nos pillen con la guardia baja, porque sorpresas vamos a tener las queramos o no.
─Así lo haré.
─Otra cosa más. Ten un ojo en Úlcer y en Reeva. Ellos lo saben.
─Entonces no sé a qué viene tanto secretismo, cuando volvamos al comedor todo el mundo lo sabrá.
─Esperaba que ya todos lo supierais. Que Úlce no haya abierto la boca aún casi que es lo que me preocupa más. De alguna manera debe saber que ocurre algo grave. Y Reeva, mientras nadie le pregunte directamente estaremos bien.
─Como ordenéis, y creo que deberiais afeitaros y daros una ducha, tenéis mal aspecto.
Apuró la bebida y asintió.
Cuando Lucius se quedó a solas tomó en serio el consejo y se metió en el pequeño plato de ducha de su camarote. Dejó que el agua tibia relajara un poco su musculatura tensa. «Si tan sólo Natia estuviera allí...».
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