El traqueteo del tren comenzó brusco, luego suave y constante. Al mismo tiempo empezamos con el trabajo de observación. Puede parece algo fácil en un vagón de tren, pero el mirar a alguien sin que se de cuenta durante mucho rato es un arte, porque todos sabemos que cuando nos miran sentimos esa sensación que nos hace mirar atrás.
-Mira.-le dije a mi colega cuando vi que el chico sacaba el teléfono del bolsillo soltando un montón de hilos idénticos al que habíamos encontrado.
-Tiene el bolsillo roto, seguro.- me afirmó ella, rotunda.
-¿Qué está diciendo?
-Si me hablas no puedo intentar enterarme.
Cerré la boca. Tenía razón.
La conversación por el móvil no duró más de dos minutos. Mi colega me miró y se encogió de hombros. Torcí el gesto. La verdad es que no sé qué había esperado. No creo que nadie se ponga a hablar de unos quesos que ha robado, claro que tampoco conozco a nadie que robe unos quesos salvo que es que tenga mucha hambre y, tampoco parecía que el chaval estuviera famélico. Me apretujé un poco en mi asiento. No pude evitar preguntarme qué estabamos haciendo y si seríamos adictos al trabajo. Ese fin de semana se supone que iban a ser vacaciones y allí estábamos ahora, persiguiendo a un tipo. Aunque desde luego, por mi parte tengo que reconocer que mi colega distaba mucho del arquetipo de mis compañeros habituales en este tipo de aventuras. De los cuales, decir que el Gran Hugo era la mejor compañía era mucho. Con él habríamos tenido que ir en asientos separados porque él no habría cabido en uno. Por eso le decimos "el Gran Hugo".
Un carraspeo suave de mi colega me sacó de mi ensimismamiento apático. El hombre acababa de ponerse en pie y cogía su mochila medio abierta. Dentro pudimos ver con claridad una bolsa de plástico con el dibujo de la tienda donde los habíamos comprado.
-Es él, sin duda.-dije levantándome con la clara intención de ir a recuperar nuestros quesos, olvidándome de que no sabía como se lo iba a decir. Un tirón en mi chaqueta me detuvo.
-¿Dónde vas?-tardé unos instantes en reaccionar. En sus ojos se dibujaba una mirada depredadora.- Aún no hemos solucionado esto.
El chico fue un momento al servicio, no lo perdimos de vista en ningún momento.
La siguiente parada no tardó en llegar, la última antes de que fuera la nuestra. El chico no se movió. En ese momento me asaltó la duda de y si continuaba el viaje. No tendríamos tiempo de comprar otro billete y el revisor aún no había pasado. Si lo hacía antes de llegar a nuestra parada no sería un problema, no iban a pedirnoslo dos veces.
Nuestra parada se aproximaba. Nuestro sospechoso se levantó con clara intención de ir a la puerta de salida. No hacía más que mirar el reloj, nervioso.
Nos bajamos junto a la mayor parte del tren. La estación estaba bastante llena, más que por la mañana, lo que no era algo demasiado raro, supuse. Comenzamos a andar, sin quitarle un ojo, entre el laberinto de andenes. Vi como la salida que yo conocía quedaba atrás.
Cuando salimos al exterior me chocó la oscuridad reinante. Sabía que no me iba a acostumbrar en dos días y, realmente, seguramente aquello fuera algo a lo que jamás me pudiera acostumbrar. El chico se lanzó a la carretera para cruzar justo cuando pasaba un autobús y casi lo perdimos, lo que nos obligó a correr un poco para volverlo a tener a una distancia prudencial.
-¿Te suena esta zona de la ciudad?-le pregunté a mi colega mientras sacaba los guantes del bolsillo del abrigo. Con la ausencia de sol la temperatura empezaba a bajar. Además, tenía la sensación de que pronto iba a llover.
-Vagamente.-seguía con aquella mirada depredadora.
Tengo que reconocer que en otras circunstancias el hecho de perderme en una ciudad desconocida acompañado de una mujer guapa me habría resultado atractivo e, incluso, sugerente, pero persiguiendo a alguien y más teniendo en cuenta que mi dominio del idioma era poco menos que nulo, lo cierto es que me causaba un tanto de aprensión; pero no estaba dispuesto a dejar que se me notara. No habría sido profesional. Aunque echaba de menos el no tener un plano de la ciudad en el bolsillo. Me anoté mentalmente que, la próxima vez que fuera a una ciudad desconocida, sin importar las circunstancias me haría de un mapa.
-¿Dónde está?-lo había perdido de vista mientras limpiaba mis gafas, empañadas. Había comenzado a caer una lluvia incómoda, de esa intermitente. Mi colega me señaló con un gesto de la barbilla. Lo localicé al ponerme de nuevo las lentes.
-¿Qué te apuestas a que entra ahí?-su vista estaba fija en el escaparate de un local en el que, para saber qué se hacía en él no me hizo falta saber ni un ápice de otro idioma. Las tiendas de "Compro Oro" se ve que poseen un tipo de escaparate universal además de que, la palabra "Oro", se escribe exactamente igual.
-Tengo que reconocer que me siento mucho más intrigado.-reconocí cuando vi que, efectivamente, desparecía en el interior. Suspiré aliviado de no haber apostado nada. No me gusta hacerlo y menos cuando tengo la seguridad de que voy a perder. En ese momento tuve la sensación de que allí había algo más.-¿Hay algo qué no me hayas contado?-susurré apoyándome en la pared.
Mi colega sonrió enigmática.
-Pensaba que no ibas a darte cuenta nunca.
-Eso es demasiado tiempo, ¿no crees? -rió mientras de un bolsillo interior de su abrigo sacaba el móvil y me mostraba un par de fotos de artículos de un periódico.-¿Qué pone?
-Son noticias de una serie de robos a joyerías por todo el país.
-¿Y crees qué nuestro ladrón de quesos tiene que ver con eso?
Volvió a sonreir mientras asentía.
-Eras bueno abriendo bolsas y bolsillos, ¿verdad?
Enarqué una ceja ante la pregunta y luego asentí. Era cierto que tenía cierta habilidad para eso y que, más de una vez por motivos de trabajo había hecho uso de ella, aunque desde luego no me enorgullecía. No demasiado al menos.
-Espero que sigas siéndolo, porque esto es lo que haremos...
Me contó el plan al oído.
El chico salió del local unos cuarenta y cinco minutos más tarde. Nos habíamos situado en puntos diferentes de la calle. Si venía hacía mi tendríamos que correr un poco, pero tuvimos suerte y sus pasos lo llevaron de frente a mi colega que, en cuanto llegó a su altura, lo detuvo para preguntarle por una calle. Se revolvió nervioso pero intentó explicarle como llegar. Una de las ventajas de tener una cara bonita. Para antes de eso yo ya me había colocado en su espalda y, en el momento en el que se despistó ante la pregunta ya había rajado su mochila por abajo. Para cuando comenzó a responder la pregunta ya tenía la bolsa en mis manos y me alejaba varios metros. Mi colega y yo habíamos acordado encontrarnos en una parada de autobús en una perpendicular, a unos doscientos metros.
-¿La tienes?-preguntó en cuanto llegó a donde yo estaba. Levanté la bolsa para que la viera como respuesta.
-Aún no la he abierto.-se la entregué.-Tu corazonada, tu caso.-sonreí.
A la débil luz del cartel publicitario de la parada de autobús abrimos la bolsa, en ella había varios quesos de un tipo que allí llaman "burrata" y que, si alguna vez vais a Italia os recomiendo encarecidamente que probéis. Sacó unos cuantos pañuelos de papel y luego uno de los quesos, con cuidado lo partió.
-Algo me dice que ese no es el relleno que me habías dicho que traían estos quesos.-murmuré cuando entre la masa de dentro se veía algo que parecían cristales pulidos.
-Tenía razón.- Exclamó triunfal mientras me enseñaba más de cerca uno. Ante mi tenía un pequeño diamante. Sonreí mientras asentía.
-No lo dudé por un momento. ¿Y ahora qué?
-¿Tienes ganas de seguir con las vacaciones mañana?.-me preguntó. Analicé por unos momentos su mirada. Ya había logrado lo que quería.
-Sí, para poder enseñar alguna foto cuando me pregunten donde he estado.
Rió con ganas.
El lunes por la mañana, antes de que me marchara, mientras desayunábamos mi colega me plantó una noticia de un periódico local en la pantalla de su móvil. Tragué el trozo de galleta que tenía en la boca y, aunque esa vez había sido capaz de entender, más o menos, el titular, pregunté.
-¿Qué pone?
El triunfo se dibujaba en cada centímetro de su cara.
-Básicamente que la policía ha logrado desmantelar una banda organizada especializada en el robo de joyas y que estaba causando estragos por todo el país gracias a un soplo anónimo.
-Enhorabuena..-dije.-Aunque es una pena que por mis vacaciones hayas perdido el crédito por esto.-se encogió de hombros. Ambos sabíamos que en realidad aquello era lo que menos importaba de todo. Lo importante era resolver el enigma. Con eso en mente no puede evitar formular la cuestión que llevaba rondando mi cabeza todo el tiempo.-¿Qué te hizo suponer que nuestro ladrón de quesos tenía algo que ver con todo esto?
-Bueno,-se reclinó en el asiento mientras tomaba la taza de café caliente entre las dos manos.-en realidad no estaba segura de que tuviera que ver con esto, pero no pude evitar pensar que si alguien se llevaba una bolsa de quesos era por un motivo.-sonrió.-Estoy segura de que su bolsa se mezcló con la nuestra y no supo cual era cual, así que, ante la duda, se llevó las dos.
-Tienes toda la razón. Aunque me podrías haber contado antes lo de los robos.
-Tenía curiosidad por ver cuanto tardabas en darte cuenta.
Rió, y yo me contagié de su risa. Lamenté mucho tener que coger el vuelo tan pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario