Allí estábamos los dos, sentados en un banco en plena estación de tren de un pequeño pueblecito al sur de Italia, esperando. Alguien había robado de mi mochila la bolsa con los quesos. Podríamos haber ido a la policía, posiblemente es lo que deberíamos haber hecho, pero, por un lado no eramos capaces de dejar pasar la oportunidad de resolverlo y por otro, casi con toda seguridad la policía no habría hecho nada.
La aguja larga se deslizaba lentamente. De vez en cuando una voz salía de los altavoces. Habíamos tenido el tiempo suficiente para hacer memoria. Desde que saliéramos de Bari fueron cuatro paradas hasta nuestro destino. El vagón en ningún momento había estado demasiado lleno, como mucho diez personas. Un viejo de gafas redondas y cristales gruesos que viajaba en el asiento más cercano a la salida en el mismo sentido del trayecto, dormitando apoyado sobre a ventana durante todo el trayecto y que había continuado la marcha después de bajarnos nosotros. Una pareja cercana a los treinta con vestimentas de sport y de nylon posiblemente, candidatos por el material pero no por el color, abrigos plateados frente al hilo azulado, y porque nunca habían estado cerca de nuestros asientos. Dos señoras que hablaban demasiado rápido y muy alto, con ropas de color oscuro que se montaron y bajaron a la vez que nosotros. Un grupo de chavales de instituto. Una chica que no paraba de hablar por el móvil con un jersey rosa chicle, justo detrás de nosotros y un joven, veintiuno, con un chandal nike blanco y azul, con una mochila al hombro. También tenía el pelo corto y moreno y su cara era bastante ancha y cuadrada. Sus hombros estaban bastante elevados y la espalda ancha, por lo que era fácil deducir que le gustaba machacarse en el gimnasio. Éste era nuestro mejor candidato. Había tenido tiempo, la oportunidad y bajó del tren en la misma parada que nosotros. Aunque eso sí, el motivo seguía siendo un misterio.
Puede resultar raro que haya hecho esa descripción tan clara de todos los que iban en el vagón con nosotros, pero, como decía antes, la fuerza de la costumbre es increíblemente poderosa y, aunque no quiera, mi mente está tan acostumbrada a fijarse en todo que luego solo tengo que recordar y, anotar. Y además, no estaba sólo, éramos dos, por lo que poco se nos podía escapar.
-¿Estás segura de lo que te ha dicho?-pregunté a mi colega. Ella había estado hablando un buen rato con un hombre que parecía trabajar en la estación, ya que vestía el traje típico de los revisores y estaba allí al bajar y seguía estando cuando regresamos. El hombre se había mostrado increíblemente cooperador. Hay tipos por ahí realmente convincentes, capaces de obtener respuestas de casi todo el mundo, porque simplemente provocan pánico; pero estos a veces fallan. Sin embargo, una cara bonita con una buena mirada y una sonrisa estudiada es la llave perfecta para cualquier secreto. Las mujeres como mi colega son las que realmente me dan miedo. No creo que nadie pueda guardarles un secreto, lo que a veces tengo que reconocer, no hace que me sienta tranquilo. Aunque, afortunadamente, ella no abusa de ese arma, aunque podría.
-Completamente.-me contestó segura. Tenía que creermelo porque mi conocimiento de italiano era menor que cero y allí el inglés, como ya dije, es un idioma no demasiado extendido, igual que en mi querida tierra natal. Además, sus años de experiencia eran tantos como los míos. Si había algún error sólo podía estar en la fuente y, en un proceso como el que estábamos siguiendo, eso ocurre más a menudo de lo que nos gustaría.
-Entonces esperaremos.
La manecilla larga se puso en el doce, dando las cinco en punto. Un tren pasó de largo con estruendo y levantando una ventolera. Daba cierto miedo cuando los vagones pasaban a toda velocidad. Estaba absorto, viendo como se alejaba cuando mi colega me dió un leve codazo para llamar mi atención.
-Mira.-seguí su mirada hasta dar con la mujer del móvil. Estaba hablando.
-¿Y si le preguntas?
Realmente no hacía falta que hiciera la sugerencia. Mi colega ya estaba en pie, acercándose a la mujer. Lo hizo disimuladamente y, justo cuando colgó, le preguntó algo. No lo entendí pero tuvo que ser gracioso, porque ambas rieron un poco. Dejé de prestar atención con los oídos, frustrado.
-¿Qué te ha dicho?-pregunté cuando regresó.
-Pues que el chico cogió un par de bolsas de debajo del asiento.
-La próxima vez pondré la mochila arriba o en el asiento donde pueda verlas.
-También me ha dicho que suele hacer este trayecto una vez al mes, igual que ella.
-Una chica observadora.
-Todas las mujeres lo somos.-sonrió con cierta malicia.
No sabría concretar si es algo que mi colega creía así o si lo dijo más por meterse un poco conmigo. Pensándolo bien, posiblemente por ambas razones.
La mujer del móvil tenía razón, el chico apareció con su mochila al hombro. Ahora presentaba un aspecto cansado. Decidimos observarlo. No teníamos pruebas de que hubiera sido él, aún debíamos conseguirlas. El tren llegó unos pocos minutos después, nos montamos en el mismo vagón.
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