Capítulo 1. El Mandato del Rey.
El palacio del monarca de Ririan era uno de los más grandes y opulentos de todo el imperio de Tursan. La corte del rey Peltos Rocaoro destilaba riqueza y elegancia por todas partes, por eso Elbert, humilde erudito, se sentía abrumado. Sus ojos se posaban en cada tapiz, rematado siempre en oro, que colgaba en un pasillo. Las armaduras que adornaban los huecos siempre presentaban joyas engarzadas, en el peto, en los guantes o en las doradas empuñaduras de las armas que sostenían los guerreros vacíos. Hasta los ropajes de los criados eran de seda, rematados en plata. En esos momentos, Elbert estaba completamente absorto en los dibujos del faldón del hombre que lo guiaba.
Se detuvieron ante una enorme puerta, custodiada por dos enormes guardias. El criado la abrió y le cedió el paso.
-Su majestad os espera dentro.
Asintió nerviso antes de cruzar el umbral.
En su cara se pintó de asombro. Los techos abovedados eran increíblemente altos y, cada uno, presentaba una pintura de increible realismo. Los capiteles de las columnas refulgían con dorado. Y, frente a él, una ventana toda de cristal se abría, dando paso a un balcón gigantesco. No podía creer que estuviera en los aposentos personales del rey.
-Venid, pasad.-llamó desde el exterior.
Peltos Rocaoro se quedó parado, mirándolo con curiosidad y esbozó una mueca de disgusto.
-No os imaginaba tan joven.-suspiró.-Levantáos y tomad asiento.
Obedeció de inmediato cesando en su reverencia y se sentó. Se mantuvo callado, no había estado mucho en la corte pero sí lo suficiente como para saber que no debía hablar a menos que se le preguntar algo directamente o, se le diera permiso.
-Según he oído os jactáis de conocer casi todas las leyendas del reino y más allá.-Elbert asintió tímidamente.-Incluso, que habéis ido en busca de alguno de estos mitos y cuentos.
Volvió a mover la cabeza arriba y abajo, por la voz del rey le resultaba evidente su desaprobación.
-Aunque me parezca una locura, necesito que salgáis en busca de una de estas fábulas para mi.-tocó una campanilla y aparecieron, casi al instante, varios criados.-¿Queréis algo de beber?
-Un té estaría bien.-balbuceó.
-Vamos, rápido, traedlo y también una manzanilla. Y no olvidéis las galletitas, vamos, vamos.-se giró y quedó dándole la espalda, mirando toda la ciudad de Edirian que se desparramaba ante ellos, visible desde el balcón.-¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Muchas historias hay sobre el dragón del bosque de Lubaen, ¿conoceréis alguna verdad?
-Sí, majestad, alguna.-no sabía si permanecer sentado o levantarse.
-Eso está bien porque quiero que localicéis la guarida de la criatura.
-¿Del dragón?
-Así es, ¿no podéis hacerlo?
Dudó unos instantes. Sabía de muchos que habían intentado averigüar si existía o no el dragón de cuentos y leyendas sobre Lubaen sin éxito y que, la mayoría, habían regresado locos o algo peor, si es que lo hacían.
-No sabré si puedo hacerlo o no hasta que investigue un poco.-Peltos se giró para tenerlo de cara y, torció el gesto entre disgustado y aburrido.-No siempre existe la criatura o puede ser encontrada.-Se arrepintió de esas palabras, pero tenía que decirlas.
-Con esa falta de fe no me extraña que no encontréis todo lo que buscáis, pero,-se encogió de hombros.-me han dicho que soís el mejor, así que el trabajo es vuestro y estoy seguro de que no me decepcionaréis.
Elbert se preguntó por un momento en qué se estaba metiendo, él no había pedido nada y tenía muchas cosas que hacer, pero, sabía que a un rey no se le podía decir que no. Tragó saliva.
-Seber, el administrador, se encargará de proporcionar todo lo que podáis necesitar.
El silencio se hizo muy espeso. Elbert se levantó y empezó a salir de allí, notando que el rey había dado por terminada aquella reunión.
-Una cosa más, tenéis tres meses.
Hizo una reverencia antes de abandonar los aposentos del rey, con la cabeza llena de preguntas y, también, con una creciente preocupación en su estómago.
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