-¡Oh, maestro Lea! Al fin os he encontrado. No ha sido una
tarea fácil.
-¿Siempre os titubea tanto la voz o es porque no esperabais
encontrar a una mujer?
-Reconozco que eso me ha turbado unos instantes, pero no. Lo
cierto es que no esperaba hallaros en un lugar… como este.
-No es especialmente sensato juzgar el hogar de quien no
conoces y al que deseas pedir algo, ¿por qué vienes para eso verdad?
-Desde luego no pretendía tal cosa, os ruego que me
disculpéis, es sólo que son tantas las canciones que se cuentan sobre vuestra
grandeza y maestría que resulta imposible imaginar que viváis en esta humilde
cabaña. Y, el rubor en mi cara os habrá contestado vuestra pregunta.
-Sí que lo ha hecho, pero poco me importa; no puedo evitar
sentirme ofendida ante vuestras palabras, ¿acaso no es mi salón digno de
vuestra presencia? ¿Indigno de hasta un lugar que sólo existe en vuestra
imaginación?
-De nuevo os pido que perdonéis mis palabras, mis gestos y
la mirada a vuestras vacías paredes.
-¿Sois incapaz de contener vuestra lengua? ¿Tenéis algún
tipo de problema en el cerebro? ¿O acaso carecéis de él? No, no hagáis ni el
más mínimo intento de interrumpirme o puede que perdáis algo que no queréis
perder. ¿Cuál es vuestro nombre? ¿Y cuál vuestro linaje?
-Soy Julios Piedrasverdes, tercer hijo del barón de
Piedrasverdes.
-Sólo el tercer hijo de un barón, un don nadie que se cree
capaz de valorar donde descansa una leyenda, alguien que blandió las doce
espadas y que venció al más grande de los grandes, Íbar Hoja del Oeste. Julios
Piedras verdes, salid de aquí de inmediato y regresad solo cuando vuestra boca
no sea más rápida que vuestro pensamiento.
-¡Oh, maestra Lea! Han pasado quince meses, quince meses en
los que no he parado de lamentar mis desafortunadas palabras, quince meses en
los que he intentado a cada instante encontrar las palabras adecuadas para
pedir vuestro perdón, quince meses en los que he trabajado y aprendido para
hacerme digno de vuestras palabras.
-Reconozco que habéis mejorado, aunque veo en vuestros ojos
un eco de orgullo, de satisfacción, como si pensarais que con unas pocas frases
bien pensadas pudierais borrar todo lo que dijisteis la vez anterior; pero está
bien, consideraré que todo lo que habéis dicho es cierto y, os pregunto, ¿qué
deseáis que os enseñe?
-El secreto de la espada.
-Tan rápido contestáis, ¿es algo qué hayáis considerado
detenidamente? Porque os lo advierto tercer hijo del barón de Piedras verdes,
es un camino peligroso, largo y solitario.
-Estoy dispuesto a aceptar todo lo que en ese camino pueda
encontrar.
-Tenéis demasiada seguridad, demasiada.
-Si no fuera así jamás habría podido volver a presentarme en
vuestro salón.
-Los modales que traéis han mejorado, pero aún tengo dudas.
-¿Dudas? ¿Por qué? Si tan sólo me permitieseis demostraros
lo que puedo hacer.
-Si lo que hagáis puede impresionarme, entonces, ¿qué
necesitáis aprender de mi?
-¿Acaso es una burla?
-No, sólo una pregunta sincera.
-En ningún momento he querido insinuar que podría asombraros
de alguna manera, nada más demostrar que soy digno de vuestro tutelaje.
-No está mal, pero no penséis que porque haya sonreído os
tomaré como aprendiz, es posible que nunca lo haga.
-¡Por qué me atacáis?
-Quería saber únicamente cómo de rápido erais y, aunque
hayáis bloqueado mi espada y eso os llene de orgullo, os diré que volváis
cuando vuestro filo no sea más rápido que vuestra cabeza.
-¡Oh, maestra Lea! Tras quince meses he regresado, mi
lengua, ni mi espada, son más rápidas que mi mente, ¿me permitiréis entrar a
vuestro salón?
-Pasad, tercer hijo del barón de Piedrasverdes, para que
pueda comprobar si lo que decís es verdad.
-Gracias, maestro Lea.
-¿Cómo pensáis demostrarme todo eso? Y, antes de que me deis
una respuesta, dejadme advertiros que será la última vez que os deje traspasar
mi puerta. Incluso acercaros a esta casa.
-Confío en que esta vez me juzguéis digno.
-Puede que haya esperanza, confianza humilde… ¿Pero porqué
sacáis vuestra espada? ¿Pensáis desafiarme? Eso únicamente os granjeará una
muerte rápida y, desde luego, no servirá para que crea lo que habéis dicho para
que os dejase entrar.
-Reconozco que no he hecho nunca, en verdad, nada para
granjearme un gramo de confianza en mi como aprendiz, pero en todo el tiempo
que ha pasado al fin he aprendido algo.
-¿El qué? ¿A blandir una espada?
-No.
-Creí que no seríais nunca capaz de aprenderlo. Acabáis de
asombrarme y eso no es fácil de conseguir. Puede que sea vuestra maestra, pero
antes contestadme una pregunta ¿por qué habéis enfundado vuestra espada?
-Porque es el único sitio donde debe permanecer una hoja
afilada, en su funda.
-Una respuesta pausada, donde el cerebro fue más rápido que
la boca o la mano. A partir de ahora no sois más Julios Piedrasverdes, el
tercer hijo del barón Piedrasverdes. Vuestro nombre será Inar, la primera
palabra del lenguaje de las espadas.
-Gracias, maestra.
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