Yo...
Murió entre mis brazos, como atestigua el rojo seco que mancha mis ropas y mis manos. Yo lo maté. Yo lo maté porque mía era la espada y mío el brazo que la sujetaba. Todo eso lo sé y por ello, aunque sepa que él buscaba la muerte, no tengo consuelo y todo se ha convertido en llanto. Él era mi maestro y mi amigo. Y aún así, yo lo maté.
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