Creía que habías muerto, lo creía de verdad, y ya veo que no fue así. Tendría que sentirme alegre o eso supongo, pero no, porque cada vez que apareces en mi vida y me invitas a pensar diferente, a albergar esperanza de que existe otro camino, que otro resultado es posible; todo vuelve a ser exactamente lo mismo. Debo ser yo la causa y no tú, pero siempre me olvido de eso hasta que apareces y entonces todo se convierte en un terrible error que se lleva la felicidad.
Te dejo susurrarme al oído, cegarme aún cuando ya he atisbado demasiadas veces el futuro como para no saber lo que viene a continuación y vuelvo a caer en esa sensación vertiginosa de vacío, de rabia, de impotencia, de desconcierto porque sabes lo que sucede pero no eres capaz de alcanzarlo, o no quieres hacerlo.
Y ahí estoy ahora, en ninguna parte e infeliz. No te necesitaba, ni antes, ni ahora, ni nunca. Para mi sería mucho mejor que murieras de verdad, de una vez por todas, definitivamente; o al menos que te olvidaras de mi para siempre jamás.
No aguanto ya este punto alcanzado siempre después de tu visita traicionera. De ese saber como será algo, y ver dolorosamente como cada destello fragmentado del será se convierte en un es, que se clavará en mi pecho para convertirse en un fue envenando y me matará una vez más.
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