lunes, 14 de enero de 2013

La Canción del Bosque (3)

Capítulo 3, Buscando un Guía.

Despertó con dolor de cabeza. No había bebido demasiado pero el vino del conde Salmoralo era demasiado fuerte. Elbert se levantó tembloroso, casi arrastrándose. Despacio comenzó a vestirse mientras intentaba que el mundo se asentara. Pidió a uno de los criados que le trajeran algo de comer y una jarra de agua bien grande.

Elbert bostezó ocultandolo tras el enorme mapa del bosque de Lubaen que sujetaba entre sus manos. Salmoralo le había preparado a partir del medio día un encuentro con varios hombres que decían conocer el bosque y todos sus secretos, para que pudiera escoger el guía más adecuado, así que estaba haciendo todo lo posible por conocer el lugar y así tener una mínima oportunidad de localizar a los peores mentirosos.

El sol llegó a su posición más alta en el cielo demasiado pronto. Un criado tocó en la puerta para dejar pasar al primero de todos los guías llamados por Salmoralo. Elbert le dedicó una mirada de soslayo. El hombre vestía terciopelo de color blanco con bordados dorados, sus botas eran de piel suave y claras, la barba la llevaba pulcramente afeitada y su cabeza portaba un sombrero del mismo color que las botas cargado de un arcoiris de plumas. Su piel tenía un leve color canela y parecía demasiado lisa y tersa.
-¿Cuál es vuestro nombre?
-Beret,-una sonrisa, mostrando unos dientes blancos y perfectos, acompañó sus palabras.-a vuestro servicio.
-Bien, Beret, yo soy Elbert, ¿el conde Salmoralo os ha informado lo que preciso de vos?
-Desde luego, un guía para Lubaen.
-Exactamente, un guía que conozca el bosque como su propia cara.
-Ese soy yo.
-¿De dónde soís?
-De Bitian.
-¡Ah! La tierra de las bayas.- El joven sonrió como si acabara de escuchar una tontería.-Ya podéis marcharos.
-¿No váis a preguntarme nada más?
-No, os haré llamar si os necesito.
-Bien, gracias.-el hombre dió algunos pasos hacia atrás, confundido. Se giró hacia la puerta y, cuando accionó el picaporte aún se mostraba confuso.
-La próxima vez que alguien os pregunte de donde soís responded la verdad.
-Pero si...
-No volváis a mentirme, no conozco a nadie de Bitian cuyo rostro no se incendie cuando escucha que llama a su villa "La tierra de las bayas". Además, lleváis en Bahíaluna menos de un mes.
Cerró la puerta con un portazo.
Y es sólo el primero. Suspiró. Espero que no sean muchos más.

La puerta se abrió de nuevo y esta vez entró un hombre que vestía con frescos ropajes de lino crudas. El rostro lo tenía arrugado y moreno. En sus manos giraba, nervioso, un sombrero de paja. Tendría unos cuarenta años.
-¿Cuál es vuestro nombre?-preguntó Elbert al ver que permanecía callado.
-Olmar, señor.-clavó la vista en el suelo.
-¿Cuánto hace que vivís en bahía Luna?
-Quince años, soy de Caboespada.
-Estáis lejos de casa.
-He viajado bastante.
-Eso es bueno.
-Sabéis montar a caballo.
-Sí,-la duda se agarró a su voz.- pero en Lubaen un caballo no será de demasiada utilidad. No para algunos lugares. Y no es bueno dejar los caballos sin nadie que los vigile.
-¿Por qué no?-un atisbo de interés brilló en los ojos de Elbert.
-Porque se van.-bajó mucho la voz y se acercó unos pasos más.
-Bueno, si los atamos no sería un problema.
-Eso es como una trampa para los pobres animales.
-¿Qué es lo que pasa?-La vista del hombre seguía clavada en el suelo y ya no movía el sombrero, sino que lo estaba haciendo un guiñapo entre sus dedos, arrugándolo.-Podéis decirme porqué, no os tomaré por loco.
Aún así no pareció que fuera a responder nada, cuando Elbert casi se iba a dar por vencido.
-Las arañas.-levantó la cabeza y en sus ojos había miedo.
-¿Las arañas?
-Sí, las arañas.
-No sé que podrían hacerle a un caballo.
-No esas, sino las de Lubaen, las hay tan grandes como una cabeza y su veneno es mortal.
-¿Me estáis diciendo que hay arañas gigantes?
Olmar cerró la boca y volvió a mirar al suelo.
-No, os creo, os creo.
-¿Podéis llevarme dónde están las arañas?
-No.-detuvos sus manos y dejó que el sombrero recuperara su forma.- Sí, pero no es un lugar al que quiera ir.
-Me temo que sí, quiero ir.
-Hay que ir de día, cuando duermen, por la noche sería demasiado peligroso.
-Está bien.-si estaban dormidas posiblemente no las viera, y lo que quería era verlas, pero tampoco podía presionar tanto al hombre, primero tendría que ganarse su confianza.-Esperad aquí un momento.
Elbert salió de la sala un momento y al poco volvió con unos cuantos papeles.
-Necesito que firméis estos documentos.
De nuevo la vista al suelo, pero en esa ocasión el rostro se volvió rojo como una manzana madura.
-No sé escribir, ni leer.-reconoció.
-Entonces yo os lo leeré y si os parece bien, pondréis vustra marca.
Olmar asintió, avergonzado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario