jueves, 17 de enero de 2013

"Nadie..."

Aún recuerdo su mano fuerte y callosa sobre mi hombro, su mirada fija en el mar revuelto y oscurecido por un cielo negro que amenazaba con desatar una tormenta, como las tablas del embarcadero bajo nuestros pies crujían y las cuerdas de las barcas chasqueaban al agitarse, intentando liberarse; pero lo que más grabado tengo en mi memoria fueron sus palabras.
-En este mundo, el orden de las cosas es importante.
No respondí, continué sollozando como un crío, aunque hacía mucho que ya había dejado de serlo.
-Tendrás que aprenderlo.-su voz grave olía a caramelos de menta y anís.-No hay que olvidarse a uno mismo.-me encogí de hombros.-Quiero decirte con esto, que cuando dudes sobre qué hacer mira por ti y luego por los demás, te ahorrarás muchos disgutos y, a la larga, muchos problemas. Puede que ahora no lo creas así, incluso que no lo entiendas, a mi me pasaba lo mismo con tu edad y mucho después; tardé demasiado en aprender la lección, demasiado, y eso es algo que no lo deseo a ninguna persona, por eso te digo esto.-suspiró.-Aunque ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena.
Sus dedos soltaron mi hombro. Escuché como sus pasos hacían sonar la madera bajo su peso hasta que dejé de hacerlo, ocultos por la distancia, el viento y mis propios pensamientos. Apreté los puños y cerré los ojos mientras sentía el agua salada correr por mi cara, sin poder distinguir si eran gotas que la brisa marina empujaba a mis mejillas o si salían de mis ojos. Aquella tarde me juré que no me volvería a pasar algo como aquello, me lo prometí y lo escribí a fuego en mi cerebro. ¡Qué ingenuo fui! ¡Qué ingenuo!

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