-¿Qué has soñado esta noche?
-Con una sonrisa que nacía en unos ojos.
miércoles, 30 de enero de 2013
lunes, 28 de enero de 2013
Nuevo Temor
Hace años habrías sido el primero al que le contara todo esto, ahora, ahora estás demasiado lejos; pero lo que te diría sería que hoy he descubierto un nuevo temor. He tardado demasiado en darme cuenta, demasiado, y en estos momentos quiero sólo creer que es demasiado tarde. Solamente creerlo, porque aún deja lugar para la incertidumbre aún cuando sea engañarme un poco, una tenue . Y cuál es este nuevo temor me preguntarías, el de haber sido demasiado lento, el de haber estado demasiado ciego, el de llegar demasiado tarde. Siempre en mi corazón me ha asustado el rechazo, el abrirle a alguien mi alma y que simplemente no se dignara a mirar en ella ni con un parpadeo; pero no era más que un susurro, una leve brisa de miedos. Hay algo mucho más terrible, el que hubiera una persona a la espera de que le abrieras tu corazón y llegar tarde, porque eso significaría haberle hecho daño a alguien a quien irremediablemente amas. Y eso es lo que creo que he hecho y no sé como remediarlo. Siento que me asfixia, que ese temor aprieta mi corazón no dejándolo latir y me atenaza porque no veo la oportunidad de decir ninguna palabra.
sábado, 26 de enero de 2013
"Directo"
Las voces del gentío se sumaban unas sobre otras formando una amalgaba de ruido ininteligible. Los rostros que gritaban desde las gradas no eran más que borrones informes y velados. Nada fuera de los límites marcados por aquellas doce cuerdas tirantes y de colores tenía la más mínima importancia. Apretó los brazos contra el tronco todo lo que pudo al mismo tiempo que desplazaba los pies con suavidad sobre la lona. Escuchó el aire antes de notar el impacto. El puño lanzado con la desesperación del último golpe abrió su defensa, separó sus antebrazos y alcanzó su rostro. La piel de su cara se estiró en dirección contraria como si quisiera abandonar el hueso. Por un instante una nube de diminutas gotas de sudor lo impregnó todo. Los sonidos se apagaron lentamente, como si le hubieran puesto unos tapones de corcho que cada vez se hacían más gruesos. Y sus ojos se sumergieron en una piscina donde cada vez la luz era más tenue. Todo se volvió negro y silencioso como la muerte.
jueves, 24 de enero de 2013
Yo...
Murió entre mis brazos, como atestigua el rojo seco que mancha mis ropas y mis manos. Yo lo maté. Yo lo maté porque mía era la espada y mío el brazo que la sujetaba. Todo eso lo sé y por ello, aunque sepa que él buscaba la muerte, no tengo consuelo y todo se ha convertido en llanto. Él era mi maestro y mi amigo. Y aún así, yo lo maté.
miércoles, 23 de enero de 2013
Otro Corto...
Creía que habías muerto, lo creía de verdad, y ya veo que no fue así. Tendría que sentirme alegre o eso supongo, pero no, porque cada vez que apareces en mi vida y me invitas a pensar diferente, a albergar esperanza de que existe otro camino, que otro resultado es posible; todo vuelve a ser exactamente lo mismo. Debo ser yo la causa y no tú, pero siempre me olvido de eso hasta que apareces y entonces todo se convierte en un terrible error que se lleva la felicidad.
Te dejo susurrarme al oído, cegarme aún cuando ya he atisbado demasiadas veces el futuro como para no saber lo que viene a continuación y vuelvo a caer en esa sensación vertiginosa de vacío, de rabia, de impotencia, de desconcierto porque sabes lo que sucede pero no eres capaz de alcanzarlo, o no quieres hacerlo.
Y ahí estoy ahora, en ninguna parte e infeliz. No te necesitaba, ni antes, ni ahora, ni nunca. Para mi sería mucho mejor que murieras de verdad, de una vez por todas, definitivamente; o al menos que te olvidaras de mi para siempre jamás.
No aguanto ya este punto alcanzado siempre después de tu visita traicionera. De ese saber como será algo, y ver dolorosamente como cada destello fragmentado del será se convierte en un es, que se clavará en mi pecho para convertirse en un fue envenando y me matará una vez más.
Te dejo susurrarme al oído, cegarme aún cuando ya he atisbado demasiadas veces el futuro como para no saber lo que viene a continuación y vuelvo a caer en esa sensación vertiginosa de vacío, de rabia, de impotencia, de desconcierto porque sabes lo que sucede pero no eres capaz de alcanzarlo, o no quieres hacerlo.
Y ahí estoy ahora, en ninguna parte e infeliz. No te necesitaba, ni antes, ni ahora, ni nunca. Para mi sería mucho mejor que murieras de verdad, de una vez por todas, definitivamente; o al menos que te olvidaras de mi para siempre jamás.
No aguanto ya este punto alcanzado siempre después de tu visita traicionera. De ese saber como será algo, y ver dolorosamente como cada destello fragmentado del será se convierte en un es, que se clavará en mi pecho para convertirse en un fue envenando y me matará una vez más.
viernes, 18 de enero de 2013
Fuentes negras...
-¿No os resultan curiosas las fuentes de las que bebe la inspiración?
-¿Curiosas? Para nada, me sumen un un profundo estado de tristeza.
-¿Por qué?
-Porque la chispa siempre viene de la mano de las miserias humanas, siempre. La guerra, la pobreza, el hambre, el miedo, la oscuridad del alma, el desamor y los corazones rotos y, cuando no es la nostalgia, pérfida y traicionera...
-¿Curiosas? Para nada, me sumen un un profundo estado de tristeza.
-¿Por qué?
-Porque la chispa siempre viene de la mano de las miserias humanas, siempre. La guerra, la pobreza, el hambre, el miedo, la oscuridad del alma, el desamor y los corazones rotos y, cuando no es la nostalgia, pérfida y traicionera...
La Maldición...
"La nieve y el hielo cubrían su piel sin helarla, pero nada podía estar más frío. El puñal se clavó profundo en su pecho, pero no halló más que vacío inerte. Los fuegos lamían su cuerpo con caricias de infierno, pero allí no había más que cenizas. El viento empujaba con fuerza enviándolo a un rumbo perdido, pero hacía tiempo que no tenía un camino. Las palabras querían salir de su boca, pero su garganta era un abismo insalvable donde todas caían presas..."
jueves, 17 de enero de 2013
"Nadie..."
Aún recuerdo su mano fuerte y callosa sobre mi hombro, su mirada fija en el mar revuelto y oscurecido por un cielo negro que amenazaba con desatar una tormenta, como las tablas del embarcadero bajo nuestros pies crujían y las cuerdas de las barcas chasqueaban al agitarse, intentando liberarse; pero lo que más grabado tengo en mi memoria fueron sus palabras.
-En este mundo, el orden de las cosas es importante.
No respondí, continué sollozando como un crío, aunque hacía mucho que ya había dejado de serlo.
-Tendrás que aprenderlo.-su voz grave olía a caramelos de menta y anís.-No hay que olvidarse a uno mismo.-me encogí de hombros.-Quiero decirte con esto, que cuando dudes sobre qué hacer mira por ti y luego por los demás, te ahorrarás muchos disgutos y, a la larga, muchos problemas. Puede que ahora no lo creas así, incluso que no lo entiendas, a mi me pasaba lo mismo con tu edad y mucho después; tardé demasiado en aprender la lección, demasiado, y eso es algo que no lo deseo a ninguna persona, por eso te digo esto.-suspiró.-Aunque ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena.
Sus dedos soltaron mi hombro. Escuché como sus pasos hacían sonar la madera bajo su peso hasta que dejé de hacerlo, ocultos por la distancia, el viento y mis propios pensamientos. Apreté los puños y cerré los ojos mientras sentía el agua salada correr por mi cara, sin poder distinguir si eran gotas que la brisa marina empujaba a mis mejillas o si salían de mis ojos. Aquella tarde me juré que no me volvería a pasar algo como aquello, me lo prometí y lo escribí a fuego en mi cerebro. ¡Qué ingenuo fui! ¡Qué ingenuo!
-En este mundo, el orden de las cosas es importante.
No respondí, continué sollozando como un crío, aunque hacía mucho que ya había dejado de serlo.
-Tendrás que aprenderlo.-su voz grave olía a caramelos de menta y anís.-No hay que olvidarse a uno mismo.-me encogí de hombros.-Quiero decirte con esto, que cuando dudes sobre qué hacer mira por ti y luego por los demás, te ahorrarás muchos disgutos y, a la larga, muchos problemas. Puede que ahora no lo creas así, incluso que no lo entiendas, a mi me pasaba lo mismo con tu edad y mucho después; tardé demasiado en aprender la lección, demasiado, y eso es algo que no lo deseo a ninguna persona, por eso te digo esto.-suspiró.-Aunque ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena.
Sus dedos soltaron mi hombro. Escuché como sus pasos hacían sonar la madera bajo su peso hasta que dejé de hacerlo, ocultos por la distancia, el viento y mis propios pensamientos. Apreté los puños y cerré los ojos mientras sentía el agua salada correr por mi cara, sin poder distinguir si eran gotas que la brisa marina empujaba a mis mejillas o si salían de mis ojos. Aquella tarde me juré que no me volvería a pasar algo como aquello, me lo prometí y lo escribí a fuego en mi cerebro. ¡Qué ingenuo fui! ¡Qué ingenuo!
Música...
Se acomodó en el sofá, bajo la manta. Adoraba las tardes lluviosas en las que simplemente se quedaba allí, medio tumbado, escuchando música acompañada de las gotas, que golpeaban el cristal como si quisieran que las dejaran pasar.
Ese día sonaba la radio, por fin había encontrado una buena emisora en la que sonaba mucha música y los locutores hablaban poco, lo justo. La mente vacía mientras voces, agudos y graves, bajos y melodías, viajaban hasta sus oídos. Una tras otra iban llegando y las disfrutaba sin preocupaciones, sin pensar en el mensaje, sólo sonidos más o menos armoniosos.
Un segundo, nada más y, posiblemente, menos, le hizo falta para reconocer lo que sonaría a continuación. Sus ojos grises se agitaron bajo los párpados y la respiración se le aceleró. El viaje el tiempo sucedió casi instantáneamente. Ya no estaba en su pequeño piso, no. Podía ver la piscina a través del ventanuco del castillete en la casa de su amigo, las estanterías llenas de herramientas de todo tipo. El olor a serrín, pintura y cola lo impregnaba todo. Entre sus manos, polvoriento, tenía un viejo radiocasete, que nadie sabía porqué continuaba funcionando. Tras él, sus compañeros de juego preparaban la mesa con todo lo necesario: libros, figuras, dados, plantillas, metros y las listas, las preciadas listas con las que intentarían sorprenderse unos a otros y ganar la partida. Las caras de sus amigos, años borrosas en su memoria, se presentaban ahora nítidas como una fotografía nueva; podía contar las pecas, las espinillas, ver si estaban más o menos peinados. Incluso podía sentir la textura rugosa y áspera del tablero.
La canción terminó. En la radio había comenzando otra, pero ya no estaba allí, estaba en otro lugar, en otro momento.
Ese día sonaba la radio, por fin había encontrado una buena emisora en la que sonaba mucha música y los locutores hablaban poco, lo justo. La mente vacía mientras voces, agudos y graves, bajos y melodías, viajaban hasta sus oídos. Una tras otra iban llegando y las disfrutaba sin preocupaciones, sin pensar en el mensaje, sólo sonidos más o menos armoniosos.
Un segundo, nada más y, posiblemente, menos, le hizo falta para reconocer lo que sonaría a continuación. Sus ojos grises se agitaron bajo los párpados y la respiración se le aceleró. El viaje el tiempo sucedió casi instantáneamente. Ya no estaba en su pequeño piso, no. Podía ver la piscina a través del ventanuco del castillete en la casa de su amigo, las estanterías llenas de herramientas de todo tipo. El olor a serrín, pintura y cola lo impregnaba todo. Entre sus manos, polvoriento, tenía un viejo radiocasete, que nadie sabía porqué continuaba funcionando. Tras él, sus compañeros de juego preparaban la mesa con todo lo necesario: libros, figuras, dados, plantillas, metros y las listas, las preciadas listas con las que intentarían sorprenderse unos a otros y ganar la partida. Las caras de sus amigos, años borrosas en su memoria, se presentaban ahora nítidas como una fotografía nueva; podía contar las pecas, las espinillas, ver si estaban más o menos peinados. Incluso podía sentir la textura rugosa y áspera del tablero.
La canción terminó. En la radio había comenzando otra, pero ya no estaba allí, estaba en otro lugar, en otro momento.
martes, 15 de enero de 2013
La Canción del Bosque (4)
Capítulo 4, Primera Incursión.
El sol despertó radiante, como solía hacer en Bahía Luna, contagiando a Elbert de buen humor. Casabastros, uno de los criados que le proporcionó el rey, tenía todas las cosas preparadas y Olmar les esperaba.
No tardaron en dejar la ciudad atrás, que se estiraba a lo largo en la bahía, y verse engullidos por la marea verde que era el bosque de Lubaen. Olmar vestía las mismas ropas sencillas que el día anterior, sólo cambiaba que ahora se ceñía a la espalda un morral de piel bien grande, del que colgaba una gruesa manta, y una cantimplora en bandolera. Elbert viajaba algo más ligero aprovechando que dos de los hombres del rey, de los tres a su disposición, le acompañaban, no obstante él llevaba algunas provisiones y una buena capa. Si por algún motivo se separaban no quería verse desvalido por completo.
Lubaen era la imagen de la vida. Dónde se posara la vista había indicios de ella: en las hojas verdes, en una pequeña oruga que trepaba la corteza de un árbol, las flores, las fragancias a romero y espino inundando el aire; los trinos de los pájaros, el chirriar de los insectos, el ruido seco de los animales escondiéndose.
Un intenso aroma a resina y pino llegó al olfato de Elbert mucho antes de que Olmar los llevara hasta un pequeño grupo de cabañas, todas de madera. A un lado del campamento llacían montones de troncos a la espera de ser aserrados. La imagen de un montón de tocones resultó dolorosa.
-Éste es el campamento de los leñadores, ellos se encargan de proporcionar toda la madera que se necesita en Bahia Luna.-informó el guía, que saludaba en ese momento a un hombre de brazos musculosos y espaldas anchas.
-Hacía mucho tiempo.-bramó con una potente voz, acercándose.
-Demasiado.-sonrió Olmar.
-Me alegra que hayas encontrado una excusa para dejarte caer por aquí.-estrechó entre sus brazos al hombre que pareció inmensamente pequeño.-Soy Eruga, el capataz.-se presentó.
-Elbert.-hizo una pequeña inclinación de cabeza.-Ellos son Casabastros y Ticiaso.
-Bien, bien, ¿os quedaréis a comer?
-Me temo que no.-se adelantó Elbert temeroso de que Olmar pensara otra cosa.-Llevamos cierta prisa.
El hombretón rió con una risa atronadora.
-El bosque no se va a ir a ninguna parte, pero os veo determinado a seguir. Si a vuestro regreso tenéis más tiempo con gusto os invitaré a asado y cerveza, pero de la de verdad, no como ese caldo aguado que sirven en la ciudad a los marineros.
-Os lo agradezco.
Mientras atravesaban el campamento algunos hombres detenían sus tareas para saludar al guía y mirarlos con cierta curiosidad.
El bosque comenzaba a volverse cada vez más denso y opresivo, la luz ya no llenaba tan bien el espacio y la temperatura había descendido brúscamente. La humedad tierra y verde se podía respirar.
-¿Suele ser frecuente la niebla por aquí?-preguntó Elbert a Olmar que iba justo delante de él.
-En las mañanas sí, y también alguna tarde.
-Tiene que ser casi como la noche.
-Casi, no es recomendable avanzar cuando la niebla se adueña del bosque, corre uno el peligro de perderse.
-Lo tendré en cuenta.
El siguiente tramo del camino ascendía bruscamente y terminaba en lo que debía ser la cima de una colina.
-A partir de aquí será más difícil encontrar senderos.
-Es un buen lugar para hacer un alto y comer algo.
Olmar miró al cielo, asintiendo segundos después.
Comieron en silencio. Unos pocos bocados de queso y carne seca, acompañados de pan de nueces y agua.
El descenso, sin ni siquiera una pequeña vereda sinuosa que los guiara, resultó más complicado de lo que Elbert habría podido imaginar minutos antes. La raíces que sobresalían de la tierra resultaban trampas mortales, y siempre parecía haber algún matorral cargado de afiladas espinas que atravesaban los pantalones con excesiva facilidad. Más de una vez tuvieron que ayudarse entre ellos para desengancharse de una rama o un matojo. La conversación se fue volviendo poco a poco menos intensa hasta que terminó por desaparecer.
Cuando el camino se allanó de nuevo todos lo agradecieron. El paso se volvió poco a poco más rápido y la charla comenzó a fluir. Olmar los llevó hasta un pequeño claro con una amplia charca refrescante. Elbert aprovechó para meter los pies en el agua.
-¿Cuánto nos hemos adentrado en el bosque?-preguntó mientras tiraba una piedra al agua.
-Unos quince kilómetros.
-¿Nos falta mucho?
-A este paso, el resto del día y gran parte de mañana.
-¿Qué hora será?-sacó los pies del agua y se tumbó sobre la hierba.
-Es difícil saberlo, no se ve el sol.-Casabastros trepó sobre un montón de rocas para intentar ver mejor.
-Nos queda un poco más de una hora de luz,-Olmar había recogido una buena cantidad de leña.-pero en ese tiempo no encontraremos mejor lugar para pasar la noche.
Elbert se despertó sobresaltado. Su vista se fijó primero en la hoguera, apagada, aunque algunas volutas de humo se permitían ascender aún. Después miró a su alrededor. Sus compañeros dormían tranquilamente. Se tumbó boca arriba mirando al cielo estrellado. Algo había turbado su sueño, estaba seguro, pero qué, allí no había nadie más. Suspiró y cerró los ojos intentando volver a dormirse.
Olmar se levantó como un resorte en cuanto empezó a apreciarse la más mínima claridad. Elbert lo imitó pesádamente. Estaba agotado, no había conseguido volver a conciliar el sueño. Los dos criados que le proporcionó el rey también despertaron al oírlos moverse, tampoco parecía que hubieran pasado una buena noche. El guía se permitió una sonrisa, no era fácil dormir al raso cuando se estaba acostumbrado a camas mullidas y calientes.
Antes de los primeros rayos de sol ya caminaban tras Olmar. Lo seguían de cerca porque era la única forma de no perderse pues estaban rodeados de una niebla blanca y densa. El hombre, de vez en cuando se detenia y chasqueaba los dedos para que pudieran encontrarlo.
-Así no llegaremos nunca.-se quejó Casabastros.
-Un poco de paciencia.-pidió Elbert.
-Esto sólo durará unas horas.
Como había dicho el guía, la niebla fue levantándose lentamente hasta dejar solo las sombras del bosque. La zona en la que se encontraban ahora era en extremo tupida. Las ramas de los árboles de un verde intenso apenas dejaban pasar la luz, por lo que el suelo estaba húmedo y frío. Tenían que reconocer que aquella zona tenía un aire siniestro.
-A partir de aquí hemos de tener mucho cuidado, pronto empezaremos a ver montones de telas de araña. Ni se os ocurra tocarlas.
Asintieron.
Pasaron dos horas desde la advertencia y no se habían topado aún con ninguna tela de araña. Elbert se dio cuenta de que Olmar parecía algo confuso. La seguridad de sus pasos ya no era tan férrea y alzaba demasiado la cabeza, como buscando referencias que no encontraba.
-¿Está todo bien?
-No.-Tardó unos momentos en responder.- Deberían estar por aquí. Deberíamos haberlas visto hace mucho rato.
-¿Pude qué nos hayamos desviado un poco? No deciais qué eran nocturnas, lo mismo al anochecer.
-¡No! No, antes de que caiga la noche tenemos que irnos de aquí.-sus ojos brillaron con miedo.-No puede ser.
-Mi señor, ¿sabrá regresar?-se escuchó la voz de Casabastros.
-Esperemos que sí.
Aún permanecieron una hora más en el lugar, buscando, pero no encontraron nada.
El viaje de vuelta, infructuoso, irritó enormemente a Elbert. No hacía más que preguntarse si se había equivocado al escoger a aquel guía. Sabía que la tarea encomendada no iba a ser llegar y topar con la criatura, pero había estado tan convencido de ver las arañas gigantes que no se había planteado que pudieran no encontrarlas.
Retornar fue algo más rápido que la ida, así que pronto y al anochecer alcanzaron el campamento de leñadores donde, tal y como había prometido el amigo de Olmar, les ofrecieron un festín de venado asado. Pasaron la noche allí, en un cobertizo de herramientas que les pareció como la mejor habitación de la mejor posada tras tres noches al raso.
Cuando llegaron a la ciudad el conde Salmoralo se encontraba en el puerto, reunido con los capitanes y comerciantes y no se estimaba que llegara pronto. Elbert casi se alegró por no tener que informar inmediatamente al conde de su fracaso. Estaba seguro de que lo reportaría de inmediato al rey y los monarcas tendían a impacientarse demasiado cuando encontraban la primera piedra del camino y tropezaban. Se permitió un baño caliente para liberar su cuerpo de la suciedad y la tensión acumuladas.
El sol despertó radiante, como solía hacer en Bahía Luna, contagiando a Elbert de buen humor. Casabastros, uno de los criados que le proporcionó el rey, tenía todas las cosas preparadas y Olmar les esperaba.
No tardaron en dejar la ciudad atrás, que se estiraba a lo largo en la bahía, y verse engullidos por la marea verde que era el bosque de Lubaen. Olmar vestía las mismas ropas sencillas que el día anterior, sólo cambiaba que ahora se ceñía a la espalda un morral de piel bien grande, del que colgaba una gruesa manta, y una cantimplora en bandolera. Elbert viajaba algo más ligero aprovechando que dos de los hombres del rey, de los tres a su disposición, le acompañaban, no obstante él llevaba algunas provisiones y una buena capa. Si por algún motivo se separaban no quería verse desvalido por completo.
Lubaen era la imagen de la vida. Dónde se posara la vista había indicios de ella: en las hojas verdes, en una pequeña oruga que trepaba la corteza de un árbol, las flores, las fragancias a romero y espino inundando el aire; los trinos de los pájaros, el chirriar de los insectos, el ruido seco de los animales escondiéndose.
Un intenso aroma a resina y pino llegó al olfato de Elbert mucho antes de que Olmar los llevara hasta un pequeño grupo de cabañas, todas de madera. A un lado del campamento llacían montones de troncos a la espera de ser aserrados. La imagen de un montón de tocones resultó dolorosa.
-Éste es el campamento de los leñadores, ellos se encargan de proporcionar toda la madera que se necesita en Bahia Luna.-informó el guía, que saludaba en ese momento a un hombre de brazos musculosos y espaldas anchas.
-Hacía mucho tiempo.-bramó con una potente voz, acercándose.
-Demasiado.-sonrió Olmar.
-Me alegra que hayas encontrado una excusa para dejarte caer por aquí.-estrechó entre sus brazos al hombre que pareció inmensamente pequeño.-Soy Eruga, el capataz.-se presentó.
-Elbert.-hizo una pequeña inclinación de cabeza.-Ellos son Casabastros y Ticiaso.
-Bien, bien, ¿os quedaréis a comer?
-Me temo que no.-se adelantó Elbert temeroso de que Olmar pensara otra cosa.-Llevamos cierta prisa.
El hombretón rió con una risa atronadora.
-El bosque no se va a ir a ninguna parte, pero os veo determinado a seguir. Si a vuestro regreso tenéis más tiempo con gusto os invitaré a asado y cerveza, pero de la de verdad, no como ese caldo aguado que sirven en la ciudad a los marineros.
-Os lo agradezco.
Mientras atravesaban el campamento algunos hombres detenían sus tareas para saludar al guía y mirarlos con cierta curiosidad.
El bosque comenzaba a volverse cada vez más denso y opresivo, la luz ya no llenaba tan bien el espacio y la temperatura había descendido brúscamente. La humedad tierra y verde se podía respirar.
-¿Suele ser frecuente la niebla por aquí?-preguntó Elbert a Olmar que iba justo delante de él.
-En las mañanas sí, y también alguna tarde.
-Tiene que ser casi como la noche.
-Casi, no es recomendable avanzar cuando la niebla se adueña del bosque, corre uno el peligro de perderse.
-Lo tendré en cuenta.
El siguiente tramo del camino ascendía bruscamente y terminaba en lo que debía ser la cima de una colina.
-A partir de aquí será más difícil encontrar senderos.
-Es un buen lugar para hacer un alto y comer algo.
Olmar miró al cielo, asintiendo segundos después.
Comieron en silencio. Unos pocos bocados de queso y carne seca, acompañados de pan de nueces y agua.
El descenso, sin ni siquiera una pequeña vereda sinuosa que los guiara, resultó más complicado de lo que Elbert habría podido imaginar minutos antes. La raíces que sobresalían de la tierra resultaban trampas mortales, y siempre parecía haber algún matorral cargado de afiladas espinas que atravesaban los pantalones con excesiva facilidad. Más de una vez tuvieron que ayudarse entre ellos para desengancharse de una rama o un matojo. La conversación se fue volviendo poco a poco menos intensa hasta que terminó por desaparecer.
Cuando el camino se allanó de nuevo todos lo agradecieron. El paso se volvió poco a poco más rápido y la charla comenzó a fluir. Olmar los llevó hasta un pequeño claro con una amplia charca refrescante. Elbert aprovechó para meter los pies en el agua.
-¿Cuánto nos hemos adentrado en el bosque?-preguntó mientras tiraba una piedra al agua.
-Unos quince kilómetros.
-¿Nos falta mucho?
-A este paso, el resto del día y gran parte de mañana.
-¿Qué hora será?-sacó los pies del agua y se tumbó sobre la hierba.
-Es difícil saberlo, no se ve el sol.-Casabastros trepó sobre un montón de rocas para intentar ver mejor.
-Nos queda un poco más de una hora de luz,-Olmar había recogido una buena cantidad de leña.-pero en ese tiempo no encontraremos mejor lugar para pasar la noche.
Elbert se despertó sobresaltado. Su vista se fijó primero en la hoguera, apagada, aunque algunas volutas de humo se permitían ascender aún. Después miró a su alrededor. Sus compañeros dormían tranquilamente. Se tumbó boca arriba mirando al cielo estrellado. Algo había turbado su sueño, estaba seguro, pero qué, allí no había nadie más. Suspiró y cerró los ojos intentando volver a dormirse.
Olmar se levantó como un resorte en cuanto empezó a apreciarse la más mínima claridad. Elbert lo imitó pesádamente. Estaba agotado, no había conseguido volver a conciliar el sueño. Los dos criados que le proporcionó el rey también despertaron al oírlos moverse, tampoco parecía que hubieran pasado una buena noche. El guía se permitió una sonrisa, no era fácil dormir al raso cuando se estaba acostumbrado a camas mullidas y calientes.
Antes de los primeros rayos de sol ya caminaban tras Olmar. Lo seguían de cerca porque era la única forma de no perderse pues estaban rodeados de una niebla blanca y densa. El hombre, de vez en cuando se detenia y chasqueaba los dedos para que pudieran encontrarlo.
-Así no llegaremos nunca.-se quejó Casabastros.
-Un poco de paciencia.-pidió Elbert.
-Esto sólo durará unas horas.
Como había dicho el guía, la niebla fue levantándose lentamente hasta dejar solo las sombras del bosque. La zona en la que se encontraban ahora era en extremo tupida. Las ramas de los árboles de un verde intenso apenas dejaban pasar la luz, por lo que el suelo estaba húmedo y frío. Tenían que reconocer que aquella zona tenía un aire siniestro.
-A partir de aquí hemos de tener mucho cuidado, pronto empezaremos a ver montones de telas de araña. Ni se os ocurra tocarlas.
Asintieron.
Pasaron dos horas desde la advertencia y no se habían topado aún con ninguna tela de araña. Elbert se dio cuenta de que Olmar parecía algo confuso. La seguridad de sus pasos ya no era tan férrea y alzaba demasiado la cabeza, como buscando referencias que no encontraba.
-¿Está todo bien?
-No.-Tardó unos momentos en responder.- Deberían estar por aquí. Deberíamos haberlas visto hace mucho rato.
-¿Pude qué nos hayamos desviado un poco? No deciais qué eran nocturnas, lo mismo al anochecer.
-¡No! No, antes de que caiga la noche tenemos que irnos de aquí.-sus ojos brillaron con miedo.-No puede ser.
-Mi señor, ¿sabrá regresar?-se escuchó la voz de Casabastros.
-Esperemos que sí.
Aún permanecieron una hora más en el lugar, buscando, pero no encontraron nada.
El viaje de vuelta, infructuoso, irritó enormemente a Elbert. No hacía más que preguntarse si se había equivocado al escoger a aquel guía. Sabía que la tarea encomendada no iba a ser llegar y topar con la criatura, pero había estado tan convencido de ver las arañas gigantes que no se había planteado que pudieran no encontrarlas.
Retornar fue algo más rápido que la ida, así que pronto y al anochecer alcanzaron el campamento de leñadores donde, tal y como había prometido el amigo de Olmar, les ofrecieron un festín de venado asado. Pasaron la noche allí, en un cobertizo de herramientas que les pareció como la mejor habitación de la mejor posada tras tres noches al raso.
Cuando llegaron a la ciudad el conde Salmoralo se encontraba en el puerto, reunido con los capitanes y comerciantes y no se estimaba que llegara pronto. Elbert casi se alegró por no tener que informar inmediatamente al conde de su fracaso. Estaba seguro de que lo reportaría de inmediato al rey y los monarcas tendían a impacientarse demasiado cuando encontraban la primera piedra del camino y tropezaban. Se permitió un baño caliente para liberar su cuerpo de la suciedad y la tensión acumuladas.
lunes, 14 de enero de 2013
La Canción del Bosque (3)
Capítulo 3, Buscando un Guía.
Despertó con dolor de cabeza. No había bebido demasiado pero el vino del conde Salmoralo era demasiado fuerte. Elbert se levantó tembloroso, casi arrastrándose. Despacio comenzó a vestirse mientras intentaba que el mundo se asentara. Pidió a uno de los criados que le trajeran algo de comer y una jarra de agua bien grande.
Elbert bostezó ocultandolo tras el enorme mapa del bosque de Lubaen que sujetaba entre sus manos. Salmoralo le había preparado a partir del medio día un encuentro con varios hombres que decían conocer el bosque y todos sus secretos, para que pudiera escoger el guía más adecuado, así que estaba haciendo todo lo posible por conocer el lugar y así tener una mínima oportunidad de localizar a los peores mentirosos.
El sol llegó a su posición más alta en el cielo demasiado pronto. Un criado tocó en la puerta para dejar pasar al primero de todos los guías llamados por Salmoralo. Elbert le dedicó una mirada de soslayo. El hombre vestía terciopelo de color blanco con bordados dorados, sus botas eran de piel suave y claras, la barba la llevaba pulcramente afeitada y su cabeza portaba un sombrero del mismo color que las botas cargado de un arcoiris de plumas. Su piel tenía un leve color canela y parecía demasiado lisa y tersa.
-¿Cuál es vuestro nombre?
-Beret,-una sonrisa, mostrando unos dientes blancos y perfectos, acompañó sus palabras.-a vuestro servicio.
-Bien, Beret, yo soy Elbert, ¿el conde Salmoralo os ha informado lo que preciso de vos?
-Desde luego, un guía para Lubaen.
-Exactamente, un guía que conozca el bosque como su propia cara.
-Ese soy yo.
-¿De dónde soís?
-De Bitian.
-¡Ah! La tierra de las bayas.- El joven sonrió como si acabara de escuchar una tontería.-Ya podéis marcharos.
-¿No váis a preguntarme nada más?
-No, os haré llamar si os necesito.
-Bien, gracias.-el hombre dió algunos pasos hacia atrás, confundido. Se giró hacia la puerta y, cuando accionó el picaporte aún se mostraba confuso.
-La próxima vez que alguien os pregunte de donde soís responded la verdad.
-Pero si...
-No volváis a mentirme, no conozco a nadie de Bitian cuyo rostro no se incendie cuando escucha que llama a su villa "La tierra de las bayas". Además, lleváis en Bahíaluna menos de un mes.
Cerró la puerta con un portazo.
Y es sólo el primero. Suspiró. Espero que no sean muchos más.
La puerta se abrió de nuevo y esta vez entró un hombre que vestía con frescos ropajes de lino crudas. El rostro lo tenía arrugado y moreno. En sus manos giraba, nervioso, un sombrero de paja. Tendría unos cuarenta años.
-¿Cuál es vuestro nombre?-preguntó Elbert al ver que permanecía callado.
-Olmar, señor.-clavó la vista en el suelo.
-¿Cuánto hace que vivís en bahía Luna?
-Quince años, soy de Caboespada.
-Estáis lejos de casa.
-He viajado bastante.
-Eso es bueno.
-Sabéis montar a caballo.
-Sí,-la duda se agarró a su voz.- pero en Lubaen un caballo no será de demasiada utilidad. No para algunos lugares. Y no es bueno dejar los caballos sin nadie que los vigile.
-¿Por qué no?-un atisbo de interés brilló en los ojos de Elbert.
-Porque se van.-bajó mucho la voz y se acercó unos pasos más.
-Bueno, si los atamos no sería un problema.
-Eso es como una trampa para los pobres animales.
-¿Qué es lo que pasa?-La vista del hombre seguía clavada en el suelo y ya no movía el sombrero, sino que lo estaba haciendo un guiñapo entre sus dedos, arrugándolo.-Podéis decirme porqué, no os tomaré por loco.
Aún así no pareció que fuera a responder nada, cuando Elbert casi se iba a dar por vencido.
-Las arañas.-levantó la cabeza y en sus ojos había miedo.
-¿Las arañas?
-Sí, las arañas.
-No sé que podrían hacerle a un caballo.
-No esas, sino las de Lubaen, las hay tan grandes como una cabeza y su veneno es mortal.
-¿Me estáis diciendo que hay arañas gigantes?
Olmar cerró la boca y volvió a mirar al suelo.
-No, os creo, os creo.
-¿Podéis llevarme dónde están las arañas?
-No.-detuvos sus manos y dejó que el sombrero recuperara su forma.- Sí, pero no es un lugar al que quiera ir.
-Me temo que sí, quiero ir.
-Hay que ir de día, cuando duermen, por la noche sería demasiado peligroso.
-Está bien.-si estaban dormidas posiblemente no las viera, y lo que quería era verlas, pero tampoco podía presionar tanto al hombre, primero tendría que ganarse su confianza.-Esperad aquí un momento.
Elbert salió de la sala un momento y al poco volvió con unos cuantos papeles.
-Necesito que firméis estos documentos.
De nuevo la vista al suelo, pero en esa ocasión el rostro se volvió rojo como una manzana madura.
-No sé escribir, ni leer.-reconoció.
-Entonces yo os lo leeré y si os parece bien, pondréis vustra marca.
Olmar asintió, avergonzado.
Despertó con dolor de cabeza. No había bebido demasiado pero el vino del conde Salmoralo era demasiado fuerte. Elbert se levantó tembloroso, casi arrastrándose. Despacio comenzó a vestirse mientras intentaba que el mundo se asentara. Pidió a uno de los criados que le trajeran algo de comer y una jarra de agua bien grande.
Elbert bostezó ocultandolo tras el enorme mapa del bosque de Lubaen que sujetaba entre sus manos. Salmoralo le había preparado a partir del medio día un encuentro con varios hombres que decían conocer el bosque y todos sus secretos, para que pudiera escoger el guía más adecuado, así que estaba haciendo todo lo posible por conocer el lugar y así tener una mínima oportunidad de localizar a los peores mentirosos.
El sol llegó a su posición más alta en el cielo demasiado pronto. Un criado tocó en la puerta para dejar pasar al primero de todos los guías llamados por Salmoralo. Elbert le dedicó una mirada de soslayo. El hombre vestía terciopelo de color blanco con bordados dorados, sus botas eran de piel suave y claras, la barba la llevaba pulcramente afeitada y su cabeza portaba un sombrero del mismo color que las botas cargado de un arcoiris de plumas. Su piel tenía un leve color canela y parecía demasiado lisa y tersa.
-¿Cuál es vuestro nombre?
-Beret,-una sonrisa, mostrando unos dientes blancos y perfectos, acompañó sus palabras.-a vuestro servicio.
-Bien, Beret, yo soy Elbert, ¿el conde Salmoralo os ha informado lo que preciso de vos?
-Desde luego, un guía para Lubaen.
-Exactamente, un guía que conozca el bosque como su propia cara.
-Ese soy yo.
-¿De dónde soís?
-De Bitian.
-¡Ah! La tierra de las bayas.- El joven sonrió como si acabara de escuchar una tontería.-Ya podéis marcharos.
-¿No váis a preguntarme nada más?
-No, os haré llamar si os necesito.
-Bien, gracias.-el hombre dió algunos pasos hacia atrás, confundido. Se giró hacia la puerta y, cuando accionó el picaporte aún se mostraba confuso.
-La próxima vez que alguien os pregunte de donde soís responded la verdad.
-Pero si...
-No volváis a mentirme, no conozco a nadie de Bitian cuyo rostro no se incendie cuando escucha que llama a su villa "La tierra de las bayas". Además, lleváis en Bahíaluna menos de un mes.
Cerró la puerta con un portazo.
Y es sólo el primero. Suspiró. Espero que no sean muchos más.
La puerta se abrió de nuevo y esta vez entró un hombre que vestía con frescos ropajes de lino crudas. El rostro lo tenía arrugado y moreno. En sus manos giraba, nervioso, un sombrero de paja. Tendría unos cuarenta años.
-¿Cuál es vuestro nombre?-preguntó Elbert al ver que permanecía callado.
-Olmar, señor.-clavó la vista en el suelo.
-¿Cuánto hace que vivís en bahía Luna?
-Quince años, soy de Caboespada.
-Estáis lejos de casa.
-He viajado bastante.
-Eso es bueno.
-Sabéis montar a caballo.
-Sí,-la duda se agarró a su voz.- pero en Lubaen un caballo no será de demasiada utilidad. No para algunos lugares. Y no es bueno dejar los caballos sin nadie que los vigile.
-¿Por qué no?-un atisbo de interés brilló en los ojos de Elbert.
-Porque se van.-bajó mucho la voz y se acercó unos pasos más.
-Bueno, si los atamos no sería un problema.
-Eso es como una trampa para los pobres animales.
-¿Qué es lo que pasa?-La vista del hombre seguía clavada en el suelo y ya no movía el sombrero, sino que lo estaba haciendo un guiñapo entre sus dedos, arrugándolo.-Podéis decirme porqué, no os tomaré por loco.
Aún así no pareció que fuera a responder nada, cuando Elbert casi se iba a dar por vencido.
-Las arañas.-levantó la cabeza y en sus ojos había miedo.
-¿Las arañas?
-Sí, las arañas.
-No sé que podrían hacerle a un caballo.
-No esas, sino las de Lubaen, las hay tan grandes como una cabeza y su veneno es mortal.
-¿Me estáis diciendo que hay arañas gigantes?
Olmar cerró la boca y volvió a mirar al suelo.
-No, os creo, os creo.
-¿Podéis llevarme dónde están las arañas?
-No.-detuvos sus manos y dejó que el sombrero recuperara su forma.- Sí, pero no es un lugar al que quiera ir.
-Me temo que sí, quiero ir.
-Hay que ir de día, cuando duermen, por la noche sería demasiado peligroso.
-Está bien.-si estaban dormidas posiblemente no las viera, y lo que quería era verlas, pero tampoco podía presionar tanto al hombre, primero tendría que ganarse su confianza.-Esperad aquí un momento.
Elbert salió de la sala un momento y al poco volvió con unos cuantos papeles.
-Necesito que firméis estos documentos.
De nuevo la vista al suelo, pero en esa ocasión el rostro se volvió rojo como una manzana madura.
-No sé escribir, ni leer.-reconoció.
-Entonces yo os lo leeré y si os parece bien, pondréis vustra marca.
Olmar asintió, avergonzado.
La pantalla
[...]
-Llevaba el pelo largo y suelto, que le caía por el cuerpo, por encima del pecho, sobre su jersey de color verde y manga larga. Con unos vaqueros de azul claro y unos zapatos de color madera, vamos, un color marrón claro un poco anaranjado. Pendientes creo que no llevaba, pero no estoy del todo seguro. Y el bolso era pequeño, redondeado, de piel marrón y de aspecto suave. Y estaba comiéndose unos donuts. ¡Ah! Y las uñas no las llevaba pintadas, bueno, puede que llevera esmalte de ese transparente, pero nada más.
-¿Y después de eso quieres que me crea que no te acuerdas de su cara?
-Agente, yo no he dicho que no recuerde su cara, sino que no se la vi.
-¿Cómo no ibas a verla si estaba sentada justo frente a ti?
-Porque las pantallas de ordenador de 24" tapan bastante y, a día de hoy no son precísamente transparentes.
-Chico, no me vaciles o tendrás problemas.
-Nada más lejos de mi intención. Por favor, siéntese ahí. Y yo me sentaré aquí, en mi sitio. ¿Me ve la cara?
-No.
-Yo a usted tampoco.
-Me has vacilado totalmente, chico, pero reconozco que tenías razón.
-¿Para qué iba a mentirle? Creo que conozco todo el armario de esa chica, sus gustos en bebidas, snacks, los colores para uñas que más usa y sus peinados favoritos; pero ni conozco su voz, ni si es pecosa, o tiene los ojos verdes, o azules... Porque no le he visto la cara nunca, siempre estaba la pantalla en medio.
[...]
-Llevaba el pelo largo y suelto, que le caía por el cuerpo, por encima del pecho, sobre su jersey de color verde y manga larga. Con unos vaqueros de azul claro y unos zapatos de color madera, vamos, un color marrón claro un poco anaranjado. Pendientes creo que no llevaba, pero no estoy del todo seguro. Y el bolso era pequeño, redondeado, de piel marrón y de aspecto suave. Y estaba comiéndose unos donuts. ¡Ah! Y las uñas no las llevaba pintadas, bueno, puede que llevera esmalte de ese transparente, pero nada más.
-¿Y después de eso quieres que me crea que no te acuerdas de su cara?
-Agente, yo no he dicho que no recuerde su cara, sino que no se la vi.
-¿Cómo no ibas a verla si estaba sentada justo frente a ti?
-Porque las pantallas de ordenador de 24" tapan bastante y, a día de hoy no son precísamente transparentes.
-Chico, no me vaciles o tendrás problemas.
-Nada más lejos de mi intención. Por favor, siéntese ahí. Y yo me sentaré aquí, en mi sitio. ¿Me ve la cara?
-No.
-Yo a usted tampoco.
-Me has vacilado totalmente, chico, pero reconozco que tenías razón.
-¿Para qué iba a mentirle? Creo que conozco todo el armario de esa chica, sus gustos en bebidas, snacks, los colores para uñas que más usa y sus peinados favoritos; pero ni conozco su voz, ni si es pecosa, o tiene los ojos verdes, o azules... Porque no le he visto la cara nunca, siempre estaba la pantalla en medio.
[...]
domingo, 13 de enero de 2013
Mensaje Cifrado...
[...]
-Mira la nota que he recibido esta mañana.
SU-BKSJKG 8 - 35 - 27
-¿Qué significa?
-¿Tú crees que te lo estaría enseñando si lo supiera? Ayúdame a descifrarlo.
-¿Yo? ¿No tienes a otro al que incordiar con estos estúpidos jueguecitos?
-¿La verdad? Sí, pero tu estás el primero en la lista.
-"¡Qué bien! Siempre quise estar primero en una lista". A veces no sé porque no te digo simplemente que te olvides de mi existencia.
-Venga, será divertido.
-Como una piñata donde tú eres la piñata...
[...]
-Mira la nota que he recibido esta mañana.
SU-BKSJKG 8 - 35 - 27
-¿Qué significa?
-¿Tú crees que te lo estaría enseñando si lo supiera? Ayúdame a descifrarlo.
-¿Yo? ¿No tienes a otro al que incordiar con estos estúpidos jueguecitos?
-¿La verdad? Sí, pero tu estás el primero en la lista.
-"¡Qué bien! Siempre quise estar primero en una lista". A veces no sé porque no te digo simplemente que te olvides de mi existencia.
-Venga, será divertido.
-Como una piñata donde tú eres la piñata...
[...]
Dialogando (3)
Probando diálogos... "pudo ser ayer".
1.
-Supongo que querer asegurar la respuesta aunque ya la conozca es de idiotas, ¿no?
-Depende.
-¿Cómo qué depende?
-Pues eso, depende.
-Ya vale, a ver dime donde entra tu palabra favorita aquí.
-Muy fácil, si quieres asegurar la respuesta es porque en realidad no la conoces, o porque aunque sea infinitesimalmente tienes alguna esperanza de estar equivocado. Eso último es lo que probablemente sea de idiotas.
-Muchas gracias, amigo.
-Tú fuiste el que preguntó.
-Ya, pero esperaba que me dieras otra contestación, no sé, algo que me animara.
-Tenías la esperanza de que te animara y sabías que te diría lo que pienso, idiota.
-No sé ni para qué pregunto.
-Ya te lo he explicado y no voy a volver a hacerlo.
-Está bien, está bien, tú ganas.
2.
-¿No tienes la sensación de qué todo se repite?
-¿Cómo en un círcul vicioso?
-Sí, algo así, pero más como una espiral.
-Supongo que a veces sí.
-¿Y qué haces?
-Normalmente pego un grito y luego increpo un poco a Dios.
-¿Y te funciona?
-Si no estoy sólo en casa sí, si no me toca levantarme.
-¿Pero de qué me hablas?
-De lo que me has preguntado, de que todo se repite.
-¿Y qué tiene que ver que estés sólo en casa o no?
-Pues que me podrán traer el papel o no.
-Muy trancesdental, ¡sí señor!
-¡Eh! En el "trono" suelen llegar las mejores ideas.
-Prefiero no saber de tus ideas ahí, gracias.
-Tú te lo pierdes.
3.
-¿Tú crees que alguna vez dejará de pasarme esto?
-No lo sé, creía que esta vez sí.
-Ya, igual que la anterior, y la anterior. Y así sucesivamente.
-Bueno, ya vendrán tiempos mejores.
-Siempre dices eso y siempre termina igual.
-No exageres.
-Llevas razón, debería decir que ni empieza igual.
-Menos mal que sé de que va la cosa, porque si no pensaría que hablas raro.
-Pues oye, lo mismo ese es mi problema, que hablo raro.
-Yo te entiendo perfectamente.
-En tu caso son los años de experiencia.
-Será. Me alegra que hayas sonreído.
-Mover los labios hacia los lados es fácil y lo de dentro no se ve. Aunque para algunas cosas debo de ser transparente.
-Sí, como un cristal recién limpiado. ¿Cuándo vas a dejar de decir tonterías?
-Cuándo esto decida empezar.
4.
-Sabes, hoy he tenido como un "déjà vu".
-¿No me digas?
-¿Y lo más gracioso sabes qué ha sido?
-Ni idea.
-Que sabía que lo iba a tener.
-Claro, ¡ahora eres vidente!
-Pues hijo, para algunas cosas debo serlo, porque esto lo había visto venir desde el principio.
-¿Entonces porqué me estás dando la brasa?
-Supongo que porque, como siempre, dejo que la esperanza me invada.
-Pues no lo hagas más, ¿vale?
-La próxima vez que te encuentres uno de estos "deyavús" cambiate de acera.
-Eso es lo que me digo siempre después, pero luego nunca lo hago.
-Pues la próxima acuérdate. Por tus amigos, te lo agradeceremos.
-Ya lo supongo Si no querías hablar de esto haberlo dicho, eres el único al que le cuento estas cosas.
-¡Qué afortunado!
-No te preocupes que esta es la última.
-Eso espero.
5.
-Siempre lo sé, que será así. Ansío el subidón que me da. Me hace viajar a otros mundos donde yo no soy yo, donde mi destino no está marcado y predefinido, donde lo que quiero está a mi alcance. Es como si la vida fuera mejor de lo que es. Siempre me siento así después, durante un tiempo; pero luego viene lo malo y tras ello, lo peor. La sensación de vértigo, la caída y el impacto contra el suelo. Tan fuerte que casi no me puedo levantar. Después de eso me digo cien veces no, mil, que no la volveré a tomar. Que no dejaré que se acerque a mi, pero siempre fracaso. Acabo cayendo porque soy débil.
1.
-Supongo que querer asegurar la respuesta aunque ya la conozca es de idiotas, ¿no?
-Depende.
-¿Cómo qué depende?
-Pues eso, depende.
-Ya vale, a ver dime donde entra tu palabra favorita aquí.
-Muy fácil, si quieres asegurar la respuesta es porque en realidad no la conoces, o porque aunque sea infinitesimalmente tienes alguna esperanza de estar equivocado. Eso último es lo que probablemente sea de idiotas.
-Muchas gracias, amigo.
-Tú fuiste el que preguntó.
-Ya, pero esperaba que me dieras otra contestación, no sé, algo que me animara.
-Tenías la esperanza de que te animara y sabías que te diría lo que pienso, idiota.
-No sé ni para qué pregunto.
-Ya te lo he explicado y no voy a volver a hacerlo.
-Está bien, está bien, tú ganas.
2.
-¿No tienes la sensación de qué todo se repite?
-¿Cómo en un círcul vicioso?
-Sí, algo así, pero más como una espiral.
-Supongo que a veces sí.
-¿Y qué haces?
-Normalmente pego un grito y luego increpo un poco a Dios.
-¿Y te funciona?
-Si no estoy sólo en casa sí, si no me toca levantarme.
-¿Pero de qué me hablas?
-De lo que me has preguntado, de que todo se repite.
-¿Y qué tiene que ver que estés sólo en casa o no?
-Pues que me podrán traer el papel o no.
-Muy trancesdental, ¡sí señor!
-¡Eh! En el "trono" suelen llegar las mejores ideas.
-Prefiero no saber de tus ideas ahí, gracias.
-Tú te lo pierdes.
3.
-¿Tú crees que alguna vez dejará de pasarme esto?
-No lo sé, creía que esta vez sí.
-Ya, igual que la anterior, y la anterior. Y así sucesivamente.
-Bueno, ya vendrán tiempos mejores.
-Siempre dices eso y siempre termina igual.
-No exageres.
-Llevas razón, debería decir que ni empieza igual.
-Menos mal que sé de que va la cosa, porque si no pensaría que hablas raro.
-Pues oye, lo mismo ese es mi problema, que hablo raro.
-Yo te entiendo perfectamente.
-En tu caso son los años de experiencia.
-Será. Me alegra que hayas sonreído.
-Mover los labios hacia los lados es fácil y lo de dentro no se ve. Aunque para algunas cosas debo de ser transparente.
-Sí, como un cristal recién limpiado. ¿Cuándo vas a dejar de decir tonterías?
-Cuándo esto decida empezar.
4.
-Sabes, hoy he tenido como un "déjà vu".
-¿No me digas?
-¿Y lo más gracioso sabes qué ha sido?
-Ni idea.
-Que sabía que lo iba a tener.
-Claro, ¡ahora eres vidente!
-Pues hijo, para algunas cosas debo serlo, porque esto lo había visto venir desde el principio.
-¿Entonces porqué me estás dando la brasa?
-Supongo que porque, como siempre, dejo que la esperanza me invada.
-Pues no lo hagas más, ¿vale?
-La próxima vez que te encuentres uno de estos "deyavús" cambiate de acera.
-Eso es lo que me digo siempre después, pero luego nunca lo hago.
-Pues la próxima acuérdate. Por tus amigos, te lo agradeceremos.
-Ya lo supongo Si no querías hablar de esto haberlo dicho, eres el único al que le cuento estas cosas.
-¡Qué afortunado!
-No te preocupes que esta es la última.
-Eso espero.
5.
-Siempre lo sé, que será así. Ansío el subidón que me da. Me hace viajar a otros mundos donde yo no soy yo, donde mi destino no está marcado y predefinido, donde lo que quiero está a mi alcance. Es como si la vida fuera mejor de lo que es. Siempre me siento así después, durante un tiempo; pero luego viene lo malo y tras ello, lo peor. La sensación de vértigo, la caída y el impacto contra el suelo. Tan fuerte que casi no me puedo levantar. Después de eso me digo cien veces no, mil, que no la volveré a tomar. Que no dejaré que se acerque a mi, pero siempre fracaso. Acabo cayendo porque soy débil.
viernes, 11 de enero de 2013
Dialogando (2)
Practicando diálogos... En la Jaula de la Fantasía, palabras de otra realidad.
1.
[...]
-Es que aquí las cosas funcionan así.
-¿Cómo?
-Si tienes un lugar secreto lo conoce todo el mundo, pero si lo conoce todo el mundo entonces es secreto.
-O sea, funcionan al revés.
-No, del derecho.
-No puede ser, si es secreto lo es, y si no, no.
-Claro.
-Bien, entonces es tan fácil como hacer lo contrario de lo que quiero. Para que nadie me encuentre me pondré a la vista de todos, y si quiero que alguien me halle, entonces me esconderé.
-Pero así no funcionan las cosas aquí.
-¿Cómo que no?
-No. No puedes querer lo que no quieres para obtener lo que quieres, porque entonces obtienes lo que quieres.
-Exactamente.
-No, porque lo que quieres es lo que no quieres.
-Eso no tiene sentido.
-Es que aquí las cosas no funcionan así.
[...]
2.
[...]
-¿Qué le pasa a ese?
-Ha perdido su hada.
-Entonces no puede estar aquí.
-¿No podemos hacer una excepción?
-No, y lo sabes.
-Si, pero tenía que preguntarlo.
-¿Por qué?
-Porque es una pena.
-Siempre lo es.
-Cuando se vaya no volverá.
-Eso no lo sabes.
-Esta vez sí lo sé.
[...]
3.
[...]
-¿Cuándo tienes pensado ir a verlo?
-No lo sé.
-¿No crees que ya lo has tenido esperando bastante?
-¿Bastante? Para nada.
-Casi ha pasado una vida.
-Una vida para él, yo acabo de nacer.
-Eso es cierto, pero tu nacimiento se lo debes a él.
-Pero...
-¿Pero qué?
-Si me ve llegará a su final.
-Al menos será un final feliz.
[...]
4.
[...]
-Siempre te lo preguntaste, ¿no?
-Desde la primera vez que me vi.
-Es curioso.
-¿El qué?
-Que de tantos fueras tú el primero.
-¿El primero?
-Sí, el primero que se preguntó qué habría al otro lado.
-Me cuesta creerlo.
-Pues así es.
-Me pregunto el porqué.
-Siempre tienes preguntas.
-Sí, sólo me faltan las respuestas.
-Las encontrarás.
-¿Todas?
-Todas.
[...]
5.
[...]
-¿Qué ha hecho?
-Nada.
-Entonces, ¿por qué está aquí?
-Por eso, por no hacer nada.
-¿Tenía otra alternativa?
-Sí.
-¿Habría cambiado el resultado?
-No.
-Entonces, ¿por qué está aquí?
[...]
6.
[...]
-¿Y siempre está la bruma aquí?
-¿Siempre?
-Que si nunca se va esta especie de niebla.
-¡Ah! Siempre, sí.
-¿Qué la produce? ¿El pantano?
-¿El pantano? No.
-Entonces, ¿qué?
-Pronto lo verá.
-¿Qué lo veré?
-Sí.
-¡Aaaah! ¡Por Dios! ¡No quiero ser devorado! ¡Noooo! ¡Ayúdeme! ¡Ayúdeme! ¡Ayú...!
[...]
7.
[...]
-Siento algo así, como un fuego por dentro.
-Es que algo te habrá sentado mal al estómago.
-No, si es por todo el cuerpo.
-¿Por todo el cuerpo?
-Sí.
-¡Ah! El amor.
-¡Qué dices!
-Que lo que sientes es amor.
-¡Pero mira!
-¡Si estás brillando, brillando como un ascua!
-Te lo estaba diciendo, un fuego por dentro.
[...]
8.
[...]
-¿Y dice qué disparó en defensa propia?
-Exactamente.
-¿Y me lo tengo que creer?
-Usted puede hacer lo que quiera, detective, yo ya le he dicho como ocurrieron los hechos.
-¿Pero los hechos son la verdad?
-Eso le toca a usted averiguarlo.
-¿Agente?
-¿Sí, detective?
-¿Usted acaba de ver lo mismo que yo?
-Si se refiere al sospechoso atravesando la pared, sí.
-Creo que será mejor no decirle esto a nadie.
-¿Pero cómo justificará su desaparición?
-Ya se me ocurrirá algo, cualquier cosa sonará más creíble que esto.
-En eso tiene razón.
-Sabía que este caso me iba a traer problemas... Lo sabía.
[...]
9.
[...]
-¿Este es el final?
-Sí.
-¿Pero el final de todo?
-Sí.
-Entonces, ¿ya he acabado?
-Por ahora.
[...]
10.
[...]
-¡Lo he descubierto! ¡Lo he descubierto!
-¡Alto! Párese un momento por favor. Eso está mejor. ¿Quiere decirnos por qué grita de esa manera?
-Porque lo he descubierto, Erik, lo he descubierto.
-¡Maldita sea, Fiedrich! ¿Qué ha descubierto?
-Ya lo sabéis, Erik.
-¿Cómo voy a saberlo si no me lo decís?
-¡Usted los mató! ¡Los mató a todos!
-¿Qué hice qué? Habéis perdido el juicio!
-Casi lo hago, gracias a sus triquiñuelas.
-¿Quiere serenarse? ¿Acaso no estaba conmigo cuando todos murieron? En el Gran Salón, jugando nuestra partida semanal de cartas, ¿no lo recuerda?
-Lo hago, lo hago demasiado bien. Es usted un científico brillante. Brillante, demasiado brillante; pero yo, Fiedrich von Berschmark he descubierto su secreto.
-¿Qué secreto, Fiedrich?
-¡Éste!
-¿Y qué se supone que tenéis en la mano?
-La pistola de rayos que ellos querían, por eso los mató.
-¿No véis la locura que decís?
-¿Locura? ¡No estoy loco!
-¡Por favor, Fiedrich, apunte con eso a otro lado!
-¿Lo reconoce entonces?
-Sí, me habéis descubierto, pero quitad vuestro dedo del gatillo.
-¿Cómo pudistéis hacerlo?
-Querían mi pistola para la guerra, para el mal, no eran buenas personas.
-¿E Isabella? ¿También la quería? ¿También era mala persona?
-No, ella fue un desafortunado accidente, no podía saber que estaba ahí.
-Deberiáis haberlo sabido, haberos asegurado antes de disparar con este rayo mortal que atraviesa las paredes.
[...]
1.
[...]
-Es que aquí las cosas funcionan así.
-¿Cómo?
-Si tienes un lugar secreto lo conoce todo el mundo, pero si lo conoce todo el mundo entonces es secreto.
-O sea, funcionan al revés.
-No, del derecho.
-No puede ser, si es secreto lo es, y si no, no.
-Claro.
-Bien, entonces es tan fácil como hacer lo contrario de lo que quiero. Para que nadie me encuentre me pondré a la vista de todos, y si quiero que alguien me halle, entonces me esconderé.
-Pero así no funcionan las cosas aquí.
-¿Cómo que no?
-No. No puedes querer lo que no quieres para obtener lo que quieres, porque entonces obtienes lo que quieres.
-Exactamente.
-No, porque lo que quieres es lo que no quieres.
-Eso no tiene sentido.
-Es que aquí las cosas no funcionan así.
[...]
2.
[...]
-¿Qué le pasa a ese?
-Ha perdido su hada.
-Entonces no puede estar aquí.
-¿No podemos hacer una excepción?
-No, y lo sabes.
-Si, pero tenía que preguntarlo.
-¿Por qué?
-Porque es una pena.
-Siempre lo es.
-Cuando se vaya no volverá.
-Eso no lo sabes.
-Esta vez sí lo sé.
[...]
3.
[...]
-¿Cuándo tienes pensado ir a verlo?
-No lo sé.
-¿No crees que ya lo has tenido esperando bastante?
-¿Bastante? Para nada.
-Casi ha pasado una vida.
-Una vida para él, yo acabo de nacer.
-Eso es cierto, pero tu nacimiento se lo debes a él.
-Pero...
-¿Pero qué?
-Si me ve llegará a su final.
-Al menos será un final feliz.
[...]
4.
[...]
-Siempre te lo preguntaste, ¿no?
-Desde la primera vez que me vi.
-Es curioso.
-¿El qué?
-Que de tantos fueras tú el primero.
-¿El primero?
-Sí, el primero que se preguntó qué habría al otro lado.
-Me cuesta creerlo.
-Pues así es.
-Me pregunto el porqué.
-Siempre tienes preguntas.
-Sí, sólo me faltan las respuestas.
-Las encontrarás.
-¿Todas?
-Todas.
[...]
5.
[...]
-¿Qué ha hecho?
-Nada.
-Entonces, ¿por qué está aquí?
-Por eso, por no hacer nada.
-¿Tenía otra alternativa?
-Sí.
-¿Habría cambiado el resultado?
-No.
-Entonces, ¿por qué está aquí?
[...]
6.
[...]
-¿Y siempre está la bruma aquí?
-¿Siempre?
-Que si nunca se va esta especie de niebla.
-¡Ah! Siempre, sí.
-¿Qué la produce? ¿El pantano?
-¿El pantano? No.
-Entonces, ¿qué?
-Pronto lo verá.
-¿Qué lo veré?
-Sí.
-¡Aaaah! ¡Por Dios! ¡No quiero ser devorado! ¡Noooo! ¡Ayúdeme! ¡Ayúdeme! ¡Ayú...!
[...]
7.
[...]
-Siento algo así, como un fuego por dentro.
-Es que algo te habrá sentado mal al estómago.
-No, si es por todo el cuerpo.
-¿Por todo el cuerpo?
-Sí.
-¡Ah! El amor.
-¡Qué dices!
-Que lo que sientes es amor.
-¡Pero mira!
-¡Si estás brillando, brillando como un ascua!
-Te lo estaba diciendo, un fuego por dentro.
[...]
8.
[...]
-¿Y dice qué disparó en defensa propia?
-Exactamente.
-¿Y me lo tengo que creer?
-Usted puede hacer lo que quiera, detective, yo ya le he dicho como ocurrieron los hechos.
-¿Pero los hechos son la verdad?
-Eso le toca a usted averiguarlo.
-¿Agente?
-¿Sí, detective?
-¿Usted acaba de ver lo mismo que yo?
-Si se refiere al sospechoso atravesando la pared, sí.
-Creo que será mejor no decirle esto a nadie.
-¿Pero cómo justificará su desaparición?
-Ya se me ocurrirá algo, cualquier cosa sonará más creíble que esto.
-En eso tiene razón.
-Sabía que este caso me iba a traer problemas... Lo sabía.
[...]
9.
[...]
-¿Este es el final?
-Sí.
-¿Pero el final de todo?
-Sí.
-Entonces, ¿ya he acabado?
-Por ahora.
[...]
10.
[...]
-¡Lo he descubierto! ¡Lo he descubierto!
-¡Alto! Párese un momento por favor. Eso está mejor. ¿Quiere decirnos por qué grita de esa manera?
-Porque lo he descubierto, Erik, lo he descubierto.
-¡Maldita sea, Fiedrich! ¿Qué ha descubierto?
-Ya lo sabéis, Erik.
-¿Cómo voy a saberlo si no me lo decís?
-¡Usted los mató! ¡Los mató a todos!
-¿Qué hice qué? Habéis perdido el juicio!
-Casi lo hago, gracias a sus triquiñuelas.
-¿Quiere serenarse? ¿Acaso no estaba conmigo cuando todos murieron? En el Gran Salón, jugando nuestra partida semanal de cartas, ¿no lo recuerda?
-Lo hago, lo hago demasiado bien. Es usted un científico brillante. Brillante, demasiado brillante; pero yo, Fiedrich von Berschmark he descubierto su secreto.
-¿Qué secreto, Fiedrich?
-¡Éste!
-¿Y qué se supone que tenéis en la mano?
-La pistola de rayos que ellos querían, por eso los mató.
-¿No véis la locura que decís?
-¿Locura? ¡No estoy loco!
-¡Por favor, Fiedrich, apunte con eso a otro lado!
-¿Lo reconoce entonces?
-Sí, me habéis descubierto, pero quitad vuestro dedo del gatillo.
-¿Cómo pudistéis hacerlo?
-Querían mi pistola para la guerra, para el mal, no eran buenas personas.
-¿E Isabella? ¿También la quería? ¿También era mala persona?
-No, ella fue un desafortunado accidente, no podía saber que estaba ahí.
-Deberiáis haberlo sabido, haberos asegurado antes de disparar con este rayo mortal que atraviesa las paredes.
[...]
Dialogando (1)
Pruebas dialogadas...
1.
[...]
-¡Qué sí!
-Tío, no te pongas así.
-Claro que sí, ¡es siempre la misma mierda!
-No hombre.
-¿No? Cómo no va a serlo si siempre acaba igual.
-Pero ha sido distinto esta vez.
-¿Distinto? ¿Por qué? Porque empezó de otra manera.
-¡Claro!
-¿Y qué más da como empezara? Si terminó de la mismitica manera. Lo que te diga yo, ¡la misma mierda! Pero sabes qué te digo, que no me vuelve a pasar nunca jamás, ¡nunca jamás!
-Bueno, lo que tu digas.
-Claro que sí, lo que yo diga.
[...]
2.
[...]
-No deberías rendirte.
-¿Tú qué sabrás?
-Nada, salvo que tirar la toalla es de estúpidos.
-Pues también es de estúpidos levantar la cabeza cuando sabes que van a darte otro puñetazo, ¿sabes?
-Eso no puedes saberlo.
-Sí, sí que lo sé.
-¿Cómo?
-Por la experiencia, hijo, por la experiencia.
-Claro, como que estás recibiendo golpes todos los días, ¿no?
-Venga, listo, dime cuando no me han dado y bien... ¿Ves? Ni una sola vez tienes en tu cabeza.
[...]
3.
[...]
-Tengo que confesarte algo.
-¿El qué?
-Algo, pero es que no sé si hacerlo.
-¿Cómo que no lo sabes?
-Eso, que no lo sé. Es una pregunta.
-Pues venga, pregunta.
-¡Qué no sé!
-Ya está bien, ¿qué?
-Que no, que me da miedo.
-¿Miedo?
-Claro, porque seguro que no la quieres contestar.
-¿Cómo no voy a querer contestarla?
-Qué si quieres salir conmigo... Ves, no ibas a contestarla, nada, me daba miedo saber tu respuesta, ¿ves? En fin, lo siento, no tendría que haberla hecho.
[...]
4.
[...]
Fue bonito, bonito mientras duró, claro, aunque no es que durase demasiado tiempo. Y bueno, el tiempo que lo hizo en realidad fue una ilusión, ¿verdad? Sí, claro que lo fue y las ilusiones siempre son bonitas, al menos hasta que alguien llega y le pega una patada, arrojándola lejos, y se borran. Pero es que tampoco se puede vivir siempre en una ilusión, claro, sería demasiado dulce, aunque esta vez me habría gustado que durara un poco más. Sólo un poco más. Lo que no sé es "pa qué" si al final llegaríamos al mismo sitio, ¿verdad? Bueno, supongo que algún día será diferente, así que no debería preocuparme. Entonces, ¿por qué mierda lo hago? ¿Por qué mierda no lo olvido? Supongo que porque la mierda cuesta más olvidarla que las ilusiones, claro, es como más real.
[...]
1.
[...]
-¡Qué sí!
-Tío, no te pongas así.
-Claro que sí, ¡es siempre la misma mierda!
-No hombre.
-¿No? Cómo no va a serlo si siempre acaba igual.
-Pero ha sido distinto esta vez.
-¿Distinto? ¿Por qué? Porque empezó de otra manera.
-¡Claro!
-¿Y qué más da como empezara? Si terminó de la mismitica manera. Lo que te diga yo, ¡la misma mierda! Pero sabes qué te digo, que no me vuelve a pasar nunca jamás, ¡nunca jamás!
-Bueno, lo que tu digas.
-Claro que sí, lo que yo diga.
[...]
2.
[...]
-No deberías rendirte.
-¿Tú qué sabrás?
-Nada, salvo que tirar la toalla es de estúpidos.
-Pues también es de estúpidos levantar la cabeza cuando sabes que van a darte otro puñetazo, ¿sabes?
-Eso no puedes saberlo.
-Sí, sí que lo sé.
-¿Cómo?
-Por la experiencia, hijo, por la experiencia.
-Claro, como que estás recibiendo golpes todos los días, ¿no?
-Venga, listo, dime cuando no me han dado y bien... ¿Ves? Ni una sola vez tienes en tu cabeza.
[...]
3.
[...]
-Tengo que confesarte algo.
-¿El qué?
-Algo, pero es que no sé si hacerlo.
-¿Cómo que no lo sabes?
-Eso, que no lo sé. Es una pregunta.
-Pues venga, pregunta.
-¡Qué no sé!
-Ya está bien, ¿qué?
-Que no, que me da miedo.
-¿Miedo?
-Claro, porque seguro que no la quieres contestar.
-¿Cómo no voy a querer contestarla?
-Qué si quieres salir conmigo... Ves, no ibas a contestarla, nada, me daba miedo saber tu respuesta, ¿ves? En fin, lo siento, no tendría que haberla hecho.
[...]
4.
[...]
Fue bonito, bonito mientras duró, claro, aunque no es que durase demasiado tiempo. Y bueno, el tiempo que lo hizo en realidad fue una ilusión, ¿verdad? Sí, claro que lo fue y las ilusiones siempre son bonitas, al menos hasta que alguien llega y le pega una patada, arrojándola lejos, y se borran. Pero es que tampoco se puede vivir siempre en una ilusión, claro, sería demasiado dulce, aunque esta vez me habría gustado que durara un poco más. Sólo un poco más. Lo que no sé es "pa qué" si al final llegaríamos al mismo sitio, ¿verdad? Bueno, supongo que algún día será diferente, así que no debería preocuparme. Entonces, ¿por qué mierda lo hago? ¿Por qué mierda no lo olvido? Supongo que porque la mierda cuesta más olvidarla que las ilusiones, claro, es como más real.
[...]
martes, 8 de enero de 2013
Oernes
-¡Fuimos unos idiotas!-bramó E'Lan mientras soltaba su jarra de cerveza encima de la mesa, derramándola.-Fue como creer que porque el cielo estuviera radiante durante años el sol no volvería a nublarse nunca.
-Pero quién iba a imaginárselo. Otra vez.-Be'Ilin abrió mucho los ojos al hablar.
-Precísamente, precisamente por eso, porque no era la primera vez.
-Ni será la última.-La voz de Atul se escuchó desde la profundidad de su capucha.
-Pues la próxima vez que no cuenten conmigo, lo digo en serio.-voleó la jarra de cerveza varias veces antes de llevarsela a los labios.-Estoy cansado.
-No puedes elegir escapar de tu destino.
-También estoy cansado de tus frases sin sentido, Atul.
-Yo no uso frases huecas. Está prohibido.
-¿Ves? Ahí está de nuevo.
-Déjalo ya.-renegó Be'Ilin.-Todos sabíamos que pasaría esto aunque no quisiéramos verlo.
-Oernes.
-¿Qué?
-Así se llama.
-¿El qué?-E'Lan puso los ojos en blanco, desesperado.
-Oernes es la palabra que usamos para decir que alguien puede ver la tormenta en un cielo completamente azul.
-A eso aquí lo llamamos pesimista.
-No, el Oernes es real, no un estado de la mente.
-Vale, lo que tu digas, pero si tenemos ese Oernes, ¿de qué nos sirve si no le hacemos caso?
-Ver no es lo mismo que saber.
-Te cogería por el pescuezo y te lo retorcería. ¡Por todos los dioses, habla para que te entendamos!
-Saber que hay tormenta no quiere decir que puedas detenerla. Sólo puedes esperar a que pase y vivas para ver la siguiente.
lunes, 7 de enero de 2013
La pregunta...
Todo había cambiado tan rápido. Sin que se diera cuenta. Se podía decir que el blanco tornó a negro en un segundo. Y para cuando vio la diferencia de colores ya era tarde. Porque siempre lo era. Tenía que admitir que pudiera que los otros tuvieran razón, demonios, el mismo pensaba que la tenían; pero eso ya no importaba. No importaba nada en absluto y aún así tenía que saberlo. Sabía que ahora lo mejor era simplemente olvidarse, encerrar aquella maldita pregunta en un lugar oscuro y húmedo de donde no pudiera sacarla de nuevo; lo sabía y aún así no lo haría. Seguiría teniéndola en su cabeza hasta que la soltara. Y estaba convencido de que cuando sus labios pronunciaran cada palabra todo terminaría allí mismo. No habría vuelta atrás. Por eso quería que su memoria perdiera aquella cuestión; pero la fuerza que le impelía a seguir adelante era demasiado poderosa, no la podía frenar, nadie podía. La haría, puede que no fuera mañana, puede que no fuera pasado mañana, pero sería pronto y, aún así, ya era demasiado tarde.
Otro micro...
-Si es importante debes luchar por ello. ¿Acaso se corona la cima de una montaña sin esfuerzo? ¿Sin luchar?
-Eso lo entiendo, lo sé y lo comparto. Quiero luchar y lo haré. No pienso rendirme. Ese no es el problema.
-¿Entonces?
-Es evidente, ¿cuáles son las armas adecuadas? Y, sobre todo, ¿cómo debo usarlas?-sonrisa.-¿Ves? Tú tampoco lo sabes. Dudo que nadie lo sepa.
-Eso lo entiendo, lo sé y lo comparto. Quiero luchar y lo haré. No pienso rendirme. Ese no es el problema.
-¿Entonces?
-Es evidente, ¿cuáles son las armas adecuadas? Y, sobre todo, ¿cómo debo usarlas?-sonrisa.-¿Ves? Tú tampoco lo sabes. Dudo que nadie lo sepa.
El Enigma del Ladrón de Quesos (5) Enigma al Descubierto
El traqueteo del tren comenzó brusco, luego suave y constante. Al mismo tiempo empezamos con el trabajo de observación. Puede parece algo fácil en un vagón de tren, pero el mirar a alguien sin que se de cuenta durante mucho rato es un arte, porque todos sabemos que cuando nos miran sentimos esa sensación que nos hace mirar atrás.
-Mira.-le dije a mi colega cuando vi que el chico sacaba el teléfono del bolsillo soltando un montón de hilos idénticos al que habíamos encontrado.
-Tiene el bolsillo roto, seguro.- me afirmó ella, rotunda.
-¿Qué está diciendo?
-Si me hablas no puedo intentar enterarme.
Cerré la boca. Tenía razón.
La conversación por el móvil no duró más de dos minutos. Mi colega me miró y se encogió de hombros. Torcí el gesto. La verdad es que no sé qué había esperado. No creo que nadie se ponga a hablar de unos quesos que ha robado, claro que tampoco conozco a nadie que robe unos quesos salvo que es que tenga mucha hambre y, tampoco parecía que el chaval estuviera famélico. Me apretujé un poco en mi asiento. No pude evitar preguntarme qué estabamos haciendo y si seríamos adictos al trabajo. Ese fin de semana se supone que iban a ser vacaciones y allí estábamos ahora, persiguiendo a un tipo. Aunque desde luego, por mi parte tengo que reconocer que mi colega distaba mucho del arquetipo de mis compañeros habituales en este tipo de aventuras. De los cuales, decir que el Gran Hugo era la mejor compañía era mucho. Con él habríamos tenido que ir en asientos separados porque él no habría cabido en uno. Por eso le decimos "el Gran Hugo".
Un carraspeo suave de mi colega me sacó de mi ensimismamiento apático. El hombre acababa de ponerse en pie y cogía su mochila medio abierta. Dentro pudimos ver con claridad una bolsa de plástico con el dibujo de la tienda donde los habíamos comprado.
-Es él, sin duda.-dije levantándome con la clara intención de ir a recuperar nuestros quesos, olvidándome de que no sabía como se lo iba a decir. Un tirón en mi chaqueta me detuvo.
-¿Dónde vas?-tardé unos instantes en reaccionar. En sus ojos se dibujaba una mirada depredadora.- Aún no hemos solucionado esto.
El chico fue un momento al servicio, no lo perdimos de vista en ningún momento.
La siguiente parada no tardó en llegar, la última antes de que fuera la nuestra. El chico no se movió. En ese momento me asaltó la duda de y si continuaba el viaje. No tendríamos tiempo de comprar otro billete y el revisor aún no había pasado. Si lo hacía antes de llegar a nuestra parada no sería un problema, no iban a pedirnoslo dos veces.
Nuestra parada se aproximaba. Nuestro sospechoso se levantó con clara intención de ir a la puerta de salida. No hacía más que mirar el reloj, nervioso.
Nos bajamos junto a la mayor parte del tren. La estación estaba bastante llena, más que por la mañana, lo que no era algo demasiado raro, supuse. Comenzamos a andar, sin quitarle un ojo, entre el laberinto de andenes. Vi como la salida que yo conocía quedaba atrás.
Cuando salimos al exterior me chocó la oscuridad reinante. Sabía que no me iba a acostumbrar en dos días y, realmente, seguramente aquello fuera algo a lo que jamás me pudiera acostumbrar. El chico se lanzó a la carretera para cruzar justo cuando pasaba un autobús y casi lo perdimos, lo que nos obligó a correr un poco para volverlo a tener a una distancia prudencial.
-¿Te suena esta zona de la ciudad?-le pregunté a mi colega mientras sacaba los guantes del bolsillo del abrigo. Con la ausencia de sol la temperatura empezaba a bajar. Además, tenía la sensación de que pronto iba a llover.
-Vagamente.-seguía con aquella mirada depredadora.
Tengo que reconocer que en otras circunstancias el hecho de perderme en una ciudad desconocida acompañado de una mujer guapa me habría resultado atractivo e, incluso, sugerente, pero persiguiendo a alguien y más teniendo en cuenta que mi dominio del idioma era poco menos que nulo, lo cierto es que me causaba un tanto de aprensión; pero no estaba dispuesto a dejar que se me notara. No habría sido profesional. Aunque echaba de menos el no tener un plano de la ciudad en el bolsillo. Me anoté mentalmente que, la próxima vez que fuera a una ciudad desconocida, sin importar las circunstancias me haría de un mapa.
-¿Dónde está?-lo había perdido de vista mientras limpiaba mis gafas, empañadas. Había comenzado a caer una lluvia incómoda, de esa intermitente. Mi colega me señaló con un gesto de la barbilla. Lo localicé al ponerme de nuevo las lentes.
-¿Qué te apuestas a que entra ahí?-su vista estaba fija en el escaparate de un local en el que, para saber qué se hacía en él no me hizo falta saber ni un ápice de otro idioma. Las tiendas de "Compro Oro" se ve que poseen un tipo de escaparate universal además de que, la palabra "Oro", se escribe exactamente igual.
-Tengo que reconocer que me siento mucho más intrigado.-reconocí cuando vi que, efectivamente, desparecía en el interior. Suspiré aliviado de no haber apostado nada. No me gusta hacerlo y menos cuando tengo la seguridad de que voy a perder. En ese momento tuve la sensación de que allí había algo más.-¿Hay algo qué no me hayas contado?-susurré apoyándome en la pared.
Mi colega sonrió enigmática.
-Pensaba que no ibas a darte cuenta nunca.
-Eso es demasiado tiempo, ¿no crees? -rió mientras de un bolsillo interior de su abrigo sacaba el móvil y me mostraba un par de fotos de artículos de un periódico.-¿Qué pone?
-Son noticias de una serie de robos a joyerías por todo el país.
-¿Y crees qué nuestro ladrón de quesos tiene que ver con eso?
Volvió a sonreir mientras asentía.
-Eras bueno abriendo bolsas y bolsillos, ¿verdad?
Enarqué una ceja ante la pregunta y luego asentí. Era cierto que tenía cierta habilidad para eso y que, más de una vez por motivos de trabajo había hecho uso de ella, aunque desde luego no me enorgullecía. No demasiado al menos.
-Espero que sigas siéndolo, porque esto es lo que haremos...
Me contó el plan al oído.
El chico salió del local unos cuarenta y cinco minutos más tarde. Nos habíamos situado en puntos diferentes de la calle. Si venía hacía mi tendríamos que correr un poco, pero tuvimos suerte y sus pasos lo llevaron de frente a mi colega que, en cuanto llegó a su altura, lo detuvo para preguntarle por una calle. Se revolvió nervioso pero intentó explicarle como llegar. Una de las ventajas de tener una cara bonita. Para antes de eso yo ya me había colocado en su espalda y, en el momento en el que se despistó ante la pregunta ya había rajado su mochila por abajo. Para cuando comenzó a responder la pregunta ya tenía la bolsa en mis manos y me alejaba varios metros. Mi colega y yo habíamos acordado encontrarnos en una parada de autobús en una perpendicular, a unos doscientos metros.
-¿La tienes?-preguntó en cuanto llegó a donde yo estaba. Levanté la bolsa para que la viera como respuesta.
-Aún no la he abierto.-se la entregué.-Tu corazonada, tu caso.-sonreí.
A la débil luz del cartel publicitario de la parada de autobús abrimos la bolsa, en ella había varios quesos de un tipo que allí llaman "burrata" y que, si alguna vez vais a Italia os recomiendo encarecidamente que probéis. Sacó unos cuantos pañuelos de papel y luego uno de los quesos, con cuidado lo partió.
-Algo me dice que ese no es el relleno que me habías dicho que traían estos quesos.-murmuré cuando entre la masa de dentro se veía algo que parecían cristales pulidos.
-Tenía razón.- Exclamó triunfal mientras me enseñaba más de cerca uno. Ante mi tenía un pequeño diamante. Sonreí mientras asentía.
-No lo dudé por un momento. ¿Y ahora qué?
-¿Tienes ganas de seguir con las vacaciones mañana?.-me preguntó. Analicé por unos momentos su mirada. Ya había logrado lo que quería.
-Sí, para poder enseñar alguna foto cuando me pregunten donde he estado.
Rió con ganas.
El lunes por la mañana, antes de que me marchara, mientras desayunábamos mi colega me plantó una noticia de un periódico local en la pantalla de su móvil. Tragué el trozo de galleta que tenía en la boca y, aunque esa vez había sido capaz de entender, más o menos, el titular, pregunté.
-¿Qué pone?
El triunfo se dibujaba en cada centímetro de su cara.
-Básicamente que la policía ha logrado desmantelar una banda organizada especializada en el robo de joyas y que estaba causando estragos por todo el país gracias a un soplo anónimo.
-Enhorabuena..-dije.-Aunque es una pena que por mis vacaciones hayas perdido el crédito por esto.-se encogió de hombros. Ambos sabíamos que en realidad aquello era lo que menos importaba de todo. Lo importante era resolver el enigma. Con eso en mente no puede evitar formular la cuestión que llevaba rondando mi cabeza todo el tiempo.-¿Qué te hizo suponer que nuestro ladrón de quesos tenía algo que ver con todo esto?
-Bueno,-se reclinó en el asiento mientras tomaba la taza de café caliente entre las dos manos.-en realidad no estaba segura de que tuviera que ver con esto, pero no pude evitar pensar que si alguien se llevaba una bolsa de quesos era por un motivo.-sonrió.-Estoy segura de que su bolsa se mezcló con la nuestra y no supo cual era cual, así que, ante la duda, se llevó las dos.
-Tienes toda la razón. Aunque me podrías haber contado antes lo de los robos.
-Tenía curiosidad por ver cuanto tardabas en darte cuenta.
Rió, y yo me contagié de su risa. Lamenté mucho tener que coger el vuelo tan pronto.
-Mira.-le dije a mi colega cuando vi que el chico sacaba el teléfono del bolsillo soltando un montón de hilos idénticos al que habíamos encontrado.
-Tiene el bolsillo roto, seguro.- me afirmó ella, rotunda.
-¿Qué está diciendo?
-Si me hablas no puedo intentar enterarme.
Cerré la boca. Tenía razón.
La conversación por el móvil no duró más de dos minutos. Mi colega me miró y se encogió de hombros. Torcí el gesto. La verdad es que no sé qué había esperado. No creo que nadie se ponga a hablar de unos quesos que ha robado, claro que tampoco conozco a nadie que robe unos quesos salvo que es que tenga mucha hambre y, tampoco parecía que el chaval estuviera famélico. Me apretujé un poco en mi asiento. No pude evitar preguntarme qué estabamos haciendo y si seríamos adictos al trabajo. Ese fin de semana se supone que iban a ser vacaciones y allí estábamos ahora, persiguiendo a un tipo. Aunque desde luego, por mi parte tengo que reconocer que mi colega distaba mucho del arquetipo de mis compañeros habituales en este tipo de aventuras. De los cuales, decir que el Gran Hugo era la mejor compañía era mucho. Con él habríamos tenido que ir en asientos separados porque él no habría cabido en uno. Por eso le decimos "el Gran Hugo".
Un carraspeo suave de mi colega me sacó de mi ensimismamiento apático. El hombre acababa de ponerse en pie y cogía su mochila medio abierta. Dentro pudimos ver con claridad una bolsa de plástico con el dibujo de la tienda donde los habíamos comprado.
-Es él, sin duda.-dije levantándome con la clara intención de ir a recuperar nuestros quesos, olvidándome de que no sabía como se lo iba a decir. Un tirón en mi chaqueta me detuvo.
-¿Dónde vas?-tardé unos instantes en reaccionar. En sus ojos se dibujaba una mirada depredadora.- Aún no hemos solucionado esto.
El chico fue un momento al servicio, no lo perdimos de vista en ningún momento.
La siguiente parada no tardó en llegar, la última antes de que fuera la nuestra. El chico no se movió. En ese momento me asaltó la duda de y si continuaba el viaje. No tendríamos tiempo de comprar otro billete y el revisor aún no había pasado. Si lo hacía antes de llegar a nuestra parada no sería un problema, no iban a pedirnoslo dos veces.
Nuestra parada se aproximaba. Nuestro sospechoso se levantó con clara intención de ir a la puerta de salida. No hacía más que mirar el reloj, nervioso.
Nos bajamos junto a la mayor parte del tren. La estación estaba bastante llena, más que por la mañana, lo que no era algo demasiado raro, supuse. Comenzamos a andar, sin quitarle un ojo, entre el laberinto de andenes. Vi como la salida que yo conocía quedaba atrás.
Cuando salimos al exterior me chocó la oscuridad reinante. Sabía que no me iba a acostumbrar en dos días y, realmente, seguramente aquello fuera algo a lo que jamás me pudiera acostumbrar. El chico se lanzó a la carretera para cruzar justo cuando pasaba un autobús y casi lo perdimos, lo que nos obligó a correr un poco para volverlo a tener a una distancia prudencial.
-¿Te suena esta zona de la ciudad?-le pregunté a mi colega mientras sacaba los guantes del bolsillo del abrigo. Con la ausencia de sol la temperatura empezaba a bajar. Además, tenía la sensación de que pronto iba a llover.
-Vagamente.-seguía con aquella mirada depredadora.
Tengo que reconocer que en otras circunstancias el hecho de perderme en una ciudad desconocida acompañado de una mujer guapa me habría resultado atractivo e, incluso, sugerente, pero persiguiendo a alguien y más teniendo en cuenta que mi dominio del idioma era poco menos que nulo, lo cierto es que me causaba un tanto de aprensión; pero no estaba dispuesto a dejar que se me notara. No habría sido profesional. Aunque echaba de menos el no tener un plano de la ciudad en el bolsillo. Me anoté mentalmente que, la próxima vez que fuera a una ciudad desconocida, sin importar las circunstancias me haría de un mapa.
-¿Dónde está?-lo había perdido de vista mientras limpiaba mis gafas, empañadas. Había comenzado a caer una lluvia incómoda, de esa intermitente. Mi colega me señaló con un gesto de la barbilla. Lo localicé al ponerme de nuevo las lentes.
-¿Qué te apuestas a que entra ahí?-su vista estaba fija en el escaparate de un local en el que, para saber qué se hacía en él no me hizo falta saber ni un ápice de otro idioma. Las tiendas de "Compro Oro" se ve que poseen un tipo de escaparate universal además de que, la palabra "Oro", se escribe exactamente igual.
-Tengo que reconocer que me siento mucho más intrigado.-reconocí cuando vi que, efectivamente, desparecía en el interior. Suspiré aliviado de no haber apostado nada. No me gusta hacerlo y menos cuando tengo la seguridad de que voy a perder. En ese momento tuve la sensación de que allí había algo más.-¿Hay algo qué no me hayas contado?-susurré apoyándome en la pared.
Mi colega sonrió enigmática.
-Pensaba que no ibas a darte cuenta nunca.
-Eso es demasiado tiempo, ¿no crees? -rió mientras de un bolsillo interior de su abrigo sacaba el móvil y me mostraba un par de fotos de artículos de un periódico.-¿Qué pone?
-Son noticias de una serie de robos a joyerías por todo el país.
-¿Y crees qué nuestro ladrón de quesos tiene que ver con eso?
Volvió a sonreir mientras asentía.
-Eras bueno abriendo bolsas y bolsillos, ¿verdad?
Enarqué una ceja ante la pregunta y luego asentí. Era cierto que tenía cierta habilidad para eso y que, más de una vez por motivos de trabajo había hecho uso de ella, aunque desde luego no me enorgullecía. No demasiado al menos.
-Espero que sigas siéndolo, porque esto es lo que haremos...
Me contó el plan al oído.
El chico salió del local unos cuarenta y cinco minutos más tarde. Nos habíamos situado en puntos diferentes de la calle. Si venía hacía mi tendríamos que correr un poco, pero tuvimos suerte y sus pasos lo llevaron de frente a mi colega que, en cuanto llegó a su altura, lo detuvo para preguntarle por una calle. Se revolvió nervioso pero intentó explicarle como llegar. Una de las ventajas de tener una cara bonita. Para antes de eso yo ya me había colocado en su espalda y, en el momento en el que se despistó ante la pregunta ya había rajado su mochila por abajo. Para cuando comenzó a responder la pregunta ya tenía la bolsa en mis manos y me alejaba varios metros. Mi colega y yo habíamos acordado encontrarnos en una parada de autobús en una perpendicular, a unos doscientos metros.
-¿La tienes?-preguntó en cuanto llegó a donde yo estaba. Levanté la bolsa para que la viera como respuesta.
-Aún no la he abierto.-se la entregué.-Tu corazonada, tu caso.-sonreí.
A la débil luz del cartel publicitario de la parada de autobús abrimos la bolsa, en ella había varios quesos de un tipo que allí llaman "burrata" y que, si alguna vez vais a Italia os recomiendo encarecidamente que probéis. Sacó unos cuantos pañuelos de papel y luego uno de los quesos, con cuidado lo partió.
-Algo me dice que ese no es el relleno que me habías dicho que traían estos quesos.-murmuré cuando entre la masa de dentro se veía algo que parecían cristales pulidos.
-Tenía razón.- Exclamó triunfal mientras me enseñaba más de cerca uno. Ante mi tenía un pequeño diamante. Sonreí mientras asentía.
-No lo dudé por un momento. ¿Y ahora qué?
-¿Tienes ganas de seguir con las vacaciones mañana?.-me preguntó. Analicé por unos momentos su mirada. Ya había logrado lo que quería.
-Sí, para poder enseñar alguna foto cuando me pregunten donde he estado.
Rió con ganas.
El lunes por la mañana, antes de que me marchara, mientras desayunábamos mi colega me plantó una noticia de un periódico local en la pantalla de su móvil. Tragué el trozo de galleta que tenía en la boca y, aunque esa vez había sido capaz de entender, más o menos, el titular, pregunté.
-¿Qué pone?
El triunfo se dibujaba en cada centímetro de su cara.
-Básicamente que la policía ha logrado desmantelar una banda organizada especializada en el robo de joyas y que estaba causando estragos por todo el país gracias a un soplo anónimo.
-Enhorabuena..-dije.-Aunque es una pena que por mis vacaciones hayas perdido el crédito por esto.-se encogió de hombros. Ambos sabíamos que en realidad aquello era lo que menos importaba de todo. Lo importante era resolver el enigma. Con eso en mente no puede evitar formular la cuestión que llevaba rondando mi cabeza todo el tiempo.-¿Qué te hizo suponer que nuestro ladrón de quesos tenía algo que ver con todo esto?
-Bueno,-se reclinó en el asiento mientras tomaba la taza de café caliente entre las dos manos.-en realidad no estaba segura de que tuviera que ver con esto, pero no pude evitar pensar que si alguien se llevaba una bolsa de quesos era por un motivo.-sonrió.-Estoy segura de que su bolsa se mezcló con la nuestra y no supo cual era cual, así que, ante la duda, se llevó las dos.
-Tienes toda la razón. Aunque me podrías haber contado antes lo de los robos.
-Tenía curiosidad por ver cuanto tardabas en darte cuenta.
Rió, y yo me contagié de su risa. Lamenté mucho tener que coger el vuelo tan pronto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)