sábado, 1 de junio de 2013

Relato del Pasado (1)


Otro relato sacado del baúl de los recuerdos. Os aviso que es larguito. Haré una pausa de varios días en la publicación de la siguiente entrada para que podáis leerlo en varios pasos y no del tirón. Espero que os guste.


Ahí va:

Esteban se encontraba sentado en el sofá del cuarto de estar de su pequeño piso, todas las luces se encontraban apagadas, tan solo el leve parpadear del indicador de la hora del video iluminaba la pequeña, aunque acogedora, habitación. En aquel momento su reloj de muñeca dio un leve pitido indicando el paso de una nueva hora. Ésta era la sexta  hora que Esteban pasaba sentado en el sofá, inmóvil, a solas con sus pensamientos, con sus recuerdos. El teléfono sonó. Esteban ni se inmutó, quince tonos después dejó de sonar. Sólo entonces reaccionó, miró el teléfono con unos ojos rojos de haber pasado  horas llorando, y los desvió al video para ver la hora. Era éste un acto reflejo ya para él cuando se encontraba de esa forma, allí sentado; pues no le hacía falta mirar para saber que eran alrededor de las ocho de la noche. Con gesto abatido se puso en pie mientras pensaba “Mejor que me vaya. No tardarán en venir”y, una mueca amarga se dibujó en su cara. Pesadamente se dirigió al pequeño pasillo que conducía hasta la salida. Casi sin ganas cogió su abrigo, se lo puso y salió rápidamente. Cerró la puerta  con llave y bajó las escaleras lo más rápidamente posible. Al fin se encontraba en la calle. Comenzó a andar, no tenía ningún rumbo fijo. Pasaron dos horas, durante las cuales había vagado, no sabía bien por donde, intentando huir de si mismo. De cosas que se agolpaban en su mente: momentos, lugares, personas y un sin fin de recuerdos más. Poco a poco, mientras Esteban caminaba perdido en si mismo, se habían ido formando cúmulos de nubes, que por fin terminaban de cubrir el cielo. No tardaron en caer las primeras gotas y, pronto se convirtieron en una lluvia suave pero constante que todo lo empapaba. Esteban tardó varios minutos en adquirir conciencia de la lluvia y de que se mojaba. Entonces, pero sin parecer realmente preocupado por estar mojándose, buscó con la turbia mirada un lugar en el que esperar a que cesara aquella lluvia otoñal. Sus ojos toparon con el cartel de un establecimiento en el cual podía leerse “THE GREEN GOBLIN” (“El Duende Verde”). Más recuerdos asaltaron su mente y su corazón. “¡Cómo demonios había llegado hasta allí! ¿ Es qué no pensaban dejarlo en paz?” pensó en cuanto terminó de leer el nombre del cartel. Por lo  visto no podía huir más, así que entró. Colgó el empapado abrigo en la percha que se encontraba en la entrada, un pequeño recibidor que tenía dos escaleras, una a la izquierda y otra a la derecha. No estaba muy lleno, tan solo un par de  clientes, ya que a decir verdad un jueves no era su mejor día. El local se llenaba los viernes y los sábados sobre todo. Era aquel local uno de estilo irlandés que en los últimos años tan de moda se habían puesto. Pero aquel tenía algo muy especial para Esteban, el cual se sentó en una mesa pequeña situada en una de las esquinas del local, lejos de la vista de cualquiera, salvo del camarero que no tardó en presentarse a preguntar el típico “¿Qué desea tomar?”. Esteban tuvo suerte, era un camarero nuevo. Pidió una “Guinnes”. En unos minutos se encontraba delante de la pinta, apoyado con los codos en la mesa y las manos entre las sienes. La mirada baja. Las lágrimas volvían a brotar de sus ojos. Así estuvo largo rato, hasta que un empapado Carlos se situó al otro lado de la mesa, de pie, sin decir nada; mirándolo. Cuando el silencio se hizo insoportable para Esteban este dijo.
-¿¡No tienes nada mejor que hacer!?- su tono quebrado denotaba su malestar-¡Márchate!
            Carlos no se movió ni dijo nada pero sí se sentó frente a Esteban y se quitó el empapado abrigo.
            - He dicho que te largues ¡joder!- Esteban miró a Carlos con mirada furiosa- No quiero saber nada de ti.  
            Carlos seguía sin moverse y sin hablar pero su mirada triste se clavaba en Esteban. Tras unos segundos más Esteban se levantó bruscamente y cogió la jarra, lanzando su contenido al rostro de Carlos. El camarero al verlo mostró intención de acercarse pero Carlos con gestos serenos le indicó que no lo hiciera.
            -¡Déjame en paz!
            Entonces, tras unos segundos, Esteban se derrumbó sobre su asiento, tapándose con las manos la cara, volvió a sollozar. Entonces Carlos se levantó, se acercó a Esteban y le dijo.
- Vamos a casa.
- Sí, vamos a casa- repitió Esteban entre sollozos.
Carlos depositó en la mesa el dinero de la bebida y una generosa propina. Salió con Esteban del local y comenzaron a caminar hacia el piso de éste. El reloj de una iglesia cercana daba una campanada. Llevaban ya bastantes metros recorridos y Esteban parecía haber controlado sus lágrimas, pero no se atrevía a mirar a Carlos ni a decirle nada. La madrugada era fría y húmeda. Hacia las dos menos cuarto estaban en el portal del bloque donde vivía Esteban. Carlos sacó unas llaves del bolsillo y abrió la puerta. Tenía llaves pues hacía tan sólo unos meses que dejara de vivir allí. Al fin habían llegado al piso. Entraron. Esteban aún no se atrevía a mirar a Carlos ni ha decirle nada. Colgó su abrigo en la percha de la entrada y se dirigió al salón. Carlos le imitó. Allí estaban ambos sentados uno enfrente del otro, a oscuras. Tras unos minutos de silencio Esteban se decidió a hablar.
- Lo siento- consiguió articular al fin.
-¿Por qué? ¿Por esto?- respondió Carlos al tiempo que se separaba un poco la camisa, aún mojada de cerveza, del cuerpo- No tiene ninguna importancia.
- Lo siento de veras, ya estoy bien de verdad, te puedes ir.
            - No te lo crees ni tú. ¿ Por qué no nos llamaste?- Esteban ignoró la pregunta.
- Márchate por favor, necesito estar sólo.
- Ya llevas una semana sólo. Tú lo que necesitas es hablar con alguien.
- ¡Yo no necesito ningún “loquero”!- gritó Esteban al tiempo que se levantaba bruscamente del sofá.
- Me refería a un amigo.
- ¿Sabes qué eres una persona a la que le gusta demasiado meter la nariz donde no la llaman?- El tono de Esteban era agrio y frío sin apenas flexiones.
- Me temo que sí, he tenido un buen “maestro”. Y sabes cual es la única manera de echarme ¿verdad?- Carlos intentaba por todos los medios parecer mas convencido de lo que decía, de lo que en verdad estaba.
            Esteban tras unos instantes de duda terminó por derrumbarse de nuevo en el sofá. Miró con  tristeza con unos ojos rojos por las lágrimas y la noche en vela. Un reloj dio un pequeño pitido indicando el comienzo de una nueva hora. Esteban suspiró varias veces antes de hablar.
- ¿Podríamos dormir un poco antes?- dijo en tono suplicante.
Carlos asintió levemente, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Recordaba otro momento, similar a  éste, pero con los papeles cambiados. Miraba hacia atrás y veía a un sereno Esteban y a un vencido Carlos  al borde de la desesperación, en la noche del 24 de Junio de hacia 7 años. Una noche en la que de no ser por esa persona a la que ahora tenía enfrente, probablemente hubiera arruinado su vida de haber continuado ésta, pues, y turbios recuerdos le asaltaban en aquellos instantes, incluso había pensado quitársela. Agitó suavemente la cabeza para alejar esos malos recuerdos y volvió a ver a un Carlos que en un último esfuerzo intentaba echar a su amigo, alejarlo, con la mismas palabras que hacia unos instantes Esteban había pronunciado. Y volvió a sonreír pues Esteban estaba ya vencido y, en unas horas el peso sobre sus hombros sería menor pues lo habría compartido con alguien. O así lo esperaba. De nuevo se vio a si  mismo con un Esteban, interlocutor impasible y a un Carlos que apenas articulaba dos palabras coherentes seguidas. También recordaba las siguientes palabras, que esta vez no se habían pronunciado, como si hubieran sido dichas hacia apenas unos segundos.
- Algún día te arrepentirás por esto, ¿sabes?
- Sí, algún día...
- ¡Hoy me arrepiento!-Y con estas palabras de Esteban Carlos regresó al presente. Esteban había adivinado claramente en que recuerdos se encontraba Carlos.
           
Durante lo que quedaba de noche la lluvia siguió cayendo fina, suavemente, pero sin descanso. Carlos durmió en el sofá del pequeño cuarto de estar mientras que Esteban lo hacía en su dormitorio, o al menos lo intentaba.
Eran las ocho y veinte de la mañana cuando Carlos se despertó totalmente dolorido por las horas de forzada postura. Se puso en pié y se pasó las manos por la camisa con la mancha de cerveza y los pantalones en un intento de eliminar algunas de las muchas arrugas que se habían producido en su ropa al haber dormido con ella puesta. Se estiró, bostezó y se restregó el pelo revuelto tras la noche en un intento de peinarlo con las manos. Se dirigió a la cocina. De uno de los pequeño armarios que había sobre la hornilla sacó un tarro de barro en el que podía leerse “CAFÉ” escrito con unas redondeadas letras. Desenroscó la base de la vieja cafetera, la limpió, la llenó de agua ,le puso café y la puso al fuego. Mientras esperaba que el café se hiciera fue al cuarto de baño a quitarse las legañas y despejarse tras lavarse la cara con agua bien fría. La cafetera comenzó a producir su característico sonido, el café estaba listo. Tomó dos tazas de otro pequeño armario de la cocina, esta vez de uno situado encima del fregadero y, dos pequeñas cucharillas de un bote de plástico en el que parecía que se encontraban los cubiertos limpios. De un azucarero cercano puso dos cucharadas de azúcar en cada café solo y, con  una taza en cada mano fue a la habitación de Esteban. Éste se encontraba boca abajo echado sobre la cama tan sólo con los pantalones puestos. Estaba despierto y cuando oyó a Carlos giró la cabeza y le dirigió una agria mirada acompañada de unas desagradables palabras.
- Aún estas aquí, pensaba que te habrías ido ya, pero ya veo que no- e hizo un gesto de resignación. Carlos no se molestó en responder, tan solo dijo.
- Café- Y situó una humeante taza delante del rostro de Esteban. Con la taza en las manos dejó Carlos a Esteban en la habitación y se fue al cuarto de estar. Allí se aproximó a la ventana, que daba a la calle, y la abrió. El viento frío y húmedo le golpeó la cara. Cerró los ojos y empezó a organizar los grises pensamientos que le asaltaban la mente. Entre la bruma de sus pensamientos y la oscuridad de sus ojos cerrados, podía oír a Esteban ducharse. Estaba cantando. Intentaba que pareciera que no pasaba nada, Carlos dejó escapar una leve sonrisa sin alegría. “¿ Estaré a la altura de las circunstancias?¿ Seré capaz de ayudarlo como él hizo conmigo hace años?¡ Maldita sea! ¿ Por qué la vida resulta tan compleja?”. Todo estas preguntas se hacía Carlos intentando eliminar preguntas, respuestas, afirmaciones que pudieran acabar con la “terapia”. Pues recordaba el cuidado con el que Esteban, aquella noche del 24 de Junio de hacia 7 años,  le había escuchado y hablado, como si tuviera miedo de que el más mínimo gesto provocara otra vez la amargura en su amigo. “¿ Seré  capaz de tal tacto?
¿ Cómo voy a serlo? El estado de Esteban me preocupa de verdad, jamás hubiera creído posible verlo de esta forma”. Un carraspeo a su espalda lo sacó de su pensar. Esteban con el pelo húmedo se encontraba en el umbral de la puerta con una mirada sostenida hacia Carlos en la que podía leerse “Entrometido, estas tardando en marcharte y te arrepentirás”. Carlos no se movió y volvió su mirada al exterior que mostraba la ventana. Al rato la entereza de Esteban, el último esfuerzo por librarse de él, se desvaneció y entró en la habitación sentándose en uno de los dos sillones, situados frente al sofá. Entonces Carlos cerró la ventana, se giró y sentándose en el sofá quedo enfrente de Esteban. Así permanecieron casi tantos minutos como los que forman una hora, en silencio. Esteban intentaba encontrar las palabras para empezar, le costaba trabajo dominarse, tenía ganas de llorar. En esos minutos silenciosos de la mañana, se había dado cuenta de su necesidad de hablar con alguien. Por primera vez en su vida, al menos que él recordara, reconocía que tenía la necesidad de contarle sus tristezas a una persona. Y se sintió afortunado de tener a Carlos como amigo y, deseó de todo corazón que todo el mundo tuviera al menos un amigo con el que compartir sus penas y, alegrías, añadió al poco a la cadena de pensamientos que se formaban en su cabeza en esos precisos instantes. Carlos permanecía en silencio en espera de que su amigo se decidiera ha hablar. Al fin Esteban comenzó.
- La verdad es que la mayor parte de la historia ya la conoces. Y de lo que ha sucedido ahora no hay mucho que contar. La verdad, la verdad es que no se por donde empezar, es- hubo unos segundos de pausa- que cuesta trabajo decir las cosas, están tan desordenadas...
- Tenemos tiempo, tómatelo con calma- Y Carlos se perdió unos segundos en los recuerdos. Esa frase era demasiado parecida a lo que Esteban solía decir siempre que no le salía algo bien o como el quería o el resto del mundo le decía que hiciera tal o cual cosa. Esteban continuó.
- Es que la vida es tan injusta. ¡Somos dueños de nuestra vida! dicen, pero no es verdad, yo lo se, lo se.- Y Esteban bajó la cabeza miró al suelo y unas lágrimas se deslizaron por su mejilla. – Tú no lo sabes pero yo sí. No es cierto, tan sólo vivimos lo que nos parece una vida en la que influyen solamente las decisiones de uno. ¡ Podemos elegir!- Y soltó una estruendosa carcajada, amarga.- Eso ya no se lo cree nadie.- Volvió a hacer una pausa. Carlos se estaba dando cuenta de lo mal que se encontraba su amigo. Esteban, la persona más optimista que jamás había conocido, la más alegre, se encontraba en un estado en el que la vida parecía no tener sentido. Y como en respuesta a su discurrir, Esteban continuó.
- La vida ya no tiene sentido. Todo se ha terminado.
Unos cortos pitidos indicaron la llegada de un mensaje al “móvil” de Carlos, situado en la mesita que había entre los sillones, el mueble de la televisión y video y, el sofá. Carlos movió los ojos a la pantalla y pudo ver escrito el nombre del que lo enviaba, “Tania”. Carlos no cogió el móvil para no darle a Esteban la oportunidad  de detenerse por su culpa. Éste continuó.
- Esta última semana ha sido horrible, la más espantosa de mi vida. No podría haber imaginado algo así. ¡ Qué cruel es la diosa fortuna!- Dijo Esteban con el tono melodramático que adoptaba cuando se encontraba dolido, pero esta vez la frase le costo esfuerzo pues la voz se le quebraba. Realmente se encontraba amargado, “¿¡ qué demonios había pasado!?”, se preguntaba Carlos. Esteban se levantó del sillón y Carlos lo siguió con la mirada.
- Voy a aclararme la garganta- Carlos no dijo nada, simplemente asintió. Esteban fue a la cocina. Carlos pudo oír como sacaba un vaso y le ponía un par de cubitos de hielo. Esos instantes los aprovechó Carlos para mirar el mensaje del móvil: “¿ Dónde estás? Llámame” ponía.  “Ahora no puedo llamarla. ¿Se habrá enfadado conmigo?”. Esto se preguntaba Carlos pues hacía tres días que se marchara de casa de los padres de Tania, dejando solamente una nota en la que decía: “He tenido que marcharme. Llamaré en cuanto pueda”. Y no había respondido ni a los mensajes ni a las llamadas que Tania le había hecho. Esteban acaba de entrar en la habitación con el vaso con los hielos, se acercó a un pequeño mueble, situado en una de las esquinas de la habitación, en el que guardaba algunas botellas de diferentes licores, para las ocasiones. Ocasiones en las que Esteban no solía beber, pues el alcohol no le sentaba bien. Sacó una  botella de whisky  y se sirvió dos “dedos largos”. Carlos lo miraba perplejo, solamente le había visto beber, algo que no fuera una o dos cervezas, una única vez, y se había puesto malísimo. Carlos estaba atónito, no daba crédito a lo que veía. Cuando Quique y Andrés lo llamaron para decirle que Esteban había desaparecido hacía ya varios días y preguntarle si sabía algo de éste, no le dio tanta importancia, la verdad. Pues Esteban solía desaparecer a veces sin previo aviso aunque para ello tuviera que dar plantón. Entonces decidió llamarlo al par de días para poder tranquilizar a sus amigos y así mismo. Pero al no responderle la llamada Esteban y crecer en él la sensación de que algo pasaba, decidió salir a buscarlo. Al llegar, se puso en contacto con Quique y Andrés para realizar la búsqueda y, en esos momentos recordaba que habían acordado llamarse cuando uno de los tres lo encontrara. No lo había hecho, y la verdad, ahora que veía a Esteban, no sabía si debía hacerlo. Miro a Esteban, de pie, delante del pequeño mueble del que había sacado la botella de whisky, sujeta ésta levemente con la mano derecha; absorto en el fondo del vaso que sostenía con la mano izquierda  con un aire de indiferencia y cuyo contenido aún no había probado. Luego volvió sus ojos al móvil situado entre sus piernas y decidió avisar a sus amigos. Comenzó a teclear en busca de la opción que le permitiera enviar un mensaje, mientras dirigía cortas miradas a Esteban, que no se había movido para nada en los últimos minutos. Comenzó a escribir: “Lo he encontrado. No está bien. No vengáis ahora. Os llamaré. ¿ Tenéis alguna idea de lo que ha pasado?. Adiós”.
- ¿ Tú sabes lo que es tener un sueño inalcanzable, verdad? ¿ Y sabes lo que se siente cuando éste se realiza?, es decir, se hace realidad, deja de ser un sueño. ¿ Y sabes lo que pasa cuando te arrebatan tu sueño, ¡ de cuajo!? ¡Eso ha pasado!, ¿sabes?.- Retomó la conversación Esteban. De pie con el vaso en una mano y la botella en la otra, miraba a Carlos, más bien en su dirección pues el tenue brillo de sus ojos denotaba una mirada fija sobre otra cosa, un hecho terrible ocurrido hacía una semana del que Carlos intentaba enterarse; pues era el motivo por el cual su amigo se encontraba así. Y éste no parecía querer contarlo o más bien, empezaba a pensar Carlos, no podía. Pues la desazón era demasiado grande.
- Allí estaba un momento y, al instante siguiente ya no. Simplemente. Hace unos meses esa maldita frase mía de la que tanto os reíais, como sabes bien, se hizo realidad. Yo, por una vez en mi maldita vida iba a tener razón y algo de suerte. ¿ Por qué han tenido que suceder así las cosas?- Esteban hizo una pausa. Carlos cada vez se encontraba más perdido. Observaba como Esteban se llevaba el vaso de whisky varias veces a la boca y como este descendía una vez sin haber sido probado.
- ¿ Sabes que te digo?- Carlos negó con la cabeza. - ¡ Qué esto a lo que llaman vida es un asco!, y que ya no tengo más ganas de seguirle el juego a ese caprichoso titiritero que algunos “llaman Dios”. Si es que existe, porque a las alturas que estamos ya no me lo creo.- Y se llevó el vaso a la boca y ,esta vez, sí que se lo bebió, entero, sin respirar. Soltó una exclamación de satisfacción y acto seguido comenzó a toser y no tardó poco en vomitar. Lo que vomitó la verdad fue poca cosa: el café, y lo demás, bilis. Carlos no se sorprendió. Ésta fue la misma reacción que tuvo la primera, y hasta entonces, última vez que Carlos lo vio beber alcohol. Esteban se sentó en el sillón más cercano. Cuando se relajó un poco, cerró los ojos. Carlos fue a por la fregona y limpió el vómito. Cuando regresó tras dejar la fregona en su sitio, Esteban se había dormido. Carlos se quedó mirándolo unos instantes. No le había contado nada aún y, la verdad, no parecía que Esteban fuera a contarle lo que había sucedido. Lo miraba y lo veía allí tendido, tan abatido y sin saber realmente la causa. Cogió el móvil de la mesa y se fue a la entrada. Marcó el teléfono de Quique. Sonaron doce tonos antes de que recogieran.
- Hola  Carlos, ¿cómo está?
- Mal, no me ha contado nada aún y no creo que lo vaya a hacer. ¿No tienes ni idea de lo que ha podido suceder?
- No, la verdad es que no...
- Había quedado con vosotros los días previos a esta semana en la que “estuvo desaparecido”, ¿ verdad?
- Sí.
- ¿ Os dijo algo?
- No, que yo recuerde. La verdad es que quedó él con Andrés.
- Bueno, lo llamaré ahora
- No hace falta, está aquí.
- Bien, pásamelo, por favor
- Hola Carlos
- Hola Andrés. ¿ Te dijo algo especial él día que os dio plantón?
- No, bueno, lo normal, que teníamos que quedar para ir a buscarte, que tenía una cosa especial que contarnos, creo- Carlos se puso tenso, creía saber que era ese algo especial- ¿Sabes tú lo que podría ser?.
- Sí, tal vez. Os intentaré llamar luego, ¿vale?
- Bueno. Pero, ¿seguro qué no quieres que vayamos?
- La verdad es que no lo sé. Os llamaré luego, de verdad.
             Así se quedó Carlos pensativo. Sin saber que hacer. Tenía una idea de lo que podía haber sucedido, pero no podría jurarlo. Y además, de Esteban, la verdad, no iba a sacar mucha información más. Al menos por ahora. Carlos nervioso, jugueteaba con el móvil desorientado y sin saber que hacer. De pronto, lo que tenía entre las manos se le cayó al suelo. Entonces pareció que una idea le venía a la cabeza. Puede que fuera mejor o peor, pero necesitaba saber lo que había pasado. Recogió el móvil con toda ligereza y como un poseso buscó un teléfono en la memoria. Allí estaba. Presionó el botoncito de “okey” y el teléfono marcó el número. Carlos ávido se llevó el teléfono a la oreja. Pero a medida que se iban sucediendo los tonos, su rostro iluminado por la esperanza volvía a tornarse gris y cansado. Hacía ya bastante que los tonos habían dado paso al molesto sonido que indicaba que la llamada se había cortado. Ese sonido similar a cuando un teléfono comunica. Pero esto era mucho peor. Al menos, cuando un teléfono comunica  sabes que hay alguien al otro lado pero en este caso se producía una sensación de vacío increíble.
            Habían pasado dos horas desde que Carlos hablara con Andrés y Quique. Había estado intentando contactar con la única persona que él creía podría darle una respuesta, pero nada. Había estado llamando primero cada cinco minutos, luego cada diez y hacía 22 minutos que había hecho el último intento. Ahora volvía a tener el teléfono en la mano, pero esta vez el número al que llamaba era otro. Sonaron dos tonos y una voz sonó al otro lado.
            - Dime- fue el saludo de Quique.
            - ¿ Podéis venir ahora?- dijo Carlos.
            - Bueno, la  verdad es que llevamos aquí abajo en el portal cerca de una hora esperando tu llamada. Ahora mismo subimos.
            A los dos minutos sonaba el timbre. Carlos ya estaba detrás de la puerta y abrió inmediatamente. Sus otros dos amigos allí estaban, sonrientes, intentando animar un poco. Los conocía desde hacía años. Y nunca dejaban de sorprenderlo. Todos ellos se conocían desde hacía mucho. Quince años. Aún recordaba la primera vez que se habló con ellos. Y como poco a poco había ido forjándose esa amistad que aún duraba. Desde hacia mucho estaban muy separados, pero al menos una vez al año se veían y rememoraban los viejos tiempos. Ellos cuatro, ellos cuatro solamente. Pasaron dentro y continuaron hasta el pequeño cuarto de estar. A pesar de  la alegría que traían Andrés y Quique el ambiente triste y opresivo con el que estaba cargada la habitación no les pasó inadvertido, e incluso empezó ha hacerles mella. Andrés depositó la mochila que traía en el suelo y comenzó a extraer de ella bolsas de comida para llevar de hamburguesería. Carlos estaba sorprendido.
- Por si había hambre. Además ya es hora de echarle algo al cuerpo ¿no?- dijo Andrés.
            - Si, bueno- respondió Carlos al tiempo que miraba la hora. Las cuatro menos cuarto de la tarde. Hacía más de seis horas que Esteban había empezado a hablar. Y la verdad, ahora que olía la comida notaba el hambre. Comieron sin prisa y en silencio, acompañados de la respiración entrecortada de Esteban, ajeno a todo por encontrarse en el país de los sueños. A las cuatro y diez, terminaron de comer aquella comida basura de la que tanto habían abusado en sus primeros años como amigos.
            - Bueno,¿ sabes ya algo?, al menos tendrás una idea ¿no?- dijo Andrés.
            - La verdad es que no se nada aún pero si que tengo una idea- dijo Carlos- Pero no he podido confirmarla aún.- añadió.
            Hubo unos segundos más de silencio, cuando Carlos soltó una pequeña exclamación.
            - Bueno ahora que estáis aquí voy a poder confirmarla, creo- dijo al tiempo que se levantaba y cogía su móvil- Ahora vuelvo, cuidadlo, por favor- Y se dirigió rápido al pasillo hasta la puerta, cogió su abrigo y, como alma que lleva el diablo, bajó las escaleras. Una vez abajo en la calle, empezó a buscar otro teléfono en su móvil. Lo encontró y realizó una llamada. Al primer tono recogieron y una voz femenina muy alterada se puso al otro lado.
            - ¡¿ Dónde demonios estás?! ¡¿Cómo pudiste dejarme así?!, sin decirme nada. Y no has llamado. Estaba muy preocupada ¿sabes?. Eres la persona más insensible que he conocido.
¡ Te odio!
            - Pero Tania...- dijo Carlos.
            - ¡No quiero escucharte! ¿me oyes?. No quiero volver a saber de ti, ¡nunca! Lo que has hecho no tiene excusa- Lo interrumpió.
            - Tania, por favor...- Carlos empezaba a entristecerse. Y no pudo evitar pensar que Tania tenía mucha razón.
- ¡Ni por favor ni nada!, has sido muy cruel y egoísta por tu parte. Espero no saber más de ti, ¿te enteras?- Lo volvió a interrumpir.
- Por favor...- dijo Carlos una vez más casi a punto de llorar. Estaban pasando muchas cosas malas seguidas. Ya no obtuvo respuesta, salvo el silencio que indicaba que habían colgado al otro lado. Intentó llamar de nuevo pero nadie recogía ya. Allí permaneció Carlos de pie, parado, con el móvil en la mano y su mirada perdida en la pequeña pantallita, en la esquina. Preguntándose que hacer. Al final decidió guardarse el móvil en uno de los bolsillos del abrigo y comenzó a andar. No sabía si tomar un taxi o el autobús o, si seguir andando. Al final decidió seguir andando, así vería mejor los numerosos cambios que se habían producido en su ciudad natal , durante el tiempo que había pasado fuera. Tampoco mucho, unos meses, pero aquella ciudad crecía a pasos de gigante. De pronto recordó una cosa que le había dicho Esteban unos meses atrás y empezó a pensar que no iba a conseguir nada de lo que se había propuesto. Así pensativo, recordando viejos momentos en compañía de sus amigos, días felices y tristes, éxitos y fracasos. Un cúmulo de cosas que formaban a fin de cuentas, su historia personal, y lo habían convertido en lo que ahora era. Alcanzó su destino tras una hora de paseo. Enfrente suyo se encontraba un impresionante bloque de 15 pisos. “Bueno” se dijo y cruzó la calle. La puerta del portal estaba abierta, así que entró. Los ascensores estaban averiados por lo que tuvo que subir catorce plantas andando. La verdad es que no le importó mucho, estaba en “buena forma”. Se acercó a la puerta del piso 14ºJ y tocó al timbre. Al cabo de tres minutos volvió a tocar. Pasaron otros cinco antes de que repitiera de nuevo el proceso. Diez minutos y se encontraba bajando las escaleras totalmente desconcertado. “Habrá ido a comprar o algo” pensó en un intento de animarse. Pero en verdad no se lo creía. Sabía que pasaba algo grave, lo notaba, no sabía bien determinar el qué. Y tenía que confiar en sus corazonadas, hacía mucho tiempo que lo sabía,  había comprobado ya muchas veces que acertaba a pesar de que quisiera pensar que no, e intentara inútilmente auto convencerse de ello.  Al llegar al portal se le ocurrió la idea de mirar el buzón, para averiguar si seguía viviendo allí y, si se había ido de viaje tendría “más papelotes” que los demás. Pero no, todos los buzones estaban pulcramente vacíos de publicidad y por su forma no podía apreciarse si había correspondencia o no. Al menos el nombre que buscaba estaba allí, y las plantas que podían verse desde la calle indicaban que alguien vivía allí. “Al menos una cosa no sale mal del todo”, pensó Carlos. Una voz aguda y un tanto áspera por el tabaco, lo sacó de sus pensamientos.
-¿ Qué hace usted?
- Estaba buscando a una amiga- contestó Carlos al tiempo que dirigía su mirada a la gruesa portera- He estado fuera algún tiempo y me había pasado a saludarla. Pero como  no me ha abierto nadie estaba asegurándome de que aún viva aquí.
- Pues no creo que te abra, ¿estás buscando a Ana, no?- dijo la portera poniendo el gesto triste.
- Sí, ¿ por qué dice eso?
- Porque lo que sé es que está en el hospital- dijo la portera.
- ¿Cómo?¿Quién se lo ha dicho?- Carlos se quedó atónito.
- Un joven, su novio creo, así, de tu edad. Vino a por unas cosas al piso de ella, lo vi porque estaba limpiando esa planta en ese momento. Estaba muy triste y ya lo había visto otras veces por aquí. Pues le pregunté. ¿Conoce usted a ese joven?- Esto soltó la portera de carretilla- ¿Se encuentra bien?- Preguntó la portera a Carlos que se acaba de poner blanco como la cera.
-No- respondió- Carlos en un tono totalmente imperceptible- ¿ Y sabe en que hospital está ingresada?- preguntó Carlos en un tono todavía más bajo, si esto era posible.
- No.
Carlos salió corriendo de allí. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes de lo que pasaba?! Era un maldito idiota. Ahora empezaba a comprenderlo todo. Aquellas palabras de Esteban sobre la vida: que si no éramos dueños de ella y todo eso, empezaban a tener algún sentido. El móvil empezó a sonar, eran Quique y Andrés.
            - Decidme.
            - ¿ Cómo va tu búsqueda de respuestas?- se oyó la voz de Quique por el micrófono.
- Bien por un lado, pero muy mal por otro.
- ¿Cómo?
- Ya se el motivo, y es grave, creo.
- ¿Y eso?
- Recordáis a Ana.
- Sí.
- Pues está en el hospital- a esto siguió un silencio tenso. Carlos pudo escuchar como Quique se lo decía a Andrés.
-          ¿Y, sabes en cual?
- Me temo que no ¿Esteban sigue dormido?
- Sí. ¿Lo despertamos?
- ¡No! Intentaré localizarla de camino que voy para allá, llegaré dentro de un par de horas.
- Bueno, adiós.
- Adiós.
            Carlos caminaba con su móvil en la mano pensando como se iba a enterar de eso, una idea era llamar a los hospitales uno por uno y preguntar. Pero por lo que él sabía los hospitales no daban información sobre los pacientes. Aunque si mal no recordaba, al menos sí te decían si una persona se encontraba ingresada o no. Pero para eso necesitaba una guía de teléfonos. Buscó con la mirada un locutorio telefónico. Pero no había ninguno en las cercanías, aunque si pudo divisar una cafetería en la que ponía “teléfono público”. Entró y preguntó al camarero si tenía una guía de teléfonos. Por suerte la tenían. Sacó un bolígrafo de uno de los bolsillos de su abrigo y se lo quitó, colgándolo en una percha cercana al teléfono. También tomó un puñado de servilletas de papel para apuntar. Sacó unas cuantas monedas del pequeño bolsillo de su pantalón vaquero e introdujo algunas en el teléfono del café. Llamó al primer hospital que aparecía en la lista. Tras diez minutos de conversación con el telefonista y varias monedas menos, consiguió que le dijeran que no estaba allí. Eso sí, le dieron otro número de teléfono para que preguntara. Llamó y lo mismo, tras otra conversación tediosa, le proporcionaron otro número de teléfono. Carlos comenzaba a cansarse de aquello. ¡Qué difícil era que le proporcionaran a uno una sencilla información!. En el tercer número de teléfono, al fin, consiguió que le dijeran donde se encontraba ingresada la pobre Ana. Pero como ya sabía no se informaba telefónicamente del estado de los pacientes. Así pues anotó el nombre del hospital rápidamente y con una velocidad pasmosa salió del local dejándose el bolígrafo encima de la mesa.  Carlos miró la hora. Tenía cuarenta y cinco minutos para llegar a casa de Esteban. Y como estaba bastante más lejos del hospital, decidió regresar. Subía las escaleras pensativo. Cuando llegó a la puerta y comenzó a buscar las llaves en sus bolsillos se dio cuenta de que había perdido el “boli”. Tras soltar unos cuantos improperios y seguir la búsqueda del llavero que no aparecía, se decidió a tocar al timbre. Cuando Andrés le abrió la puerta, encontró las llaves. Esto solía pasarle siempre que se encontraba nervioso. Pasó al interior.
            - Ya sé donde está ingresada.
            - Que bien. Esteban sigue dormido.
            - Bueno, ahora hablamos- y Carlos fue al cuarto de baño.
            Tras unos minutos entraba  Carlos en el pequeño cuarto de estar. Pero pronto decidieron cambiarse de habitación para no turbar el sueño de Esteban.
            - A Esteban aún le quedan unas horas de sueño- dijo Carlos.- Además de no haber dormido nada en toda la noche, se ha tomado un vaso de “whisky” con dos “dedos largos”y,
- hizo una pausa- ya sabéis como le sienta el alcohol.- Quique y Andrés asintieron y una pequeña sonrisilla se dibujó en su cara.- Así que estoy pensando que alguien vaya al hospital y le haga una visita a Ana y si se tercia preguntarle lo que pasó.
            - No es mala idea.
            - No, pero,¿ quién se queda y quién se va?- dijo Andrés.
            - Propongo que nos lo juguemos a los dados, el que gane va al hospital- dijo Quique, que casi siempre estaba de broma y guasa, incluso en las situaciones más tristes. Esto era a un tiempo una virtud y un defecto. Pero al final, se lo jugaron a los dados tocándole al que había propuesto el sistema de elección. Así que Quique se marchó, a ver que tal estaba Ana, al hospital. Quedándose Carlos y Andrés con el dormido Esteban. Carlos se acomodó por cuarta o quinta vez en la silla, en los mismos cinco minutos. Andrés estaba absorto en sus pensamientos. Al final se pusieron a hablar de lo que estaba haciendo cada uno y a contarse cosas sobre sus vidas pues hacía ya meses que no se veían. Mientras, Quique llegaba al hospital. Al entrar se quitó los cascos del viejo walkman que llevaba a todas partes consigo y se acercó a información. Donde  se acercó a preguntar por Ana.
- Hola, buenas noches. Podría decirme en que habitación se encuentra la señorita Ana García Fuentes, por favor.
            - En la primera planta, en la sala 10- respondió en un tono de voz monótono el enfermero que había apostado en la ventanilla de información- Por ese pasillo puede tomar el ascensor- Añadió.
            Quique se adentró en el pasillo dirección a los ascensores. Al comienzo del mismo pudo ver un cartel, en el que podía leerse que se trataba en cada planta. Pero al leer lo que había en la primera planta se le hizo un nudo en el estómago. Tomó el ascensor y  pulsó el botón de la primera planta. Al salir del ascensor un fuerte olor a antiséptico inundó sus sentidos. Se acercó a una mesa situada nada más salir del ascensor en la que había dos enfermeros charlando y mirando una pantalla con la que parecía que controlaban a los pacientes de las habitaciones. Se acercó dispuesto a preguntar de nuevo.
- Hola, buenas noches, ¿se encuentra en esta planta la señorita Ana García Fuentes?- preguntó tímidamente Quique.
- Sí, por allí en la habitación número diez.
Quique se quedó parado unos segundos, pensando que hacer, estaba nervioso, más nervioso de lo que había estado desde hacía mucho tiempo. Finalmente se decidió a hacer la pregunta que luchaba por salir de su garganta.
            - ¿Y...?- se atragantó por los nervios- ¿Cuál es su estado?
            - ¿ Es usted un familiar?- preguntó el enfermero mirando por encima de los cristales de sus gafas.
            - No, tan sólo un amigo.
            - Bueno- Hizo una pausa mientras consultaba los expedientes de los pacientes- Sigue en coma, por lo demás está bien- Dijo en un tono de voz que intentaba animar, pues Quique se acababa de poner blanco como la pared.
            - Bien, gracias. Buenas noches.
            - De nada. Buenas noches.
            Quique salió a toda prisa de allí, empezaba a sentirse realmente mal. Quería llegar cuanto antes al piso de Esteban.


- Deberías volver a intentar llamarla- y era Andrés el que hablaba.
            - Ya, pero no me recogerá- dijo Carlos.
            - Bueno, sí, si llamas desde tu teléfono...- y Andrés sacaba su móvil ofreciéndoselo a Carlos.
            - Llevas razón, pero...-
            - Ni “peros” ni historias.
            - Vale- dijo Carlos tomando el teléfono que le tendía su amigo.
            Empezó a marcar, nervioso, no acertaba los números a la primera. Al fin consiguió llamar. Sonaron cuatro tonos y al comienzo del quinto la voz de Tania se oía en el auricular.
            - ¿Diga?-
            Carlos tomó una fuerte bocanada de aire, cerró los ojos y habló:
            - Tania, soy...- No pudo terminar la frase, ya no había al otro lado nadie con quien hablar. Otra vez se escuchaba aquel sonido maldito similar al de una llamada que comunica.
- ¿Te ha colgado?- dijo Andrés al verle la cara, más afirmando que preguntando. Carlos asintió. Ambos guardaron silencio.

            Habían pasado a penas unos minutos desde la llamada efectuada por Carlos, cuando escucharon abrir la puerta.
            - ¡Quique!- exclamaron ambos al tiempo que se levantaban e iban hacia la puerta.
            Con lo que se encontraron, un Quique con la cara triste y descompuesta, terminó con las esperanzas de buenas noticias. Quique siguió su camino hasta la habitación, sentándose en una silla. Carlos y Andrés lo siguieron e imitaron. Durante unos segundos esperaron las palabras de Quique, que salieron de su garganta con dificultad.
            - Está en “coma”- dijo al fin.
            Carlos y Andrés se quedaron mudos, de piedra, fríos totalmente, no se lo podían creer. Al fin Carlos consiguió articular algunas palabras.
            - Y...-hizo una pausa- ¿ Sabes cómo fue?
            - No, no lo sé.
            Tras esto, se sumieron en un incómodo silencio en el que ninguno sabía que decir. Se miraban, cerraban los ojos, suspiraban... Al fin Andrés se levantó y dijo.
            - Voy a preparar un café bien cargado.
            Los demás asintieron. Estaban tomándose el café cuando un cuerpo se situó en el umbral de la puerta.
            - ¡Buenas!- dijo un agrio Esteban.
            - Hola Esteban- dijo Carlos.
            - Hola- dijeron Andrés y Quique.
            Esteban los miró a los ojos durante unos segundos de silencio incómodo y al final dijo.
            - Creo que ya os habéis enterado de lo que pasa, ¿no?- Los tres asintieron.
            - ¿Y bien? “¿ Qué pensáis hacer para ayudarme?” – dijo Esteban en un tono burlón. Los tres callaron. Esteban continuó.- Vamos decidme algo. Vamos dime algo Carlos, venga. ¿Qué no tenéis  nada que aconsejarme, nada que decirme?
            - Esteban por favor, no te pases- lo interrumpió Andrés.
- ¡¿Qué no me pase?! ¿No estabais aquí para ayudarme y apoyarme...? Vaya amigos. Sí, con gente como vosotros es imposible que haya problema sin solución.
            Andrés se levantó bruscamente de su asiento y se dirigió hacia la salida de la habitación, bloqueada parcialmente por Esteban, lo rebasó y se giró hacia los tres.
- ¡Cuándo éste quiera hablar ya sabéis donde encontrarme!- dijo Andrés totalmente irritado. Y se marchó.
- Uno menos- dijo Esteban en voz baja y maliciosa- Ya quedan dos, y pronto sólo uno- y miró la hora en su reloj de pulsera.
Después se lo mostró a Quique. Que comenzó a ponerse nervioso.
- Carlos yo...-hizo una pausa, se le notaba incómodo- Tendría que irme, tengo trabajo y...
- ¡Bien vete! Desertor, yo no te necesito- dijo Esteban con sorna.
- Vete tranquilo- dijo Carlos- Ya os llamaré.
- Sí, os llamará porque no es capaz de enfrentarse a mí él solo.
Quique lanzó una última mirada a Carlos, que asintió suavemente, y se marchó.
- Bueno, ya sólo quedas tú. Voy a cronometrar lo que tardas en marcharte- y se rió con una risa histérica. 
            Carlos le lanzó una mirada intensa a Esteban intentando encontrar a la persona que él conocía y que bajo esa capa de desesperación y soberbia que se había puesto, estaba. Así permaneció durante mucho rato. Hasta que Esteban entrando en la habitación y sentándose en una silla volvió a hablar.
            - ¿ Qué, no tienes nada que decirme?- y le lanzó una mirada burlona- ¿No era eso lo que querías que te contara, el motivo por el cual estaba así?
            Carlos no sabía que hacer, la situación escapaba por completo a su control. Lo cierto es que nada de lo que pudiera decir o hacer sería una solución. Nada dependía de su voluntad, de lo que pudieran idear o llevar a cabo. Se sentía por completo impotente. Lo único que podía hacer era escuchar, estar allí cuando lo necesitaran. Él consideraba que los amigos a veces tenían que ser entrometidos para acudir en la necesidad antes de que los llamaran... Al fin ordenó sus pensamientos y dijo.
            - Sí ,quería que me lo contaras-hizo una pausa- Estamos aquí para ayudarte, aunque solamente sea escuchándote. Ya que hay veces en las que tan solo podemos esperar, y lo que podemos hacer es que no esperes tú solo.
            - Bien, ¿es eso todo?- dijo Esteban con tono cínico. Carlos no respondió nada y Esteban continuó- ¡No quiero compartir nada contigo! Ni que me escuches. Vamos,
¿ no se si te ha quedado claro...?
            Carlos lo miró una última vez como preguntándole si estaba seguro de lo que decía antes de levantarse. Se dirigió a la puerta y Esteban se apartó en dirección a la salida e incluso llegó a  abrirle la puerta de la escalera. Carlos, antes de salir, volvió a mirar a su amigo una última vez con unos ojos vidriosos y derrotados. Esteban cerró la puerta casi con satisfacción. Carlos bajaba las escaleras lentamente, desanimado, considerando todo lo que había hecho, mirándolo desde todos los puntos de vista posibles, hasta llegar a creer que se había equivocado irremediablemente y que el mundo había dejado de girar para él. Odiaba la sensación de impotencia y de creerse equivocado en sus acciones. Y aún más esa voz de su subconsciente que decía: “¿Ves? Te lo dije”. Llegó al portal donde encontró a Quique y Andrés sentados, esperándolo. Se quedó sorprendido.
            - Buenas- dijeron a dúo.
            - Hola
            - ¿ Al final también ha conseguido echarte a ti?- dijo Andrés.
            Carlos tomó aire profundamente y con mucho ruido.
            - ¡Eh! deja aire para los demás...-dijo Quique en un intento de sacarle una sonrisa al abatido Carlos.
            - Carlos, “tranqui”, hemos hecho lo que hemos podido. Ya se le pasará y nos llamará. Ya lo verás- dijo Andrés- Ahora vamos a dormir, que las cosas suelen verse de otro color cuando se ha descansado.
           
Así se despidieron. Carlos había caminado durante una hora, intentando llegar hasta donde había aparcado el coche, cuando reparó en que no tenía donde irse a dormir. El había vivido en el mismo piso que Esteban hasta hacía unos meses. Abrió la puerta del coche, entró y lo arrancó. Salió del aparcamiento y se dirigió hacia el barrio de Esteban. Apenas tardó diez minutos, ya que había muy poco tráfico a aquellas horas. Buscó un lugar donde aparcar y cuando lo encontró aparcó. Apagó el motor del vehículo y reclinó el asiento todo lo que pudo. Allí paso la noche en una “duermevela” interminable.  Montones de recuerdos se agolpaban en su mente, montones de ideas.
 Las primeras luces del amanecer se veían ya a lo lejos sobre las montañas que se podían ver desde donde estaba Carlos. Y recordó un momento tan triste como alegre de su vida. Momento en el que estuvieron involucrados las tres personas con las que había estado la noche anterior. Sus amigos, sus mejores amigos... Sonrió puso en marcha el vehículo y se dirigió a una cafetería que conocía bien, muy bien. Cuando llegó veinte minutos después, miró el reloj que marcaba las 6:53 de la mañana. Aún tendría que esperar un poco más de media hora. Pero no importaba. Encendió el aparato de música y seleccionó una canción del “CD” con mucho significado para él y cerró los ojos en espera de la música. A las 7:15 la cafetería habría sus persianas y a las 7:25 ya estaba abierta al público. Carlos salió del coche y entró en la cafetería. Pidió un café y un croissant con mantequilla y mermelada. Mientras le servían fue al servicio. Se encontraba destrozado. Tras hacer un viaje de más de 8 horas y pasar una mala noche en el apartamento de Esteban acababa de pasar otra aún peor en el coche. “Intentaría quedarse a dormir en casa de Andrés o Quique y, el lunes si Esteban no daba señales de vida, se marcharía”. Pensó mientras se lavaba la cara.
            Tras el desayuno se sentía mucho mejor, intentaría localizar a Andrés primero. Llamó a casa de éste y no obtuvo respuesta. A Quique no quería llamarlo aún ya que trabajaba como guarda por la noche y no se levantaba hasta el medio día. Así que tras dejar en un parking el coche, se dirigió a un parque cercano y se sentó en un banco a leer un libro. Siempre llevaba un buen libro a mano... A eso de las diez de la mañana buscó su móvil y volvió a intentar hablar con Tania pero esta vez ni siquiera dio tonos, su teléfono estaba apagado. Allí se quedó nuevamente mirando el móvil con cara de tonto. Se levantó y mirando a todos lados para asegurarse de que no hubiera nadie cerca, lo arrojó lo más lejos que pudo de si mismo. El móvil al caer quedó destrozado. Una vez hecho esto se volvió a sentar en el banco. A los pocos minutos cayó en la cuenta de que Andrés solía ayudar a su padre en la tienda los fines de semana. Así que decidió encaminarse hacia allí. No tardó mucho en llegar y, efectivamente, allí estaba Andrés que lo saludó cuando lo vio entrar.
            - ¿Qué haces por aquí?
            - “Nada, pasaba por aquí y...” Bueno en realidad venía a ver si me podría quedar a dormir hoy y mañana en tu casa- dijo Carlos con una sonrisa cansada.
            - ¡Uy!- dijo Andrés poniéndose nervioso- No caí en que tú no tenías donde pasar la noche. Lo siento.
            - Nada- dijo Carlos.
            - Lo siento de veras y, sí, supongo que te podrás quedar.
            Carlos no sabía muy bien que hacer así que preguntó.
            - ¿Necesitas que te ayude en algo?
            - Bueno, aún quedan que llevar unos paquetes, si quieres vente y me ayudas.
            Así salieron de la tienda media hora después en la furgoneta con los paquetes que debían llevar.
            - ¿ Cómo te va en tu nuevo trabajo?- preguntó Andrés a Carlos
            - Bien, la verdad es que muy bien. He tenido mucha suerte de poder entrar en esa empresa. Ahora mismo no es muy grande, pero estoy convencido de que creceremos. Soy el jefe de departamento. ¿ Quien lo iba a decir?
            - Sí, quien lo iba a decir- contestó Andrés con sarcasmo.
            - Y a ti, ¿cómo te va?¿Sigues en lo mismo?
            - No, ya no. Aquello era un asco y no me veía futuro allí, así que lo dejé. Y mira tú por donde me salió bien la cosa. Ahora estoy trabajando en un banco, gano un poco menos pero estoy más a gusto y, además, son menos horas. Así que no me puedo quejar. Y como has visto los sábados sigo en la tienda de mi padre.
            - Como hace años...
            - Si, como hace años...
            - Por cierto ¿ cómo le va a Quique?
            - Bien, sigue con ese trabajo de guarda nocturno mientras se prepara las oposiciones.
            - ¿ Sigue con la idea de ser bombero?
            - Sí.
            Carlos miró por la ventanilla abierta y el aire frío le golpeó la cara. No recorrieron mucha más distancia desde que terminara la conversación para llegar a su destino. En una hora más habían entregado todos los paquetes. Eran ya cerca de la una y media de la tarde. Al llegar a la tienda estaba el padre de Andrés cerrando ya. Al ver a Carlos lo saludo afectuosamente y Carlos hizo lo mismo. Hacía dos años que Carlos no veía al padre de Andrés. Charlaron un poco, haciéndose las típicas preguntas de: ¿qué tal estas?, ¿qué estas haciendo ahora?, etc. A eso de las tres de la tarde llegaron a casa de Andrés tras tomarse unas “cervecitas” con el padre de éste.
            - Bueno- dijo Andrés- Éste es el salón, siéntate mientras pongo la comida ha hacer.
            - No- dijo Carlos- Te ayudo.
            - Vale, aunque no hay gran cosa que hacer, es solo ponerla a calentar. Por cierto, ¿qué quieres de beber?- dijo Andrés mientras habría el frigorífico- Tengo cerveza, coca-cola y zumo de piña.
            -Tomaré un vaso de coca-cola.
            - Voy a por unos posavasos.  Saca mientras el “taper” azul.
            A los pocos segundos comenzó a sonar música. Una música que traía muchos recuerdos a Carlos.
            - He puesto música, espero qué sea de tu agrado
            Carlos asintió. Esteban tomó el contenido del “taper” y lo colocó en un recipiente de esos que se pueden meter en el microondas.
- Un par de minutos y listo. La preparé ayer- dijo  Andrés.
            - Lasaña, hace tiempo que no la pruebo pero me parece una pena calentarla en el microondas...- dijo Carlos fingiendo tristeza.
            - No creas.
            - Si tú lo dices...
            Un timbre de teléfono interrumpió la mundana conversación entre los dos amigos. Andrés recogió el teléfono y comenzó a hablar. Carlos le hizo muecas con los hombros y la cara preguntándole quien era, a lo que Andrés respondió con un espérate con un gesto de la mano que tenía libre. Al cabo de unos minutos colgó.
            - Un compañero del trabajo que tenía problemas con un juego que le pasé anteayer.
            - ¡Ah! He sacado la lasaña y he encontrado platos, pero lo que no veo son los cubiertos.
            - Mira ahí, detrás tuyo- dijo Andrés señalando un cubilete en el poyete tras Carlos.
            - Un lobo y me come...
            - Anda “despistao” comamos.
            Comieron en la cocina sentados en una pequeña mesa que tenía Andrés a propósito para eso. Cuando terminaron de comer Andrés puso café a hacer. Una vez hecho fueron con sus tazas de café caliente al salón y se sentaron en el sofá.
            - Gracias por dejar que me quede en tu casa. El lunes me marcharé e intentaré arreglar por allí las cosas- dijo Carlos a Andrés.
            - ¿Sí?, por cierto, ¿has intentado hablar con Tania hoy?
            El rostro de Carlos se ensombreció levemente.
            - Sí, pero nada y,- dijo con pesadumbre- me he quedado sin móvil.
            - ¡¿Cómo?!
- La llamé ésta mañana pero tenía el móvil desconectado y de la desesperación que me ha entrado he cogido y he lanzado el móvil lo más lejos posible, y claro está, se ha destrozado al caer al suelo.
            - “No veas” ¿y cuanto a recorrido?.
            - ¡Vete a la porra!
            - Hay que ver, intenta uno quitarle importancia a la cosa y no se te ocurre nada mejor que ofenderme- dijo Andrés mientras ponía gesto de sentirse dolido.
            Carlos se rió con las tonterías de su amigo. La música terminó y Andrés se levantó para poner más música.
            - ¿Crees que podríamos llamar a Quique ahora?- preguntó Carlos mientras ahogaba un bostezo.
            - Pues poder lo que se dice poder- Andrés insertaba en esos momentos el tercer CD en el aparato de música- sí podríamos llamarlo, pero no creo que haga falta- miró la hora- Debe de estar al venir.
            - ¡Ah! bueno, ¿y eso?
            - Anoche quedamos para las cinco, pensábamos llamarte, que conste. Aunque ahora que lo pienso, hubiera sido difícil localizar al “lanzador de teléfonos móviles”.
            Carlos se rió con verdaderas ganas. Andrés se había vuelto a sentar pero no hacía aún ni dos minutos  cuando tocaron al timbre.
            - Yo voy- dijo levantándose Carlos.
            Fue a la puerta y miró por la mirilla. Era Quique. Abrió y se estrecharon las manos.
            - ¡Caray Andrés! cuanto has cambiado.
            - Estáis hoy los dos un poco guasones ¿no?
            - En absoluto “Andrés”.
            Quique se dejó caer en un sillón pesadamente y Carlos hizo lo mismo pero sobre el sofá donde también estaba sentado Andrés.
            - Hola Andrés.
            - Hola Quique.
            - Por cierto, ¿dónde has pasado la noche?- dijo Quique mirando a Carlos.
            - Bueno- dijo Carlos alargando la “o” durante unos segundos- En el coche.
            - ¡Oh! ¿ Y qué tal? ¿Es confortable el asiento del coche?
            - Pero bueno que os pasa a vosotros hoy, ¿vais a comerme la moral o qué?
            - Cuidado Quique, vaya a lanzarte por los aires- dijo Andrés estallando acto seguido en carcajadas.
            Carlos lanzó una mirada “asesina” a Andrés.
            - Pues si que viene entonces fuerte del norte.
            - “Me voy”- dijo Carlos poniéndose en pié- Por cierto ¿dónde está el servicio?
            - Por ahí, la primera puerta que te encuentras al frente- dijo Andrés señalando el pasillo sin dejar de reírse.
            - Gracias.
            Cuando Carlos regresó Andrés y Quique se encontraban ya hablando de lo sucedido con Esteban. Se sentó rápidamente en el sofá. Y se unió a la conversación.
            - ... La verdad es que no debería haberse puesto así. Se pasó “un poco bastante”- decía Andrés.
            - Bueno sí, pero no, es decir, por un lado sí, pero por otro no- decía Quique.
            - No se pasó tanto Andrés. Ponte realmente en la situación de Esteban- dijo Carlos.
            - Ni situación ni historias, no tenía que tratarnos así. No es excusa.
            - Bueno vale, si lo ves desde fuera llevas razón pero te repito que te pongas en su lugar. Todos nosotros hemos tenido ocasiones en las que hemos estado de lo más inaccesibles, de lo más desagradables con los demás por encontrarnos en un estado de ánimo de aquella manera. ¿O no?- dijo Carlos mirando a Andrés con seriedad.
            Andrés reflexionó un poco. Mientras, paseó la mirada por la habitación.
            - Sí, tal vez, pensándolo fríamente y eliminando el mosqueo que tengo, lleves razón. Todos tenemos nuestros días bajos- dijo finalmente- Odio que siempre tenga razón- añadió mirando a Quique.
            - Yo también.
            - Bueno tanto como que siempre tengo razón...
            - Me encanta esa falsa modestia- dijo Quique con sorna.
            - La verdad es que lo que le ha pasado a Esteban no es para menos- dijo Carlos.
            - Cierto. Y la verdad es que conociéndolo deberíamos de preocuparnos, ya que nunca lo habíamos visto así. Ni siquiera parecía él mismo- puntualizó Quique.
            - Es que ha sido lo peor que le podía suceder. Se repondrá, eso es seguro, esas heridas terminan curando...- dijo Andrés sin mucho convencimiento.
            - ¿Sí? Yo no lo creo. Esa herida no curará. Lo que ha pasado ha sido para volver loco a cualquiera- Carlos meditó unos segundos lo que iba a decir a continuación- No se si yo seré el más indicado para deciros esto, pero- Dudó- creo que es necesario para que entendáis todo lo sucedido- Aspiró una fuerte bocanada de aire. Carlos siempre soltaba un suspiro de resignación cuando decía algo que no estaba seguro de querer  o tener que decir-  ¿ Recordáis el día que desapareció Esteban, el día que había quedado con vosotros?- Quique y Andrés asintieron- Ibais a ir a buscarme, que irónico... Un par de días antes Esteban me llamó para decirme que iba a hacer “una cosa muy importante”, yo inmediatamente me imaginé lo que era, la verdad, no me lo esperaba, pero me lo imaginé. Y también me dijo que en cuanto la hiciera os llamaría e iríais a buscarme- Quique y Andrés expresaban en sus rostros haber captado que era la cosa importante que iba ha hacer Esteban- Por vuestras caras creo que ya sabéis lo que iba a hacer Esteban ¿no?.
            Quique fue el primero en hablar tras unos dubitativos segundos de intercambio de miradas con Andrés.
            - Le... Le iba a pedir a Ana que se casara con él- afirmó Quique finalmente. Carlos asintió.
            - ¡Dios! Ahora lo entiendo todo...- dijo Andrés- ¿Cómo he podido estar tan ciego? ¿ Tú lo habías pillado desde el primer momento verdad?- Y miraba a Carlos al hacer aquella pregunta.
            Carlos suspiró de nuevo pero esta vez lo hizo de forma relajada.
            - No, desde el principio no. Al principio pensé que le había dicho que no, lo cual me resultaba difícil de creer, y cuando hablé con vosotros por teléfono tras encontrarlo, terminé de despistarme, por eso cuando me preguntasteis que si yo sabía o tenía laguna idea de  lo que había sucedido, no supe que deciros. Estaba totalmente perdido. Entonces llamé a Ana pero no obtuve ninguna respuesta y empecé a inquietarme, la verdad es que todo era muy raro- Hizo una pausa buscando la palabra adecuada- Absurdo, diría yo. Todo parecía tener sentido y al mismo tiempo no. Pero cuando me enteré de que Ana estaba en el hospital empecé a comprender, tenía que ser muy grave, pero la verdad que no me esperaba eso... Es que ya me parecía demasiado- Carlos se paró bruscamente como queriendo decir algo más pero sin conseguir que las palabras salieran por su boca.
            Andrés siguió hablando por Carlos, de alguna manera había encontrado las palabras que éste había perdido.
            - Te parecía demasiado retorcido y que, creo que lo que quieres decir y no lo consigues es que incluso la muerte de Ana le hubiera resultado más llevadera a Esteban, ¿no?
            Carlos asintió. Ni él mismo lo hubiera dicho mejor.
            - ¡Eh! Parad el carro un momento, ¿ cómo podéis decir que la muerte hubiera sido más llevadera? La muerte es el final definitivo ¿no? ¿ Qué ha pasado con aquello de “mientras hay vida hay esperanza”?- dijo Quique sobresaltado por que sus amigos hablaran de aquella manera.
            - No, no es eso, Quique. No nos malinterpretes. Lo que decimos es que a Esteban le hubiera resultado más llevadera la muerte de Ana- dijo Carlos.
            - Estas repitiendo lo que habéis dicho y te digo que no lo entiendo.
            - Mira, digamos que Esteban era una de esas personas que parece que todo se lo toman con calma, que nada los altera, y en cierto modo es así. Sólo en cierto modo. digamos que su capacidad de resignación era mayor... Pero bueno me estoy desviando de lo que te quiero decir. Lo que pasa es que de alguna manera la muerte, al ser algo definitivo, como tú has dicho, es algo donde no cabe las esperanza y si no cabe las esperanza, digamos que tampoco cabe la desesperanza- dijo Andrés.
            Quique puso gesto de estar pensando. Estaba intentando entender el punto de vista de sus dos amigos. Tras unos segundos habló.
            - Bueno, si lo veis así. Tal vez desde el punto de vista de Esteban llevéis razón.
            - Eso es, desde el punto de vista de Esteban- dijo Andrés.
            - No es sólo desde el punto de vista de Esteban, la verdad es que si yo fuera él también estaría así. Esto no ha sido más que un revés de la fortuna para darle la “razón” a Esteban. Él era el que decía que su vida era un círculo de una espiral y que tenía varios estados, pero el dominante era malo. Siempre decía que si algo le iba bien a él, terminaría por irle mal, o se le fastidiaría otra cosa, con lo que no serviría de nada que le fuera bien lo otro... También decía que para él un quizá en esta vida no era más que un no camuflado y un sí un peligro porque por cada sí habría cien “nos”- Carlos hizo una pausa- Y si mucho no me equivoco desde que lo conocemos, en cierto modo, hemos de darle la razón, más o menos.
            - Sí más o menos ya que él tendía a oscurecerlo todo, aunque claro si todo se me truncara yo también sería así- dijo Andrés.
            - Entonces- comenzó Quique- ¿Lo qué queríais decir con lo de la muerte, era que el estado de Ana no es más que un quizá de los de Esteban?
            Carlos y Andrés asintieron.
            - Estáis un poco chalados, ¿no? Y la verdad, si ese es el planteamiento de Esteban, bueno entiendo que Esteban se encuentre así y todo eso, pero que vosotros hayais razonado todo eso para justificar su estado, me parece de locos... Y lo que es peor aún empiezo a pensar que lleváis toda la razón- Hizo una leve pausa- Tras todo esto sólo me queda una pregunta que hacer, ¿qué podemos hacer?
            Carlos y Andrés se encogieron de hombros sin saber que decir. Finalmente Carlos tomó la palabra.
            - Ahí está la “maldita” gracia del asunto, que realmente no podemos hacer nada y si podíamos hacer algo era para con Esteban, pero él tendría que querer, puesto que tan sólo podemos estar ahí, escucharle y esperar con él.
            - ¿ Qué triste no?- Dijo Andrés- Realmente tenemos poco poder de decisión o libertad por no decir ninguno. Es curioso.
            - Estas empezando a hablar como Esteban- puntualizó Quique.
            - Tanto como “hablar como Esteban”- dijo Andrés mientras esbozaba una leve sonrisa.
            Se hizo un silencio sereno durante unos minutos que finalmente se decidió a romper Carlos.
            - Deberíamos ir pensando en comer ¿no?- Miró el reloj- Ya es hora. ¿Hacen unas pizzas? Invito yo.
            - Venga. Creo que tengo publicidad del “Pizza-Hut” con ofertas de dos por una. Voy a buscarla.
            Tras veinte minutos se pusieron de acuerdo e hicieron el pedido por teléfono. Mientras lo traían Andrés puso ha hacer hielo y preparó un pastel de esos que se podían preparar con la batidora en unos minutos y luego se dejaban enfriar.
            - Aquí tenéis al “rey de la comida precocinada y de sobre”- dijo Andrés mientras mezclaba los componentes del pastel de sobre.
            - Oye Carlos, ¿recuperaste la tarjeta del teléfono?- preguntó Quique.
            - Sí, ¿por?
            - Porque tengo un móvil que no uso y si mal no recuerdo está liberalizado, o sea, es decir, que te lo puedes llevar si quieres.
            - Bueno, vale, gracias.
            - Yo aún no se las daría- dijo Andrés- Si es el que yo creo, espero que tengas espacio de sobra en el maletero...
            - No le hagas caso, no es ningún último modelo pero tampoco es un “megaladrillo”. Mañana te lo traeré.
            - ¿Cómo que mañana se lo traerás?¿ Quién te ha invitado?- dijo Andrés.
            - Pensé que no necesitaba invitación, como últimamente ceno aquí todas las noches...
            - Claro, eres un maldito “gorrón”.
- Tanto como eso, eres tú el que me da de comer...
            Ambos se rieron con ganas. Carlos se unió a sus risas. El timbre del portero automático sonó. Carlos fue a abrir.
- Aquí están las pizzas- dijo Carlos.
 Puso las dos cajas de cartón de las pizzas sobre la mesa de la cocina. Andrés sacó del frigorífico sacó una lata de cerveza para cada uno, y mientras, Quique sacaba unas servilletas de papel de un cajón de uno de los muebles de la cocina y tomaba un cuchillo del bote con cubiertos limpios que había en la cocina.
            - ¿Queréis vaso para la cerveza?- preguntó Andrés antes de sentarse.
            - No, gracias- negaron Quique y Carlos.

            Tras la cena Quique se despidió de ellos pues ya era bastante tarde y el sábado además, entraba a trabajar más temprano. Andrés se sentó en el sofá y estiró las piernas. Carlos se sentó a su lado y también se acomodó en el sofá.
            - ¿Quieres ver alguna película, tengo algunos títulos que tal vez te apetezcan?- dijo Andrés a Carlos.
- Venga.
Andrés se acercó al mueble donde estaba el televisor, el video y sus cintas de video. Empezó a sacar cintas y leer el título.
            - Elige tú- dijo Carlos.
            Andrés eligió “La Jungla del Asfalto” una película en blanco y negro que a él le encantaba y que por lo que él sabía no había visto Carlos. Tras la película se acostaron sin apenas hablar, ambos estaba cansados y también desanimados por lo que había pasado. Y también se sentían tristes por su amigo.

            Cuando Carlos se despertó el reloj marcaba las 9:55. Andrés estaba duchándose. Carlos se levantó y fue a la cocina, el café estaba prácticamente recién hecho. Carlos aspiró su aroma. Después de dormir en una cama relativamente decente se encontraba mucho mejor. Estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó. Cogió la cafetera y se sirvió café en un vaso, luego le añadió leche fría y azúcar. Con una cucharilla removió el café hasta que se disolvió el azúcar. Se quedó unos instantes parado mirando como el contenido del vaso iba dejando de girar. Soltó un suspiro de resignación. Bebió un pequeño trago del café y se sentó en una de las sillas de la cocina. Apoyó los brazos en la mesa y cogió la taza con las dos manos. Y miró por la ventana el espléndido día que hacía. Los anteriores días de lluvia habían dejado la atmósfera algo más limpia.
            - Bonito día ¿no?- se oyó la voz de Andrés.
            - Sí.
            - El café está casi recién hecho...
            - Ya me he puesto un café.
            - Vale. Por cierto, supongo que tendrás ganas de pegarte una ducha, ¿no?
            - La verdad es que sí.
            - Métete en la ducha que ahora te llevo una toalla.
            - “Ok.” Pero, ¿podrías dejarme una camisa limpia?
            - Sí claro, ¿y luego quien la lava?
            - No te preocupes, ya te la devolveré limpia y perfumada- dijo Carlos ya a medio desvestir desde el aseo.
           
           

            - Luego vendrá Quique ¿no?
            - Sí,  a la misma hora de ayer, más o menos.
            - ¿Sigues coleccionando conchas marinas?
            - No, como ya apenas voy a la playa...- dijo Andrés.
            - ¿Cuánto hace que no vas?
            - ¡Buf! Desde aquella noche de san Juan que estuvimos toda la panda juntos, así que ya ves la eternidad que hace...
            - Una eternidad ciertamente.
            - Es que desde que me puse a trabajar, ya sabes, en ese sitio, no tenía tiempo para nada y poco a poco el grupo se fue disolviendo.
            - ¿ Te ves con alguno?
            - No, he perdido el contacto totalmente.
            - ¿Con todos?
            - Con todos.
            - ¿ Incluida Irene?
            - ¡ Incluida!- respondió Andrés con algo de amargura en la voz.
            - Perdona si te ha molestado la pregunta.
            - No, no pasa nada. Sólo es que me fastidia que me recuerden a Irene, aún me dan retortijones.
            - ¿ Y eso? No me habías dicho nunca nada.
            - ¿Para qué? Además ya da igual.
            - Y ahora mismo, ¿cómo andas?
            - “Soltero y sin compromiso” y que siga así por mucho tiempo. Porque para lo que se cuece últimamente casi es mejor que tu corazón no vibre por nadie.
            - Hombre tampoco hay que tomarse las cosas así...
            - No, si lo digo por el cenizo que parece que tenemos encima
            - Menos cachondeo- Carlos miró unos segundos a Andrés- A veces no hay quien sepa con quien está hablando cuando lo hace contigo.
- ¡¿Cuándo hace que?!- dijo Andrés arqueando una ceja.
            - ¡Hablar! Malpensado. Me refiero a que si te cambiara el tono de voz y hablara contigo desde un lugar en el que no pudiera verte, no sabría, a veces, si estoy hablando con Quique, contigo o conmigo mismo.
            - Es que algo se me habrá pegado de estar tantos años con vosotros.


            Hacía dos horas que se había despedido de Andrés y ocho de Quique y más de día y medio desde que viera o hablara con Esteban por última vez. La carretera estaba bastante despejada aquella mañana así que tardaría menos de lo previsto en llegar a casa. Paró en una gasolinera a repostar y descansar unos minutos. Se encontraba destrozado. Su partida precipitada de casa de Tania y su completo olvido no tenían excusa. Metió las manos entre le cabello de sus sienes y cerró los puños agarrando fuertemente algunos mechones de cabello mientras se preguntaba lo que iba a hacer. No se le ocurría nada. Estaba completamente en blanco. Era como si estuviera derrotado antes de empezar la batalla. Soltó sus cabellos y agitó la cabeza, luego torció el gesto mientras arrancaba bruscamente el coche y salía de la gasolinera. Lamentándose no iba a conseguir nada. Tras cuatro horas más de viaje se encontraba a 30 kilómetros de la ciudad. Detuvo de nuevo el vehículo esta vez en la cuneta durante unos quince minutos. Quince minutos en los que tomó una decisión. Arrancó de nuevo bruscamente y nerviosamente. En media hora llegó a su casa. Subió las escaleras corriendo no tenía ganas de esperar al ascensor. Entró precipitadamente en el apartamento y se dirigió al dormitorio sacó unos pantalones de lino azul oscuro, una suave camisa blanca de algodón y una muda de ropa interior del armario. En la ducha se afeitó y lavó los dientes a conciencia, se duchó primero con el agua muy caliente y justo antes de salir de ella, abrió el grifo de agua fría a tope mientras cerraba el de agua caliente, así estuvo varios minutos, cayéndole el agua fría por la nuca y extendiéndose por su espalda, brazos, pecho, estómago... Tras la ducha se sentía como nuevo. El agua hacía milagros. Se vistió rápidamente y se echó colonia comedidamente. Miró el reloj eran las 12:35. Una buena hora para hacer lo que tenía que hacer. Fue al centro de la ciudad donde seguro que encontraría lo que buscaba. Primero entró en una pastelería donde compró una gran cantidad de bombones y luego fue a una floristería donde encargó un gran ramo de flores para la tarde. Un gran ramo de lirios blancos...
            Llegó la hora de ir a por el ramo de flores. Salió rápidamente del piso con el estómago vacío pero lleno de nervios. Lo recogió y se dirigió a casa de Tania. Tocó al portero automático y le respondió Magdalena una compañera de piso de Tania.
            - ¿Si?
            - Hola soy Carlos.
            - ¡Tania no está!- Dijo Magda en un tono áspero.
            - Bueno- Comenzó ha decir tímidamente- ¿Podrías abrirme y que la esperara en el piso?
            - No, es que estoy “acompañada”, si quieres te abro y esperas en la escalera- Obtuvo como respuesta tras unos segundos de silencio como si Magda meditara que tenía que hacer.
            Carlos entró en el portal y se sentó en un escalón de las escaleras que estaban frente a la puerta del piso de Tania.


            - ¿Todavía no ha salido?
            - No.
            - A que espera, ¿ es qué es tan torpe que no se ha dado cuenta?
            - A lo mejor no ha querido darse cuenta.
- Sí, es posible. 
- No se, yo creo que deberías salir y decirle algo, ¿no crees Tania?
- No, no tengo nada que decirle que no le haya dicho ya.
- Si tú lo dices...
Carlos miró el reloj por cuarta vez en cinco minutos. Llevaba allí sentado ya tres horas. Empezaba a desesperarse.
- ¿ Aún no?
- Aún no.
- ¡Buf!
- Vamos, sal y dile algo. No deberías hacer lo que estás haciendo.
- Déjame en paz, ¿vale?
- Vale, pero no me hables así.
Tania volvió el rostro y apretó los puños. Su corazón empezaba a decirle que se estaba equivocando. Su cara suavizó el gesto y empezó a disiparse el mal humor y la rabia que sentía se volvió hacia su amiga y dijo.
- Bueno, vale, saldré a decirle algo, y siento haberte hablado así.
Magda sonrió. Tania fue a la puerta, se detuvo dudando unos instantes. Tomó una fuerte bocanada de aire y dirigió su mano temblorosa hacia la cerradura comenzaba a abrir cuando  Magda exclamó.
            - ¡Acaba de salir!
            Tania terminó de abrir la puerta rápidamente y se lanzó escaleras abajo en un vano intento de alcanzar a Carlos. Cuando llegó al portal y vio unas flores, lirios, asomando en el cubo de la basura se sintió fatal. Subió con el destrozado ramo y los aplastados bombones y se sentó en un sillón antes de dejar caer lo que tenía en sus manos y permitir que las lágrimas brotaran. Magda pasó a su lado silenciosamente: cerró la puerta y recogió el roto ramo de lirios del suelo y lo llevó a la cocina donde intentó arreglarlo.
            Carlos corría todo lo rápido que podía. Su corazón deseaba llorar, gritar y estremecerse hasta morir. Y por más que corría el vacío le daba alcance. Al fin llegó a su casa. Se arrojó sobre la cama y se encogió haciéndose un ovillo mientras unas gotas saladas brotaban de sus ojos.

            Carlos estaba preparando el desayuno cuando sonó el telefonillo del portero automático.
            - ¿Si?
            - Soy Esteban.
            Carlos abrió automáticamente. Estaba muy sorprendido. No se hubiera esperado aquella visita por nada del mundo, no todavía... El timbre de la puerta sonó. Cuando abrió la puerta se encontró con un Esteban aún más delgado que hacía menos de dos semanas, aunque si que tenía una mirada más viva. Allí permanecieron unos segundos lentos sin saber que decirse el uno al otro. Finalmente Esteban abrió sus brazos y le dio un gran abrazo a su amigo al tiempo que decía.
            - ¡Lo siento!¡Lo siento  mucho!
            Carlos tardó unos segundos más en devolverle el abrazo.
            - No pasa nada- Suspiró intentando evitar que unas lágrimas surgieran- Lo importante es que hayas vuelto. Anda, entra- Concluyó deshaciéndose del abrazo de su amigo para ofrecerle el paso.
             Esteban entró con paso dudoso, aún estaba nervioso y se encontraba mal por haber tratado a Carlos como lo había hecho hacía poco menos de catorce días.
            - Siéntate- dijo Carlos guiando a Estaban hasta el saloncito- ¿Quieres desayunar?
            Esteban asintió. Carlos se retiró para terminar de hacer su desayuno y preparar otro más.
            - ¿Sigues tomando el café sólo?
            - ¡Sí!
            Carlos apareció con una bandeja con tostadas, mantequilla, mermelada, azúcar y dos tazas de café; uno sólo y el otro con leche.
            - No le he puesto azúcar.
            - Bien. 
            - ¿ Qué quieres Esteban?
            Esteban miró a Carlos fijamente.
            - Disculparme.
            - ¿Tan sólo eso?  No hacía falta que vinieras con haber llamado, o escrito...
            - No, después de cómo me porté tenía que disculparme en persona.
            - Bien, como tú quieras- Dirigió su mirada al contenido de la taza- ¿ Y cómo está Ana?
            Esteban tomó otro trago de café.
- Ayer por la tarde fue el entierro.
Carlos abrió los ojos desmesuradamente, no sabía que decir. Últimamente no sabía que decir muy a menudo. La noticia le pilló totalmente por sorpresa. Hacía solamente dos días que Quique y Andrés le habían informado sobre el estado de Ana y todo parecía ir a mejor.
            - ¿Y eso? Hablé con Quique y Andrés hace dos días y me dijeron que...
            - Que estaba mejorando ¿no?. Sí, salió del coma, abrió los ojos y giró la cabeza varias veces, incluso articuló algunas palabras, minutos antes de que todos los aparatos empezaran a fallar, por lo visto se le había formado un coágulo y éste había llegado al cerebro y bueno, en fin, eso la mató. Eso o la incompetencia de los médicos- Esteban tomó otro trago de café- Por lo menos ya ha terminado todo- Y Esteban suspiró.
            - Lo siento, lo siento mucho- dijo tímidamente Carlos.
            - Gracias, pero no he venido por eso, no he venido a contarte mis penas. He venido a disculparme y a ver como estabas. Creo que has tenido problemas por mi culpa, ¿no?
            - Hombre, ¿por tu culpa? No, lo que me haya pasado me lo he buscado yo solo...- Carlos dejó estas últimas palabras en el aire.
            - Si tú lo dices, aunque algo de culpa he tenido ¿ o no?
            - Si así lo quieres, ¡oh mártir de los mártires!, sí, algo de culpa tienes.
            Esteban sonrió, al fin habían regresado, él, Carlos y los demás. Esteban se recostó en el sofá.
            - Parece que el agua está regresando a su cauce...- Esteban puso el rostro serio- Carlos, quiero que me prometas una cosa.
            - ¿ Qué?
            - Que arreglarás lo que te haya podido ayudar a estropear. Por favor.
            - Podría prometértelo si dependiera de mí, pero ya lo intenté y salió mal. Hay quienes están destinados a no conseguir ciertas cosas nunca... Son cosas para que tan sólo soñemos con ellas. Y lo mejor es no darle más vueltas ¿no? Fue eso lo que acordamos hace muchos años.
- Sí, vale, pero...
- No hay “peros” que valgan Esteban, tranquilo, te prometo que haré lo que esté en mis manos. Con eso tendrás que conformarte.
Esteban asintió conforme.
- Es curioso como cambian las personas, como cambiamos y al mismo tiempo somos los mismos.
- Un misterio de la vida.
- Empiezo a creerme que estás bien de nuevo.
- Sí, y es que como tú ya sabes, no hay nada peor que la esperanza. Ya que si esperas algo llegará un momento en que desesperes...
- ¿Has visto a Quique y Andrés ya?
- Sí, y si no te dijeron nada fue porque yo se lo pedí. Sabían que iba a venir a verte. Reaccionaron casi como tú.
- Normal... Oye ¿ qué piensas hacer ahora?
- No lo se, nunca antes me había sentido así.
- ¿Cómo? Explícate porque no veo a través de ti.
- No es una sensación de vacío ni nada de eso, pero me noto fuera de lugar en este mundo.
- Como siempre, entonces.
- No Carlos. Me refiero a que siempre nos hemos visto diferentes a los demás, como fuera de lugar en el mundo, tu, Quique, Andrés y yo. Nunca hemos hecho lo que hacían los demás aunque tampoco hicimos nunca nada que nos marcara como distintos, o especiales, o raros... Eso tal vez haya sido lo que nos a hecho realmente distintos. Que hemos soñado tanto o más que los demás, que hemos pensado tantas cosas, que nos hemos preocupado por muchas más, pero nunca hemos hecho nada. Es como lo que yo pensaba siempre que algo se me torcía, que no debía sentirme mal ni preocuparme, que había mucha gente que tenía problemas mucho más graves que yo. Bueno es que incluso, llegaba a creer y pensar que no tenía derecho ni a ello. ¿ Qué estúpido verdad?
            - No, bueno sí. Es aquello que dijimos aquella noche, “que el mundo era demasiado grande como para que pudiéramos cambiarlo”.
            - Sí, pero me pregunto si el tamaño del mundo no es más que una excusa. Nunca intentamos nada. Nunca hicimos nada. No se tú pero yo me pasé mucho tiempo soñando con muchas cosas que nunca pude hacer realidad, pero creo que en muchos casos no fue por falta de ocasiones, sino que fue por mi propia ineptitud y dejadez que no las vi. Ahora lo veo claro.
            - ¡Alarma, alarma! Esteban gris vuelve.
            -¡No me tomes a guasa! por favor, que bastante tuve con Quique ya. Pero tampoco te vayas a poner serio como Andrés, ¿ok?
            - De acuerdo.
            - Lo que quiero decirte, simplemente es que, antes me sentía así, como tú has dicho, como siempre, pero nunca antes había perdido las ganas de vivir.
            - Vaya cosas que dices.
            - La verdad. Supongo que antes, aunque no desesperara esperaba algo de la vida, aunque yo no supiera lo que era. Hay gente que encuentra “eso que espera” en la vida, la vive y muere feliz porque ya a cumplido su sueño, aunque fuera una tontería. Yo ahora mismo estoy casi seguro de que no tengo más sueños. Estoy vacío, aunque sin estarlo. Y ahora mismo no me arrepiento de nada, ni siquiera de haber dejado pasar el tiempo como lo he hecho.
            - Estás hablando como un viejo.
            - No como un viejo. La mayoría de nosotros cuando nos acercamos a la vejez es cuando más nos aferramos a la vida. Yo no me aferro a ella. Sigo sintiendo alegría y tristeza, pero no tengo sueños. Yo pensaba que no tener esperanza en una cosa era simplemente no ilusionarse, no esperar nada aunque lo desearas , y que por lo tanto no te podías desilusionar o desesperanzar por no conseguirla. Ahora sé que no tener esperanza es no tener sueños, y que no tener sueños es no vivir.
            Carlos suspiró, he hizo un gesto que demostraba el intento por comprender las crípticas palabras de su amigo. Esteban al ver su gesto suspiró  y meneo la cabeza.
            - Tiene gracia, yo pensaba que tú serías el primero en entenderme y parece que te está costando más que a Quique y Andrés.
            - No, te entiendo perfectamente, lo que has pretendido decir, es simplemente, que una persona tiene ganas de vivir mientras tiene esperanza en algo, aunque no sepa en que. Y que también puede desesperar y no perder las ganas de vivir. Pero que si se da cuenta de que ya no espera nada, de que no hay nada en la vida que se pueda esperar o por lo que se pueda desesperar, la vida ha llegado a su fin. En fin que se desea alcanzar un sueño y no es importante que éste se consiga o no, sino que esté ahí ¿ Me equivoco?
             Estaban sonrió sin poderlo evitar. Y volvió a menear la cabeza esta vez sorprendido.
            - Siempre me sorprende tu capacidad para expresar y sintetizar las ideas. Eso es justamente lo que quería decir. Has sido la única persona que me ha entendido siempre a la primera.
            - Eso parece, pero no se si eso es una virtud o un claro síntoma de que estoy como una cabra...
            - Bueno, creo que va siendo hora de marcharme.
            - Como quieras.
            Esteban se levantó y Carlos hizo lo mismo para acompañarlo hasta la puerta. cuando llegaron hasta ella Carlos la abrió y dejó paso a su amigo. Esteban antes de marcharse, lo abrazó.
            - Gracias, amigo mío, por todo, gracias.
            - De nada, y gracias a ti también por todo.
            - Siempre estarás en mi corazón.
- Y tu en el mío.
            Esteban salió al rellano de la escalera y se acercó a las mismas pero antes de bajar se giró para ver a Carlos que aún no se había movido.
            - Eres el único que no me ha preguntado donde voy, ¿sabes?
            - Porque no me hace falta. Además, ¿ para qué hacer preguntas para las que no hay respuesta....?
            - Bien, en ese caso, adiós amigo mío.
            - Hasta la vista, amigo mío.
            - Sí, hasta la vista.
             Estaban se giró entonces y comenzó a bajar. Carlos cerró la puerta pensando en la promesa que acababa de hacer. Y sabiendo que no volvería a ver a Esteban en mucho tiempo si es que lo volvía a ver.

            El despertador llevaba sonando unos segundos para cuando Carlos tomó conciencia de él. Lo apagó con un brusco manotazo y refunfuñó todo lo que pudo. Se incorporó y se estiró no tenía muchas ganas de  levantarse. Se levantó torpemente pues aún estaba dormido. Se fue a la ducha y abrió el grifo del agua fría a tope. Soltó un grito cuando el agua entró en contacto con su piel por primera vez, luego se acostumbró.
            “ Hoy es el día, Esteban”, pensó.
Se secó con fuerza el cabello y el cuerpo, se puso una camiseta de color rojo que le habían regalado Esteban, Quique y Andrés hacía ya casi una eternidad; unos vaqueros y unas zapatillas de deporte blancas. Salió de casa y bajó los escalones de tres en tres. Hacía un maravilloso día. Tras una media hora llegó a su destino, el portal estaba abierto así que entró. Subió en el ascensor. Pasaron cinco minutos desde que había tocado el timbre y aún no había obtenido respuesta. Se sentó en las escaleras. Llevaba cerca de una hora esperando cuando escuchó la voz de Tania y Magda. El pulso se le aceleró, la boca se le secó y le costaba respirar. Se permitió una pequeña sonrisa. El ascensor estaba ahí mismo. Se paró y la puerta se abrió. Aspiró profundamente y se levantó. Al cerrarse la puerta se quedó frente a frente con Magda y Tania. Ninguna dijo nada, pero Magda continuó hacia la puerta del piso la abrió y entró. Tania y Carlos se miraban fíjamente, ninguno de los dos encontraba fuerzas para hablar. De pronto en un instante que pareció una eternidad los dos dijeron unas palabras apenas audibles al mismo tiempo.
- Lo siento.
Se pararon bruscamente para dejarse hablar, pero ninguno continuó. Se sonrieron mutuamente, sobraban las palabras en aquellos momentos. Ambos se habían equivocado. Se acercaron y se dieron un profundo y cariñoso beso. Unas lágrimas brotaron de sus ojos. Magda sin necesidad de ver ni oír nada, pues el silencio era significativo, a veces tanto o más que cualquier sonido, sonrió para si misma.


Quique sacudía su paraguas un poco antes de introducirlo en la paragüera. Con la vista buscó a sus dos amigos. Encontrándolos al fondo del local. Fue hacia ellos.
- Hola- dijo al tiempo que se sentaba.
- Muy buenas- Dijo Carlos.
- Hola Quique- Dijo Andrés.
- Bueno, ya estamos todos, eso quiere decir que ya podemos pedir, ¿verdad?
- ¡Oh sí!, impaciente Andrés.
- Todo vuelve a sus orígenes- Dijo Carlos encogiéndose de hombros.
- ¿Qué vais a tomar?- Inquirió Andrés poniéndose en pie.
- Una cerveza- Dijo Quique.
- Tú, me imagino que lo de siempre ¿no?
            Carlos asintió y Andrés le indicó al camarero que se acercara y pidió por todos. Para sorpresa general el camarero tardó poco en regresar y comenzó a servir: la cerveza para Quique, una coca-cola para Carlos, una sidra para Andrés y una cerveza negra, para un cuarto invitado que aún no había llegado.
            - ¿Parece mentira que haya pasado un año verdad?- Dijo Carlos mientras tomaba un trago de su refresco.
            - Sí, el tiempo vuela.
            - ¿ Habéis pensado mucho en lo que sucedió?- Inquirió Andrés.
            - La verdad es que no- Dijo Carlos- No desde la visita de Esteban.
            - ¿ Has tenido tú mas noticias suyas?
            - Las mismas que vosotros, creo.
            - Bueno, entonces apenas nada- Dijo Quique llevándose un trozo de queso a la boca.
            - ¿ Crees qué vendrá?
            - No, no lo creo. Y no lo veremos en mucho tiempo si es que lo volvemos a ver.
            - Bueno, pero mientras sí o mientras no, podemos brindar por él- Dijo Quique jovialmente.
            Andrés y Carlos asintieron y alzaron sus vasos. Quique inició un brindis.
            - ¡ Qué la estrella que ilumina tu corazón nunca se oculte!
            Andrés y Carlos miraron con sorpresa a Quique, aquella era una de las frases de Esteban, frases de las que se reían mucho siempre incluido el propio Esteban. En aquellos momentos, después de tanto tiempo entendían el significado de las palabras de su amigo. Esa frase y otras tantas, cobraban ahora algún sentido en sus mentes y corazones. Los tres se quedaron callados como si no quisieran perder aquellos instantes de comprensión. Pero no duró mucho más el silencio de los recuerdos...
            - Voy a aprovechar la ocasión de esta reunión para invitaros- dijo Carlos.
            - ¿Invitarnos a qué?- Dijeron a dúo sus amigos.     
            - A mi boda. Será dentro de tres meses, espero que asistáis.
            - ¡Felicidades! Y por supuesto que asistiremos, encantados.
            - Claro que iremos siempre y cuando haya un banquete en condiciones- Añadió Quique al tiempo que le lanzaba una mirada cómplice a Andrés.
            - Sí, eso. Sólo si prometes que habrá un banquete en condiciones, porque ya se sabe, la comida es lo primero...
            Los tres rompieron a carcajadas. Se habían reunido como hacían una vez al año antes los cuatro, con la principal intención de recordar lo sucedido y entender, pero en tan sólo unos segundos, lo habían comprendido todo y ya no necesitaban darle más vueltas al asunto. Era algo que no olvidarían pero que no les causaría ya más pena, sino alegría.


            Las campanas de la iglesia tañían alegremente. Los invitados ya estaban fuera esperando la salida de los recién casados con el arroz en la mano. A Carlos le daba vueltas la cabeza, entre el gentío, la música, el olor a incienso y la gran alegría que sentía. Salieron por la gran puerta de la iglesia de la Magdalena y multitud de granitos de arroz golpearon a Carlos y Tania. De pronto algo llamó la atención de Carlos que fijó la vista sobre un transeúnte que los miraba fíjamente y bajo la espesa barba sonreía. Carlos giró un instante para ver a Quique y Andrés. Ambos miraban hacia el mismo sitio que Carlos. Volvió la mirada al mismo sito y allí seguía aquella persona. De pie, mirándolos, o mejor dicho, mirándolo. Carlos le devolvió la sonrisa, aquel hombre tenía un nombre, Esteban. Carlos cerró unos instantes los ojos porque se le había metido algo en un ojo y cuando los volvió a abrir Esteban ya no estaba.

            Hacía ya un mes que Carlos se había casado y hubiera visto a Esteban, cuando recibió una carta de Esteban.

            “ Querido Carlos:
           
            ¡Muchas felicidades! Espero que te vaya muy bien... La iglesia era preciosa... - Así que estuviste- Estuve en la ceremonia aunque nadie me viera. Yo estoy bien, dentro de lo que cabe. Os hecho de menos, no te puedes hacer una idea de cuanto; pero bueno, así es la vida. Aún no tengo domicilio fijo pero ya mismo conseguiré un piso propio. Según me vayan las cosas te daré la dirección. Bueno, ya sé que va a ser muy breve, la carta, pero no tengo mucho más que decir... Bueno, amigo, Adiós

            PD: Mi estrella ya vuelve a brillar. Y que la tuya nunca se apague...”
- Es que también estuvo en la reunión...- Pensó Carlos. Desplazó la mano hacia el teléfono y antes de que llegara a descolgar sonó.- Quique o Andrés- Cogió el teléfono. 
- ¿ Diga?
- Hola Carlos, soy Quique, estoy con Andrés.
- Hola a ambos. Supongo que habréis recibido una carta de Esteban ¿no?
- Sí. Estuvo en la reunión ¿sabes?
- Lo imaginaba. Y también estuvo en mi boda...
- Hay que ver...
- Sí, hay que ver.
- ¿ Crees que volverá a escribir?
- No lo sé, de todo esto solo he sacado una cosa en claro....
- ¿ Qué?
- Que del mañana no podemos asegurar nada. 


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