Podía notar el aliento de su rival, jadeante, cálido y húmedo, con un ligero aroma a frutas. También el calor que desprendía su piel cubierta por un manto resbaladizo y salado. Casi podía saborearlo. El destello del metal invadió sus ojos y escuchó claramente como el filo del arma pasaba rozándole la mejilla. El regusto salado a sangre se escurrió entre sus labios para llegar a la lengua. Paladeó el líquido rojo y escupió, apartándose unos metros al mismo tiempo que hacía descender su espada.
-La victoria es vuestra, una vez más, maestro.-reconoció con humildad mientras clavaba sus ojos en el suelo.
-"La línea entre el todo y la nada siempre es demasiado delgada como para que puedas verla a simple vista, recuérdalo".
-Así lo haré, maestro.
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