viernes, 1 de febrero de 2013

La Canción del Bosque (5)

Capítulo 5, Leyendas


 -Así que arañas gigantes.-Salmoralo casi no podía contener la risa.
-Eso nos había dicho nuestro guía.
-Pero claro, no aparecieron por ningún lugar, ¿no?.-finalmente rompió a reír.-Llevo toda mi vida en Bahía Luna y jamás escuché tal cosa.
Elbert torció un poco el gesto, se sentía levemente ofendido.
-¿Cuántas veces habéis estado en el bosque de Lubaen?
Su tono y la propia pregunta cortaron un poco la risa del conde.
-No lo he pisado jamás, ni tan siquiera para cazar, prefiero la pesca.
-¿Entonces cómo podéis estar tan seguro de lo qué hay y de lo qué no?
-Porque de haber unas arañas como las que decís estoy seguro que los leñadores se habrían quejado, igual que los tramperos y algunos de los ganaderos. Como hacen con los lobos.
-Estoy seguro de que esas gentes son bastante supersticiosas, y normalmente la superstición lleva ligado un silencio. Si hay quejas al respecto serán silenciosas.
-¿Os lo dice vuestra experiencia como administrador de alguna villa?-ya no había risa en su tono ni en su cara.
-No, la experiencia a la hora de tratar con leyendas y criaturas de este tipo.-sabía que se estaba metiendo en un problema, pero no soportaba ese aspecto de los nobles, tan pronto encontraban algo jocoso como pasaban a un estado airado cuando se les hacía ver que no eran infalibles. En aquella ocasión se permitió el enfrentamiento porque su misión había sido econmendada por el propio rey.
-Creo que es hora de que os marchéis, tengo mucho que hacer esta mañana.
Ahí estaba, se dio cuenta Elbert, el orgullo herido. Se levantó, hizo una reverencia y salió por la puerta.


Desde su reunión por la mañana no había vuelto a ver al conde, y ya estaba bien entrada por la noche. Elbert se encogió de hombros y continuó metiendo cosas en su mochila de viaje. Antes de salir del palacio de Salmoralo pasó por las cocinas y robó algunos panes, quesos y pescados en salazón. Después de eso solo los guardias de la puerta lo vieron salir, pero no hicieron preguntas de a dónde iba.

Cuando llevaba más de dos horas avanzando por el bosque se detuvo, envolviéndose en una gruesa manta. Ahora no le parecía tan buena la idea de salir de aquella manera. Se preguntó porqué no había partido simplemente por la mañana.

Despertó rodeado por la niebla que encontró mucho más siniestra. No era lo mismo estar en lo que parecía ninguna parte completamente solo que acompañado. Perezosamente se levantó y comenzó a caminar, pero al rato se detuvo. No sabía en que dirección iba, así que no le quedó más remedio que esperar a que el gris se despejara y le permitiera ver al menos los árboles.

La bruma fue deshilachándose poco a poco hasta quedar reducida a unos pocos zarcillos blanquecinos que se resistían a marcharse por completo abrazándose a los troncos de los árboles. El ver un poco de cielo azul a través del espeso y frondoso ramaje animó el paso de Elbert.

Cuando quiso darse cuenta la noche estaba sobre él. La luz mortecina no tardó en convertirse en una honda oscuridad. Con la yesca y el pedernal intentaba prender fuego a un puñado de hojarasca seca, pero no lo conseguía. El frío húmedo de la noche del bosque comenzó a agarrotarle los dedos. Escuchó un ruido, una piedra moverse o una ramita partirse y se quedó inmóvil, mirando a las sombras donde creía haberlo oído; pero allí no veía nada, no era posible ver nada. El corazón se le aceleró y la yesca cayó de sus manos, sin apartar la vista de la oscuridad tanteó para buscarla. La encontró, aferrándola.

Unos minutos después el ruido no volvio a repetirse, por lo que respiró aliviado dentro de la manta. No había conseguido encender ni el más pequeño fuego.

No podía saber cuanto hacía que se durmiera cuando despertó sobresaltado. Estaba convencido de haber escuchado algo. Sacó su espada corta o un puñal largo, como la habrían llamado muchos, y eso le produjo cierta calma. Volvió a escucharlo. Ahora estaba seguro de que alguna cosa se movía a su alrededor. Aunque era imposible verla entre aquellas sombras.

Escuchó las garras contra el suelo, las piedras y la madera, seguido de un aullido que le heló la sangre. La mandíbula cargada de huesos se cerró con fuerza sobre la manta. De un tirón se la quitó. Elbert rodó por el suelo y se medio incorporó. La bestia pegó varias dentelladas más a la manta, destrozándola. Aprovechando ese momento salió corriendo, sin importarle si sus piernas golpeaban contra raíces o rocas.

El peso del animal cayó sobre su espalda y las afiladas uñas de las garras se le clavaron. Notó una oleada de dolor por todas partes. Se deslizó varios metros por el suelo, golpeó con un montón de rocas y sintó como caía en un agujero profundo. El impacto contra el suelo le sacó el aire de los pulmones y le hizo perder el conocimiento.

Cuando volvió en sí lo primero que observó fue algo de claridad varios metros por encima de su cabeza. No se atrevió a moverse hasta pasados unos minutos y, cuando lo intentó, todo su cuerpo se quejó en forma de un dolor intenso y penetrante, sobte todo en la mano derecha, la espalda donde la bestia le había herido y en el pie izquierdo. Intentó incorporarse, aunque fuera medio sentado. Se quedó así cerca de media hora. A un lado, en el suelo pudo ver su bolsa y casi todas sus cosas desperdigadas. Apoyándose sobre la pared de roca del agujero en el que estaba se levantó y cogió el pellejo de agua para beber un par de tragos. Había tenido suerte de que todo cayera con él.

Era la cuarta vez que intentaba trepar hasta la salida, por encima de él a unos tres metros, sin conseguirlo. Tenía cortes en casi todos los dedos. Con desesperación clavó la mirada en el hueco repleto de luz, casi a su alcance.
<<En circunstancias normales habría podido alcanzar la salida sin problemas, pero con el pie así y la mano...>> Torció el gesto mientras sentía que algo parecido al miedo empezaba a agitárse en su estómago.
-¡Eh! ¿Hay alguien?- Gritó con todas sus fuerzas. Gritó hasta que la luz se marchó y todo quedó de nuevo en sombras. Gritó.

De nuevo la pared de roca se iluminó arriba, como mostrándole una sonrisa falsa y burlona. Estaba helado, le dolía todo el cuerpo y sentía su garganta al rojo vivo, apenas era capaz de emitir el más pequeño susurro. Volvió a intentar trepar hasta la salida, pero sus músculos se negaron a trabajar. Miró sus cosas, menos desperdigadas, si bebía poco aguantaría dos o tres días. Decidió comer algo. Dio un mordisco al queso y otro al pan. Le costaba trabajo tragar por la irritación y porque tenía la boca seca, pero no podía beber más. Ojalá llueva. Estaba seguro de que si llovía, en algunos puntos de la roca a los que llegaba se acumularía agua. No pudo evitar preguntarse si Salmoralo enviaría en su busca. Posiblemente no lo hiciera tras su última conversación.

El medio día debía de haber pasado, aunque era difícil calcular el tiempo en aquel agujero, cuando escuchó algo fuera. Al principio fueron sólo los ladridos de un perro, muy lejos, pero luego se fueron acercándo y le seguían algunas voces de hombres. Comenzó a gritar ignorando el dolor que sentía en la garganta, también cogió un par de piedras golpeándolas contra la pared de roca para hacer todo el ruido posible.

Se detuvo un momento para escuchar y su corazón se encogió, no había ladridos ni voces. No pudo evitar preguntarse si no lo habrían oído. Cuando ya volvía a hacer presa en él la desesperanza, unas piedrecillas cayeron desde el borde del agujero, seguidas de la cara de un pequeño perro de hocico afilado y orejas cortas y puntiaguadas.
Comenzó de nuevo a gritar.

Cuando se asomaron un par de personas notó que su cuerpo pesaba mucho menos. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

-¿Qué haciáis en esta zona de Lubaen?-preguntó uno de sus rescatadores, un hombre de hombros anchos, barba espesa, ojos oscuros y un enorme hacha que llevaba a la espalda.-Es peligrosa.
-Estoy investigando en el bosque por orden directa del rey.
-¿Y os habéis aventurado solo? No estáis muy bien de la cabeza.
Elbert se mantuvo en silencio, tenía razón.
-A mi me intriga más saber qué es lo que hacía en ese agujero.-sonrió el otro con una pesada sierra en cada mano.
-Un lobo me atacó y al huir me precipité en él, creo que eso me salvó.
-¿Un lobo se acercó a vuestro fuego? Eso es raro.
Notó un rubor en las mejillas.
-No tenía fuego, no fui capaz de encenderlo.
-Entonces no me extraña que os atacara. ¡Por todos los dioses! ¿En qué estabáis pensando?
-Se ve que no pensaba demasiado bien.
Los tres rieron.
-Mi mujer os curará todas esas heridas.

El tobillo herido se le había hinchado bastante al día siguiente de que lo sacaran del agujero, por lo que estaba sentado en el cobertizo de la casa del leñador barbudo, viendo como trabajaban en la aldea. Bajó la vista un momento y se encontró con la mirada de un grupo de niños pequeños.
-Hola.-esbozó su mejor sonrisa al tiempo que se preguntó cuanto llevarían allí.
-¿Eres el que se perdió en el bosque?-preguntó una niña de cabellos rojos timidamente.
-¡Claro qué lo es!-vociferó un crío a su lado, bastante más alto que los otros con unos profundos ojos grises.
-¿Está loco?-se oyó la vocecilla de otro que no tendría más de cuatro o cinco años.
-No, es de la ciudad.-contestó el de ojos grises.
-Entonces no lo sabe, claro.

-¿Qué no sé?
Los niños se quedaron muy quietos, callados, como si acabaran de darse cuenta de que estaba allí.
-Que hay sitios del bosque donde uno no debe ir.-el más alto cruzó los brazos.
-Si vas a esos sitios te pierdes y no vuelves y tus papás se pondrán tristes.-se escuchó la vocecilla de la niña.
-¿Qué lugares son esos?
-A los que no van los leñadores.
-Mi papá dice que hay sitios donde no se deben talar los árboles, porque si cortas aunque sea una ramita el bosque te comerá.
-Eso es mentira.-el alto revolvió el cabello de la niña y salió corriendo, todos le siguieron.
Elbert se quedó mirándolos unos segundos mientras desaparecian de su vista tras una cabaña, pensativo.
-¿Os han molestado?
Se giró. La mujer del leñador estaba tras él.
-No, no, en absoluto, ha sido interesante.-sonrió.
-Lo que os han dicho no son sólo cosas de niños.-su rostro estaba serio.-Hay lugares en este bosque que es mejor no pisar.
-¿Podríais indicármelos en un mapa?
Le miró horrorizada.
-Estáis trastornado por los golpes.-se marchó.


El olor a mar, mezclado con pino y flores silvestres, le llegó antes de empezar a verlo. Ante ellos se extendió la visión de la ciudad de Bahía Luna. La luz le resultó demasiado brillante después de varios días en el bosque, entre los árboles.

Cuando entró en el patio de armas cojeando Salmoralo estaba frente a un grupo grande de soldados, ladrándole órdenes. Al verlo, todas las miradas se clavaron en él, tanto que fue como si le tocaran.
-Elbert, mi querido Elbert.-El conde se acercó a él, pero detuvo el impulso de abrazarlo en cuanto vio el estado lamentable de sus ropas y el olor que desprendía.- Cuanto me alivia ver que estáis bien. Vamos, vamos, tenéis que contarme lo que ha ocurrido.-giró la cabeza hacia los soldados.-Podéis retiraros.




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