jueves, 7 de febrero de 2013

La Canción del Bosque (6)

Capítulo 6, La Biblioteca del Conde de Bahíaluna

 La suave caricia amarilla se desparramó lentamente por toda la bahía mientras el cielo se coloreaba de un azul claro y brillante. Elbert se asomó al balcón de su habitación y aspiró hondo la brisa marina de la mañana estirándose para desperezarse. Las heridas y magulladuras de su encuentro con el lobo se resintieron, todas y cada una de ellas; especialmente el tobillo, por lo que se apoyó más sobre el bastón. No le gustaba hacer uso de él, se sentía viejo, pero no le quedaba más remedio; había tenido suerte de no romperse nada.

Dos días después de su regreso seguía sin poder andar grandes distancias. Recorrer uno de los largos pasillos del palacio ya le suponía un esfuerzo. El criado que lo guiaba se detuvo una vez más a esperarlo. El hombre se mantenía paciente y sin proferir ninguna queja, pero en sus ojos no era capaz de esconder que se encontraba un tanto exasperado por su lentitud.

Cuando la puerta se abrió del interior surgió un olor a cerrado, pergamino, papel y tinta. Elbert abrió los ojos soprendido en cuanto su guía corrió las cortinas que tapaban las ventanas. Al ofrecerle Salmoralo acceso a su biblioteca personal no podía imaginarse que fuera tan grande. La estancia era circular y las estanterías, con más de cinco metros de altura, se ordenaban como los radios de una rueda de carro. Contuvo la respiración, allí debía de haber varios cientos de miles de libros y pergaminos. En el centro se disponían varias mesas. Dejó sus herramientas: pliegos de papel, pergamino, plumas, tinta y una gruesa y pesada lente, sobre la más cercana.
-Al inicio de cada estante encontraréis algo aproximado a un índice de los libros que podéis encontrar en él, pero hace años que no se actualiza. Al menos os servirá para haceros una idea de los temas que se tratan.
-¿No tiene Salmoralo un bliotecario?
El hombre endureció el rostro, como disgustado por la pregunta.
-No, el último desistió de sus labores hace casi una década. Desde entonces nadie a entrado aquí más que para colocar libros nuevos.
<<No me extraña, si el orden de estos libros nunca fue el adecuado y encima hace tiempo que dejó de hacerse, la tarea sería monstruosa>> Pensó mientras tragaba saliva, allí podría haber muchísimas respuestas, pero sería enormemente difícil encontrarlas. Se resignó, indagar entre el desorden del conde era lo único que podía hacer aquellos días.
-¿Podriais hacer llamar a alguno de mis sirvientes personales?
-Desde luego.-puso otro gesto agrio.-También podéis solicitar lo que necesitéis tocando aquella campanilla.-señaló un llamador encima de la mesa central.-Un criado acudirá lo antes posible para saber lo que deseáis.
-Gracias.-resopló.-Tengo mucho trabajo por lo que veo.
El hombre asintió y se dispuso a marcharse, pero antes de desaparecer por la puerta se detuvo.
-Hay una escalera que se desplaza por la pared y otra que podréis mover y encajar en cualquier estantería.
Dicho eso desapareció sin que Elbert pudiera volver a darle las gracias.

El polvo era otra cosa que abundaba en la impresionante biblioteca del conde Salmoralo. Se acercó a la primera fila de estanterías. Aquel lado tenía un pequeño conjunto de cajones en los que había numerosas fichas. Sacó la primera después de soplar y levantar una enorme nube gris. "Galaran y la Rosa de Oriente 3-25", leyó. Sonrió. Aquel libro, casi con total seguridad, lo había leído toda la corte de Riria. Pasó a la siguiente: "Perlaran y la mujer del lago, 9, 7" <<Parece que he caído en la sección de "historias tontas para cortesanos ociosos">> Pensó mientras se adentraba en el pasillo. Quería comprobar qué número hacía referencia a la fila y cual a la columna, si es que significaban eso. En caso de que fuesen cualquier otra cosa se vería obligado a preguntar o a perder un buen rato para descifrarlo.

La suerte estuvo de su parte, el primer número indicaba la fila del estante y el segundo la posición que ocuapa el libro en ella. No era mal sistema pero dudaba que toda la biblioteca estuviera así de ordenada de hecho, le resultaba extraño que no haberlos encontrado un poco bailados si, como suponía, aquella sección debía ser la más visitada.

Llevaba cerca de dos horas buscando cuando apareció Casabastros con una bandeja repleta de bacalao salado, queso, agua, pan y vino. Para ese entonces sólo dos libros descansaban encima de la mesa, un pequeño tomo de no más de cincuenta páginas cuyo título era: "Canciones de Lubaen", escrito por un tal Berenejo y otro mucho más grueso y antiguo con un nombre mucho menos sugerente: "Historia de Bahíaluna, tomo III". De los dos que debían precederle por el momento, ni rastro.
-Gracias.- expresó distraido cuando el criado plantó la bandeja encima de la mesa.
-¿Necesitáis algo más?
-No por el momento, pero en unas horas la luz se marchará y me gustaría poder seguir leyendo.
-Me encargaré de ello.
El hombre salió con el mismo silencio que vino.

Levantó la vista de un pergamino con un mapa de la zona del bosque junto a la bahía y se frotó los ojos. Los tenía completamente rojos. La oscuridad hacía demasiado que le había ganado la partida al día. Observó la luz de una de las lámparas reparando en que no sabía en qué momento las habían encendido. Se preguntó qué hora sería. Hastiado de una búsqueda infructuosa se levantó para dirigirse a su dormitorio, pero el pie le dio un tremendo calambrazo que a punto estuvo de tirarlo al suelo. Decidió no moverse, así que, se sentó de nuevo y se echó encima de la mesa. No era la primera vez que dormía en una biblioteca. Así, además, tendría más cerca los libros para continuar a la mañana siguiente.

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