jueves, 29 de noviembre de 2012

El Enigma del Ladrón de Quesos (2)

  Me dirigí con paso rápido, pero cansado, hacia mi colega. No tenía ganas de mojarme demasiado y su paraguas era la única protección que iba a encontrar contra la lluvia. Me maldije en voz baja por no haber echado uno y, sobre todo, por haber puesto el impermeable demasiado abajo en la maleta. Sacarlo en mitad de la calle no era una opción.
 -¿Qué tal el viaje?-preguntó cuando me tuvo cerca.
-Bien, largo, pero bien.
   Miraba a mi alrededor, tanteando mis bolsillos, asegurándome de no olvidarme o haber perdido algo. Cuando estuve seguro de que todo estaba en su sitio presté más atención a lo que tenía delante. Su pelo mostraba un nuevo peinado: corto, elegante, moderno y sugerente, y en la fragancia a cereza que desprendía su colonia. También me llamó la atención la equivalencia casi exacta entre el paraguas y su elegante chaqueta azul.
-Ha sido una suerte que pudieras venir a por mi.-dije con una media sonrisa-. Esto es un caos, ¿por dónde?
-Por aquí.-Echó a andar con paso rápido. El tacón de sus botines repiqueteaba contra el suelo cada vez más mojado.


La oscuridad  resultaba desconcertante. A través de mis ojos percibía que debían ser cerca de las ocho de la tarde, pero la sensación en mi cuerpo no pasaba de las seis y pico. Aquella divergencia resultaba incómoda e inesperada. El cambio de longitud siempre me ha resultado más fácil de admitir que el de latitud.
-Vamos a ir a comprar antes.-me informó al tiempo que con la mano en la que llevaba el paraguas señaló que debíamos cruzar.
-Me parece perfecto. Tú guías.

El laberinto cuadrangular de calles, me sorprendió. Con la imagen del mapa online no podía hacerme una idea de la longitud que tenían, las había imaginado mucho más cortas.
-Esto es más grande de lo que pensaba.-comenté sin contener mi sorpresa.
-¿A qué engaña?
Asentí.

  No recuerdo cuanta tiendas visitamos, pero sí que me encontré a mi colega perfectamente integrada. Para el tiempo que ella llevaba allí me parecía que había cogido un muy buen control del idioma. Lo cual o era verdad o, demostraba mi inexistente conocimiento.

  Las bolsas de la compra pronto sumaron su peso al de mi maleta. No era tampoco demasiado, pero el volumen siempre se hace difícil de manejar.
 -Ya llegamos, es aquel mortal.-señaló con un dedo.-Dejamos las cosas, damos una vuelta y luego cenamos, ¿por qué tú no tienes hambre todavía verdad?
-No, es pronto.-Y era verdad, no tenía apenas hambre. Es algo que me suele pasar, después de un viaje largo no tiendo a tener el estómago muy dispuesto a comer demasiado.

Subimos las escaleras que llevaban hasta su piso. No tenía el aspecto de ser demasiado viejo, pero tampoco demasiado nuevo. Cuando ví la llave me lo replanteé, tenía que ser un poco viejo. Pregunté dónde podía dejar las cosas, me estiré y, prácticamente, volvimos a salir. Justo cuando abríamos la puerta la de enfrente se cerróo rápidamente. Sólo me dió tiempo a ver un atisbo de rojo.
-Qué velocidad lleva tu vecino.-comenté casual.
-Todavía no lo he visto, ¿puedes creerlo?
-Si llevas aquí dos meses, no.
Se río con la broma.
-Apenas paso por casa, demasiado trabajo.
-Es siempre lo mismo, aquí o allí.-la resignación vibraba en mi voz.-Pero hoy, mañana y pasado no quiero saber nada de trabajo y tú, tampoco.
-¿Saber de...?
Reímos.

Seguía lloviendo.

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