viernes, 23 de noviembre de 2012

Temor...

-¿Cuál es el mayor temor del hombre?-preguntó aquella invisible voz de cristales rotos.

  No contestó de inmediato. Se sentó en el suelo y apoyó la barbilla sobre uno de sus puños. Repitió la pregunta en su cabeza. El estómago, rugiente de hambre, se apretó más, como si tuviera una piedra dentro. La boca la sentía cada vez más seca.

  Era la última pregunta, si contestaba con acierto habría superado todas las pruebas y podría salir de allí, de aquel laberinto, vivo. Se mordió el labio hasta que notó el sabor salado, metálico, de la sangre.-¿Cuánto había pasado ya? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas?- Seguía sin encontrar una respuesta. La ansiedad creció más y más, subiendo de su estómago a su pecho y de ahí, escalando por el cuello hasta la cabeza: embotándola. Apretó los puños y notó como sus latidos golpeaban contra las sienes.-¿Al hambre? No, antes puede, pero ahora... Ahora me asusta la sed. ¿Entonces la respuesta es la sed? No, tampoco, la sed sólo lleva a la muerte. ¡Claro, la muerte! Eso es.- Sus labios agrietados y resecos se abrieron lentamente. El corazón se detuvo por un instante, el aire no entraba en sus pulmones. La gargante se contrajo. Equivocarse significaba el final, la oscuridad, la nada. Entonces se percató de lo que realmente helaba sus venas, contraía sus labios y ahogaba sus palabras.
-El temor a equivocarse.-la seguridad invadió su voz como una bebida cálida y reconfortante.
  Las paredes de roca fría y oscura se fundieron en un abrir y cerrar de ojos, mientras la voz de cristal roto emitía unas carcajadas que se perdían en la distancia hasta convertirse en silencio. La luz creciente dejó ver un prado verde, junto a un lago que reflejaba el cielo azul salpicado de nubes de algodón. El hombre rió, rió y rió.Por fin era libre, libre de miedos, libre de temores...

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