Ahí estaba, en el portal, tocando al timbre.
Arreglado, nervioso, con miedo helado en las venas y una flor escondida en la
espalda. No una rosa, un tulipán de sol. Respiró acelerado durante el tiempo
que tardó en oírse una invisible voz sonriente. Le siguió un silencio eterno,
un segundo, y se escuchó-Soy yo-, le siguió el gruñido redondo del cerbero,
franqueándole el paso. Desapareció tras la puerta de rejas verdes y cristal
blanco. Todo quedó en silencio.
Hoy llueve y el gris,
séquito que lleva en hombros al difunto, le acompaña. Ni tulipán, ni rosa, nada
a la espalda. La chaqueta apenas es un velo, y en la cara viaja un erizo
descuidado. Pasan horas y no llega ninguna voz invisible, ninguna voz
sonriente, ninguna voz. El cerbero le mira, le impide el paso. No desaparece
tras la puerta de rejas verdes mordidas de negro, ni tras el cristal que juega
a pirata con un parche de pino. Se marcha perdiéndose en la esquina, dejando un
equilibrista blanco de cuatro piernas en la puerta. Todo quedó en silencio.
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