Los fuelles respiraban pesádamente el aire de brasas que los rodeaba. De vez en cuando siseaban como si les fallara la fuerza y emitían un débil pitido. Las sombras fantasmales se proyectaban contra las paredes con un aura rojiza, y los rincones se volvían más oscuros, cuando el carbón encendido vibraba con una vida ígnea al recibir el aire ardiente. El metal brillaba con un relámpago de fuego en sus entrañas mientras recibía los truenos de acero guiados por aquel hombre de aspecto hosco y cansado, con unos fuertes brazos y un ancho tórax, protegidos por un pesado y grueso peto de piel ceniza. El sudor se deslizaba libre por la piel enrojecida, sólo para precipitarse contra un suelo que nunca llegaba a alcanzar al fundirse con el aire en un abrazo vaporoso.
-¡Es imposible!-Bramó el hombre mientras volcaba sobre su tronco desnudo un cubo de agua para refrescarse.-Esa espada no volverá a cantar en un campo de batalla.
Al otro lado de donde estaba se movió una figura cuyo cabello tenía ya más de monte nevado que de oscura noche. Dejó escapar todo el aire despacio antes de abrir la boca.
-Arreglar lo que se ha roto no siempre está en nosotros, por mucha voluntad que le pongamos.
-Me cuesta aceptarlo.
-No puedes reparar la voluntad quebrada de otra cosa u otra persona; sólo puedes apartarte y aguardar.
Nota: Metafóricamente hablando.
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