lunes, 5 de diciembre de 2016
3 Palabras (6)
Siempre que quería ver el mundo de forma diferente sabía a dónde tenia que acudir. Aquel era su pequeño rincón. El crisol donde había formulado tantas ideas. Su pequeño secreto. Nadie excepto Arhur sabía quién era él en verdad. Y esperaba que así siquiera por mucho tiempo. Con un suspiro miró alrededor, temeroso de que alguna de las personas en las otras mesas pudieran reconocerlo, pero no parecía que fuera así. Sacó el ordenador portatil de la bolsa y mientras el aparato arrancaba cogió su Jack Daniels Cola, en el que bailaban unos cuantos cubitos de hielo que lentamente se fundían, añadiéndose a la mezcla, suavizándo su sabor al mismo tiempo que la mantenían fría. Levantó el vaso hasta ponerlo a la altura de sus ojos y miró a través de él y del líquido. Sonrio ante las imágenes distorsionadas y dió un trago. Tenía mucho que hacer aquella noche.
3 Palabras (5)
Cerró los ojos y aspiró profundamente. Separó cada sonido en la bodega de carga, todos y cada uno de los olores. Percibió, antes de que se oyera la voz de los marinos anunciarlo, que se acercaban a tierra. En ese momento sintió una profunda armonía. En cuanto se abrió la trampilla salió al exterior y dejó que la brisa marina le golpeara el rostro y llenara sus pulmones. El cielo se teñia de rojo en el amanecer y recortaba las montañas al Este, en la distancia pero cercanas al puerto donde el navío se adentraba. El pulso se le aceleró mientras tomaba consciencia de que estaba más cerca de su verdadero destino: La Ciudad entre las Montañas, o la Ciudad de los Siete Sabios. Allí, entre ellos, empezaría de nuevo su aprendizaje.
3 Palabras (4)
Siempre lo había sabido, que la libertad, la de verdad, no se encontraba en hacer lo que uno quisiera siempre, lo que le viniese en gana a cada momento, no, eso no era libertad para nada; sólo se trataba de una cárcel que nosotros mismos construimos con ladrillos de egoismo. No, la verdadera libertad se encontraba en aprender de todo, a cada instante y, desde luego, sonreír, sonreír hasta que no fueran sólo los labios los que se cansaran de hacerlo, si no todo el cuerpo.
3 Palabras (3)
Le encantaba, tenia que reconocerlo. Le daba vergüenza que la gente lo supiera, pero no podía negarlo por más tiempo, vivía con todos sus sentidos puestos sobre ella. Le admiraba, suponía, la simpleza de sus formas, de su esencia, porque eran como si por ello pudiera contenerlo todo. En cierto modo sabía que era algo enfermizo, aquella incesante búsqueda, pero tenía el convencimiento de que todo habría merecido la pena cuando, miles de kilómetros después, tras haber recorrido el mudno de Sur a Norte y de Este a Oeste, hubiera encontrado la perfecta: PIZZA CUATRO ESTACIONES, la única que en verdad se merecería que se escribiera con mayúsculas.
3 Palabras (2)
«"¡Qué te den!" Fueron sólo tres palabras, pero se grabaron a fuego en Alberto, en su corazón, en su mente y en su alma. Aún podía, tres años después, ver claramente cómo Mariola cogía precipitadamente su ropa, se vestía, tomaba su bolso y arrancaba por el pasillo a toda velocidad hasta llegar a la puerta, que cerró tras de sí con un portazo. En secreto lloraba cada vez que lo recordaba, y lo hacía a menudo. Se preguntaba qué habría sido de Mariola y se juraba que si algún día volvía a tenerla delante haría más que pronunciar un ambiguo "Lo siento". Habia tenido mucho tiempo para sufrir y pensar bajo aquellas hirientes tres palabras, bajo el yugo de aquel merecido: "¡Qué te den!"».
3 Palabras (1)
«Raúl estiró la chaqueta, intentando eliminar las arrugas que se le habían formado al ir sentado en el asiento del coche. Su mirada, perdida en el infinito, se cruzó con la de sus dos sobrinos: Violeta y Pedro, de siete y cinco años. Los dos observaban con los ojos muy abiertos las caras tristes de los adultos. No entendían las lágrimas que vertían algunos. Dejó de intentar quitar la arruga, no lo iba a conseguir, y se acercó a los dos niños. Se agachó y les dio un abrazo.
--¿El abuelo está malito? --preguntó con candidez Violeta sin soltarle la mano a su hermanito.
Raúl esbozó una sonrisa y levantándose le revolvió el pelo a la niña, mientras expelía un largo suspiro y pensaba: "La vida continua"».
--¿El abuelo está malito? --preguntó con candidez Violeta sin soltarle la mano a su hermanito.
Raúl esbozó una sonrisa y levantándose le revolvió el pelo a la niña, mientras expelía un largo suspiro y pensaba: "La vida continua"».
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