martes, 21 de mayo de 2013

Elemental

Que hubiera pasado tanto tiempo hasta descubrir el porqué le resultaba casi inconcebible y, en esos momentos, no sabía si sonreir y sacudirse de encima aquella pesada capa arrastrada durante décadas, o si sentía como una daga que se clavaba aún más profundamente en su corazón.


La voz de su antiguo maestro revelándole el secreto horas antes de morir aún retumbaba en su cabeza: "La afinidad de los elementales hacia un elemento no les proporciona una protección contra el mismo, ni les ayuda a controlarlo mejor. Al contrario. Les profiere una increíble desventaja ya que atraen a su elemento de forma irremediable. ¡Qué estúpidos hemos sido para tardar tanto tiempo en darnos cuenta!". Aún días después podía ver los labios del anciano moviéndose hasta que los labios se detuvieron y los párpados cayeron como el velo de la noche. <<Así que por eso se quemaba siempre con todo. Ese era su destino, abrasarse con el más nimio fuego. Al menos ahora lo entendía, pero ¿acaso es un consuelo?>> Los pensamientos habían cruzado rápido su mente y todavía se repetían a cada momento. Dudaba que fuera un consuelo, un alivio para todas las pesadas cargas que había tenido que soportas, un bálsamo que suavizara los tragos ardientes y amargos; lo dudaba tanto que estaba convencido de que no sería así.

Restregó los dedos contra las manos, masajeándolas. Había visto tantos fuegos nacer bruscamente y convertirse en increíbles hogueras para luego verlos reducirse a cenizas con más velocidad, que casi estaba convencido de tener que estar acostumbrado; pero no era así, no lo era en absoluto: las llamas seguían quemándole como la primera vez. Una lágrima recorrió su rostro, primero por la mejilla, despacio, ganando velocidad y luego por el surco de la barbilla hasta el mentón; justo antes de precipitarse al vacío. Odiaba los fuegos, los odiaba con toda la fuerza de su ser y los odiaba con su alma completa. Tras ellos sólo quedaban cenizas y de ellas nada podía recuperarse. Miró atrás aunque sabía que no debía hacerlo porque allí no quedaba más que un polvo fino y gris, de tacto grasiento, y sabor ácido y amargo. Lo más parecido que podía verse en la tierra a la nada verdadera, al vacío de las estrellas, al vacío helado de la muerte.


 

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