El
pasillo estaba en llamas. Las cortinas y los tapices eran rápidamente devorados
por el fuego. Sus colores e hilos se convertían en humo y cenizas. La creciente
nube de humo que invadía lenta pero inexorablemente todo el espacio amenazaba
con ahogarlo. Talur se tapó la boca con la manga e intentó no respirar todo lo
rápido que el miedo le provocaba. La piel le dolía por el calor. Las lágrimas
se evaporaban antes de formar surcos en su rostro lleno de hollín. Logró
controlar el pánico lo suficiente como para determinar una ruta, un objetivo. Rodeado
de lenguas de fuego llegó frente a la puerta de la habitación de su hermana
pequeña. Llevó su mano hacia el picaporte y lo hizo girar. El mundo de Talur se
convirtió en un atronador rugido de color rojo. Levantó el brazo izquierdo en
un vano intento de protegerse el rostro. Su cuerpo menudo salió despedido y
cayó al patio desde el primer piso. Rodó varios metros y logró incorporarse
terriblemente aturdido. Un fuerte olor a grasa y piel quemándose le alcanzó la
nariz antes que el dolor frío y terrible le hiciera gritar. Sus ojos se llenaron
de terror cuando vieron que su brazo izquierdo estaba ardiendo. Salió corriendo
intentando apagar la llama que consumía su piel y su carne. En algún punto en
su frenética carrera llena de dolor y miedo se lanzó contra un montón de nieve
a un lado del camino. Rodó varios metros deslizándose por la nieve que quedó tintada
de rosa y gris allí por dónde caía hasta golpear contra un montón de arbustos secos
y espinosos. Lo último que sus ojos vieron antes de cerrarse el sutil y
brillante corte de la curvilínea luna en el cielo de la noche.
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