Nica
dejó un puñado de monedas sobre la mesa y se levantó a toda prisa. Con un único
movimiento se cerró la capa y echó la capucha sobre la cabeza antes de enfilar
la puerta de salida de la taberna. No le tomó más que seis o siente pasos
alcanzar la salida. En el exterior la lluvia caía de forma suave pero
constante. Las primeras gotas empezaron a resbalar sobre la tela de color pardo
encerada. Tomó una fuerte bocanada de aire y se dirigió hacia el Oeste. El sol
apenas había terminado de esconderse tras las montañas, por lo que aún quedaba
una tenue línea rojiza que luchaba contra el gris de las nubes y el negro de la
noche. Miró hacia arriba. No habría estrellas. Echó un vistazo atrás y tomó la
primera callejuela a mano derecha, apenas un metro separaba las fachadas de
ambos edificios. Al final, un enrejado marcaba el límite de la calleja. La puerta,
como era habitual, estaba abierta, pero eso no evitó que las bisagras de la
puerta gimieran terriblemente. La nueva
calle era algo más amplia y terminaba en una plazoleta que se bifurcaba en tres
direcciones. Si seguía recto o tomaba el desvío hacia la derecha acabaría por
volver al lugar del que venía, así que giró hacia la izquierda, un camino apenas
pavimentado que ascendía zigzagueando y la llevaría hasta la parte alta del Barranco
del Cristal. Antes de alcanzar la parte más alta se dejó caer por una vereda
revirada, más un desagüe del agua que otra cosa y descendió los casi treinta
metros de desnivel. Para cuando llegó abajo la oscuridad era total. Tan sólo a
lo lejos se veían las luces tenues de los fuegos en los hogares filtrados a
través de las cortinas o las rendijas en los postigos cerrados. Continuó su
descenso, lejos de las casas, hacia el río. Puertapuente no quedaba demasiado
lejos, pero no era su destino. Los guardias habrían cerrado los batientes y
estarían atentos a cualquiera que quisiera salir o entrar.
Alcanzó
la ribera del río, cuyo discurrir provocaba un suave canto contra la tierra,
las ramas y las piedras. El chapoteo de un pie en el agua delató la presencia
de alguien un poco más adelante. Nica se detuvo en seco y giró sobre sí misma
al tiempo que saltaba a un lado. El chasquido de una ballesta y el silbido de
un proyectil siguieron a su movimiento casi en el mismo instante. El sordo
silbido del metal al deslizarse en la vaina se dejó escuchar por varias veces.
El canto del acero entrechocando no se hizo esperar.
La
mujer se desabrochó la capa y medio la enrolló en su antebrazo derecho. En la
izquierda sostenía un vibrante acero claramente afilado. Una sombra delante de
ella lanzó una estocada mientras otra figura oscura se situaba tras ella. Avanzó
un pie al mismo tiempo que evitaba el golpe y giraba para encarar a ambos
enemigos.
—No volveré y si no desistís, vosotros tampoco.
—Valientes palabras siendo superada tres a uno —replicó
una de las sombras mientras volvía al ataque después de fallar el primer golpe —,
pero no esperaría menos de la famosa Dominica.
Nica
torció el labio y exhaló un golpe de aire, cargada de resignación. Su mano
armada giró rápida para desviar el acero lanzado contra ella y aprovechó el
mismo movimiento para introducir el filo de su arma en el interior de la
guardia de su rival. La reacción del otro, que detuvo su inercia y dio un pequeño
salto hacia atrás, fue lo suficientemente rápida como para que Nica no pudiera
llegar a tomar ventaja y dañarlo. En ese momento la segunda figura, a la derecha
de la mujer, entró en acción. En lugar de bloquearla con su propia espada dejó
que se acercara y con la tela en su brazo trabó el acero. Con una fluidez más
allá de lo que cualquiera consideraría posible golpeó la mano del otro con la
empuñadura de su arma, obligándolo a soltar la espada. Un nuevo gesto y la tela
soltó el acero haciéndolo volar varios metros y caer en el agua. Habría seguido
con un segundo golpe de la empuñadura hacia la cara para dejarlo completamente
fuera de combate, pero el otro atacó, obligándola a apartarse. En la casi
completa oscuridad sus ojos apenas le servían, o no lo habrían hecho si no hubiera
controlado años atrás la visión más allá. Se preguntó por qué solamente veía a
dos de ellos. El tercero debía de estar cerca. Estaba segura. Lo sentía. Que no
pudiera verlo le provocó un creciente nerviosismo. Si la visión más allá no
lograba desvelar a es enemigo significaba que debía haber alcanzado a la hermana
sombra, y eso significaba que entonces aquella partida era más peligrosa que
cualquiera de las que habían enviado tras ella hasta ahora.
—¿Qué ha cambiado? —preguntó sin dejar de evitar
ataques y lanzarlos.
Casi
como respuesta el aire tras ella se agitó apenas perceptible y una punta afilada
y brillante surgió de la oscuridad a su espalda. Solo un movimiento más rápido
que el pestañeo la salvó de ser atravesada.
—Destello —gruño la tercera figura.
La
recién aparecida sombra se movió a la misma velocidad, dejando a los otros dos
atrás, y se situó frente a Nica. Ambos se quedaron quietos durante un instante
en el que todo pareció suceder terriblemente despacio. El aire silbó y le
siguió el acero al meterse en la vaina. La figura ante Nica cayó al suelo.
—No dejéis que muera —dijo mientras de un salto se
tiraba al agua y se zambullía en el río.
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