miércoles, 22 de enero de 2014

La Ventana

<< Es curioso cómo una imagen que antes te hacía vibrar el corazón de entusiasmo, puede convertirse en algo que sólo provoque repulsa, primero, y luego la más absoluta de las indiferencias >>

Héctor alzó los ojos de lo que estaba haciendo y se encontró con la espalda de Aníbal al otro lado de la habitación, justo ante la ventana, con la mirada hacia fuera. Era imposible saber a qué se refería. Sus manos se mantenían ocultas, por lo que Héctor no podía saber si tenía, o no, el "smartphone", cosa más que probable porque rara vez lo soltaba, ni para comer; o si bien, simplemente, su vista se paseaba por la nada colorida calle a la que daban las vistas de su salón-comedor. Héctor no se molestó en preguntar, simplemente agachó la cabeza y siguió con su tarea. No quería saber a qué se refería su compañero de piso. No quería saberlo de verdad, con convencimiento. La experiencia le había enseñado que, ciertas cosas era mejor mantenerlas en la ignorancia. Aunque desde luego suponía lo que en esos instantes Aníbal ponía bajo sus ojos. No, realmente no lo suponía, tenía la certeza de lo que era: alguna foto, en el móvil o que acababa de ver en Internet, en cualquiera de las muchas páginas "de amigos".

martes, 21 de enero de 2014

Lo Único

Lo único que le quedaba, lo único que quería ya, era que el largo sueño le alcanzara. Su corazón sólo bombeaba cáustica amargura por las venas, y la desesperación atenazaba cada bocanada de aire, con tallos de rosas marchitas llenas de hirientes alfileres. Lo único que aún aferraba entre sus dedos no conocía otro nombre que Desesperanza. Lo único que podía anhelar era que el telón de la dama blanca cayera al siguiente instante, antes del próximo latido, antes de la siguiente inspiración, antes del próximo segundo de vida.

viernes, 17 de enero de 2014

Misterios (1)

El sonido continuo y redondo del motor eléctrico se detuvo bruscamente, siguiéndole a los pocos instantes el golpe de un par de puertas al cerrarse. No le hacía falta ver a los dos hombres que acababan de bajarse del vehículo para saber que aspecto tenían, tampoco necesitaba abrir para saber que querían. Sólo había un motivo por el que podían estar allí. Suspiró pesadamente y se llevó la taza de café hirviendo, negro y sin azucar a los labios. Paró el movimiento un segundo y tomó un sorbo largo. El golpe de unos nudillos contra la madera rompió el silencio del interior de la cabaña. Sin prisa dejó la taza sobre el platillo en la mesa, se levantó y, acercándose a la entrada, liberó la cerradura. Al otro lado del umbral aparecieron dos hombres de traje negro y corbata, con gafas oscuras ocultando los ojos, y el pelo ridículamente pulcro y engominado. Uno de ellos ostentaba una placa que no llegó a leer.
- ¿Dónde vamos esta vez? - Preguntó mientras salía, calándose su chaqueta de piel, sin darles tiempo a los otros de decir palabra alguna. Cerró la puerta con un par de vueltas de la llave.
Si los desconcertó no lo demostraron. Simplemente giraron sus talones y la escoltaron hasta el vehículo, detenido a unos metros. Era un modelo nuevo, una especie de todoterreno, sin ningún logo que indicara la marca que lo había fabricado. Esperó a que le abrieran la puerta del asiento trasero y entró. Como había imaginado: los asientos eran de cuero y todo olía a demasiado nuevo. No pudo evitar preguntarse cuánto habría costado aquel "cacharro". En cuanto oyó el zumbido y notó las vibraciones del motor magnético acelerándose, supo que mucho más dinero del que ella vería junto jamás en su vida. Sonrió hacia abajo en una mueca de disgusto mientras se acomodaba en el enorme asiento. Iba a ser un viaje largo. Era el único motivo para no ir por carretera. Eso, o que la urgencia era demasiada.

miércoles, 1 de enero de 2014

Ultimas...

Sonaban a lo lejos los últimos alientos de aquel día, un día como cualquier otro, un día tan único como irrepetible, un día 31 de un Diciembre que se agotaba. Había aplicado todos los remedios que el Doctor le indicara antes de marcharse, pero nada parecía surtir efecto para paliar el mal que le aquejaba. En esos instantes se enfrentaba él también a su final. Sabía que en cuanto la última campanada de media noche sonara su corazón se detendría, y lo único que podía curarle estaba a demasiados kilómetros de distancia, aunque la lejanía en realidad no era un problema geográfico, lo mismo hubiera dado que la medicina dulce, tibia y rosada, estuviera apenas a unos metros, apenas a unos palmos, apenas a unos centímetros; porque jamás llegaría a sus labios. Y posiblemente fuera mejor así, el fin de la agonía de su tiempo. Intentaba alejar de él aquel pensamiento gris, pero no podía, la nada se le antojaba mejor que otros 365 días diferentes pero todos iguales...