domingo, 6 de noviembre de 2016

Brujaoscura

Todos teméis a la Reina Negra, palideceis al escuchar la más ligera mención de la Brujaoscura. Todos vosotros y cualquiera que haya nacido en Valin. Anciano, mujer, hombre o niño, todos habéis oído hablar de la temible reina que habita en el corazón del Bosque Negro. Incluso en las ciudades más allá del Mar Argento, al Sur, tiemblan al oír sus muchos nombres. Y quién no conoce las terribles leyendas de las masacres perpretadas por la bruja, los infantes devorados, los baños en la sangre de las vírgenes. Ninguno. Todos las habéis oído, todos las conocéis, todos, pero la verdadera historia, la línea que separa lo cierto de la leyenda, nadie, porque la verdad murió sepultada hace mucho tiempo por el miedo. Dejadme que os la cuente, dejad que mis palabras os arrebaten el miedo como un vino caliente y especiado junto a una chimenea se lleva el frío de la noche de invierno. Escuchad y no olvidéis beber mientras lo hacéis.

Todo comenzó hace mucho, mucho, mucho tiempo, como sucede con todas las historias que merecen la pena ser contadas. El Bosque Negro no siempre se llamó así, no, antes de ese nombre la gente lo llamaba S'hamira: un reino lleno de belleza, con edificios siempre relucientes y un castillo de altas y perfectas torres blancas en cuyos tejados ondeaban banderas de suave y brillante celeste. En todos los rincones S'hamira era conocida como La Joya del Este. Nada podía superar a la ciudad en belleza, nada, salvo su reina, Aratti, la Reina Rubí, así llamada por su roja cabellera. S'hamira había sido siempre un reino próspero y nunca tanto como bajo el mandato del rey Enthor, querido esposo de Aratti. Pero nada dura para siempre y S'hamira no fue una excepción. En el Solsticio de Verano, en la fiesta del trigésimo tercer aniversario del rey, los Vhastani, los Siete Magos Supremos de las Siete Ciudadelas, entregaron un regalo a Enthor, como habían hecho durante los último siete años: una visión. Una visión terrible. El futuro próspero de S'hamira tocaría a su fin y la mano ejecutora de tal desgracia sería la Reina de Rubí. Enthor entró en cólera y expulsó a los magos del reino y ordenó que todos en la fiesta la abandonaran.

Aunque el rey había sentido el ultraje y la ofensa en las palabras de los magos, negándose a creerlas, la semilla de la duda se aferró a su corazón. Los días pasaron, llenando las semanas, y la mirada de Enthor se volvió más fría y distante cuando recaía en su esposa. Los murmullos comenzaron a correr tras las espaldas y al final, en el solsticio de invierno, tras un verano con una sequía como no se había conocido, las cosechas perdidas y unas nieves que habían aniquilado el otoño, llevando al hambre al reino, el rey recordó las palabras de los magos y mandó apresar a la reina, a la que envió a una torre donde no habría de tener contacto con nadie. Dónde sería olvidada por el bien del reino. Los gritos y el llanto de Aratti fueron ignorados.

Traicionada y sola, el corazón de Aratti, siempre vibrante, comenzó a marchitarse, llenándose poco a poco de la negrura de la tristeza y la desesperación. El rey no había ido a verla a pesar de sus súplicas. Sus sirvientes ni tan siquiera se dignaban a darle noticias sobre el destino de S'hamira. Finalmente, siete años después de su encierro, las puertas de su celda de plata, se abrieron. La sombra que había sido la Reina de Rubí, se aventuró al exterior. Nadie había en la torre ni más allá. Tomó el polvoriento camino y dejó que sus pasos vacilantes la llevaran a la capital del reino. Mientras recorría los caminos, no reconocía los lugares, no parecía haber nada. Las aldeas lucían abandonadas, los campos consumidos y los bosques antes frondosos y verdes no eran más que raquíticos esqueletos de ramas. Llegó a S'hamira donde ya no ondeaban brillantes banderas y el color de las torres ya no era el blanco, sino el negro de la piedra derruida. Llegó a la sala del trono y encontró un hombre consumido en la vejez y la locura, no lo reconoció al principio, no, pero allí estaba su querido rey. El espectro la miró sin verla, sin un atisbo de reconocimiento en sus ojos vacíos. Antes de que pudiera pronunciar alguna palabra, el hombre expiró.

Aratti derramó amargas lágrimas durante toda la noche, sin moverse del lado del cadáver de quién había sido su esposo. Al amanecer se levantó y marchó hacia las Siete Ciudadelas, a las que, desaparecido S'hamira, todos llamaban ahora la Gema del Oeste. Aratti pidió audiencia con los Siete Magos Supremos. El círculo de los hombres mágicos se cerró sobre ella con miradas inquisitivas y llenas de sorpresa. La reina sólo preguntó: "¿por qué?" Se rieron durante largo rato y al fin contestaron: "Que después de mucho tiempo sólo habían encontrado una solución para lograr la caída de S'hamira, arrebatarle su corazón, dónde residía su poder". Al principio Aratti no entendió las palabras de los magos, pero en el momento en el que lo hizo su cuerpo vibró y brilló con un rojo carmesí. Comprendió el poder que le había sido otorgado y dónde antes había habido gentileza y prosperidad, ahora sólo albergaba pena, angustia y negrura. Los Magos se percataron tarde de su error y desaparecieron engullidos en el poder creciente de la Reina de Rubí. Las Siete Ciudadelas los siguieron. Hoy día nadie las recuerda, nadie sabe dónde pudieron existir. Tras eso Aratti retornó a S'hamira dónde su único deseo fue que jamás nadie volviera a envidiarlo. Y así fue como nació el Bosque Negro, ese lugar dónde nadie quiere ir, donde nadie se atreve a adentrarse. Ahora los sabéis: no hay maldad alguna en la Reina Negra, sólo la más profunda de las penas. Incluso hay quien dice que Iratti, la Reina de Rubí aún está viva y que su belleza no se ha marchitado.

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