martes, 16 de abril de 2019

Condenados

Safar miró hacia arriba, al cielo, y donde debía haber visto un brillante azul con ocasionales volutas de intenso blanco sólo vio  negrura. Una negrura terrible. Llena de fauces repletas de colmillos afilados y respiración de fuego. Habían despertado. Los Dragones. Todos ellos. Todos y cada uno. Sus enormes alas batientes con sus cuerpos alargados habían transformado el día en noche. El Gran Consú Safar sintió un profundo y lacerante arrepentimiento. Sus ejércitos, por orden suya, habían acabado con todos y cada uno de los Cantores. Él último ejecutado por él mismo en la sala del trono. "No tardarás en arrepentirte de tu locura", había dicho el anciano antes de que el filo de la espada entre las manos del Consú separara la cabeza del cuerpo del anciano. Había reído despreciando la amenaza vacía del último Cantor. Nadie había visto a los Dragones en milenios. No eran más que una leyenda. Un mito falso igual que el de que los Cantores los habían hecho dormir y retirarse a las profundidades de la Madre Tierra. Ahora, con sus ojos llenos de terror el Consú Safar supo que todo aquello eran más que leyendas, más que mitos: la verdad que se había negado a reconocer. Y ahora pagaría por su ignorancia arrogante. Era dueño del mundo. Durante un día toda Aliria se había arrodillado ante él. Pero sin Cantores que dominaran a los Dragones su Imperio, todo el mundo, ardería en el fuego.

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