jueves, 8 de septiembre de 2016

400 Cartas Azules

"400 Cartas Azules", así se titulaba aquel libro, un libro más en el estante de una librería, uno más de entre los que se escribieron y se escribirían sobre el amor, pero para los que llegaron a cogerlo entre sus manos y leer parte alguna, sobre todo la que hablaba sobre el origen del libro, posiblemente se sorprenderieron y dejaron de pensar que era un libro más, uno de tantos; porque entre sus hojas habitaba un alma que nunca dejaría de amar.

"¿Cómo empezó?" Esa es la pregunta para la que ahora quieres, seguro, una respuesta. Pues de una forma sencilla. Después de la muerte de mi amigo Roberto, con 37 años, demasiado jóven dirán muchos, pero uno no se muere cuando quiere, sino cuando le toca, y a él le tocó en ese momento, en aquel cruce un día lluvioso cerca de las 12 de la noche y un autobús que no logró frenar a tiempo; recayó en mí guardar sus cosas, seleccionar qué se quedaba y qué se tiraba o enviaba a alguna beneficiencia, y así fue como me encontré una caja de madera, una especie de estuche en el que al principio pensé que encontraría óleos pero no, lo que había en el interior eran un montón de sobres de color azul. Todos iban dirigidos a la misma persona, Ana, y todos estaban fechados. Me quedé mirándolos durante varios minutos mientras no quería creerme que lo hubiera hecho, hacía más de un año que habíamos tenido la conversación, en el café de siempre. Las palabras de Roberto resonaron en mi cabeza con fuerza:
--¿Sabes lo que voy a hacer? --dijo super convencido.
--No.
--Escribirle, escribirle todos los días.
--¿Para qué? Estás diciendo una tontería.
--Puede, pero es lo que quiero hacer, no tendrá sentido, será una locura, pero es lo que me pide el cuerpo, es lo único que puedo hacer.
--Es una locura, eso te lo digo yo ya.
--No lo es, porque cuando nuestros caminos vuelvan a encontrarse, que lo harán, se las daré, todas, una por cada día, una por cada día que la amé.
--Y entonces te encerrarán.
--Ríete, pero sabes que lo haré, me conoces.
--Sí, claro que sí.

Eso fue lo que dije y donde se terminó la conversación. Desde luego que había esperado que escribiera unas pocas, al menos las dos primeras semanas, pero después, después no lo podía creer, sencillamente. No después de que estuviera un par de meses con Mercedes y después de eso, y de no haber ocurrido el accidente aquel fatídico 23 de Marzo, habría cumplido seguro el año con Aurora.

«Así que lo hiciste, maldito y querido loco», pensé al rato cuando mi mente se recuperó de los recuerdos. Empecé a pasar los dedos entre los sobres, contándolos,  y entonces lo vi, uno de un color diferente, uno morado que en la multitud de azules, me había pasado desapercibido. Lo saqué, curioso y leí con incredulidad, Esteban, mi nombre. Con las manos temblorosas y el pulso acelerado, lo abrí. El mensaje era breve y el alma se me cayó a los pies. Quería que yo me encargara de dárselas. Desconozco el porqué, pero lo cierto es que la única pregunta que me vino a la cabeza fue: ¿Cómo? Lo primero que se me ocurrió y en lo que invertí cerca del primer mes fue en intentar localizar a Ana por amigos comúnes, en las redes sociales, pero fue sin éxito, nuestra relación en general, la del grupo de amigos, no acabó demasiado bien y Ana parecía estar fuera de mi alcance. Así fue como, un día de tormenta durante el verano, uno de los poquísimos que hubo, y a la luz de las velas por el apagón, se me ocurrió. Me ví obligado a abrir cada una de las cartas, leerlas y transcribirlas al ordenador. Fueron unas semanas de trabajo árduo y muy doloros, aunque también muy gratificante, la sensibilidad de Roberto así como su pasión y el amor que destilaban eran únicos, era imposible no vibrar, reír y llorar. Estaba convencido que si lograba publicar aquellas cartas, 400, 400 días, 400 mensajes ininterrumpidos de amor, antes o después llegarían hasta Ana. Y así fue como surgió el "400 Cartas Azules", firmado bajo seudónimo y con una única dedicatoria al principio: "A Ana".

"¿Qué si Ana lo leyó?" Te puedo asegurar que lo hizo. ¿Recuerdas aquella chica de cabellos rubios y rizados, jersey verde y vaqueros celestes, que estaba sentada justo a la entrada hace media hora? Pues era ella y justo antes de que se marchara la he visto cerrar la última página.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Pacto de los Amantes

... El silencio de la multitud, la ausencia de rostros en un mar de caras, el frío gélido del invierno en un día de verano, una luz suave y vibrante donde el sol golpeaba con toda su fuerza, todo esto y más los rodeaba; pero no importaba. Nada importaba, sólo sus miradas, sólo el sonido de sus corazones acelerados, sólo el tacto de su piel. Respirar no era fácil, apresados los pulmones por el anhelo del momento, atenazado el estómago por la demora, por la impaciencia. Una sonrisa que únicamente el otro podía entender cruzó uno de los rostros, uno sobre un cuello cuyo cuerpo se escondía dentro de una piel blanca, larga y aterciopelada, una piel que era suya nada más que aquel día. La magia, únicamente visible para sus ojos, ganaba fuerza, completando cada punzada que había de tejer las hebras del hechizo que transformaría dos vidas en una vida de dos vidas y, al fin, llegó ese primer beso después de muchos, ese último beso al que seguirían muchos más, ese beso...