Dejierro movió
lentamente su brazo izquierdo para abrir la tela de su capa y dejar a la vista
una pesada e hinchada bolsa colgada en su cinto. El bribón frente a él sonrió
con codicia mientras extendía la mano sin dejar de apuntarle con la ballesta
ligera. Al otro lado un vigilante gigantón, con un pesado garrote lleno de
clavos entre sus manos, veía cómo las monedas cambiaban de manos.
—El anillo también — Dejierro levantó la mirada hasta que sus ojos se cruzaron con los
del bandido y dejó escapar un pesado suspiro —. ¡Vamos!
Fueron las últimas palabras que
pronunció antes de que un intenso frío le atenazara, primero la espalda, luego,
todo el cuerpo. Una rigidez mortal lo apresó. El bruto del garrote se dio cuenta
de que algo no iba bien casi al instante y levantó su arma, fue todo lo que le dio
tiempo a hacer antes de que la rigidez helada también lo apresara a él.
Dejierro tomó la bolsa de la mano del hombre, hizo un gesto con sus dedos y el
bandido de la ballesta se acercó peligrosamente a su compañero.
—Debiste
conformarte con la bolsa.
Chasqueó los dedos. El dedo apretó el gatillo y el virote salió
disparado hacia el corazón del gigantón. Al mismo tiempo el pesado garrote con
clavos descendió sobre la cabeza del hombre de la ballesta. Cuando los cuerpos
cayeron al suelo, desprovistos de vida, Dejierro ya no estaba allí.